La furia de la Pachamama

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Toda la América que roza las costas caribeñas, esa “batida por olas duras” como le cantara el genio de Nicolás Guillén, tiene miedo. La sacuden los vientos y las olas atlánticas del “Irma”, “José”, “Katia” nombres sucesivos del dolor que arrasa, con sus vientos de 300 kilómetros por hora, todo saldo de ingenuidad. Del otro lado, por el Pacífico, la tierra mejicana –como si fuera un indómito bagual- se sacude. En la escala Richter, 8,2 grados es la medición que le dan. Se trata de fenómenos distintos pero que se ubican en el podio de las respuestas que la naturaleza le proporciona al orgullo de una civilización que -en su ignorancia- se autodefine como el avance más gigantesco de la raza humana, haciendo caso omiso de las miserias que genera.
Se dirá, sin otra explicación, que son hechos incontrolables de la naturaleza.
Es probable que la Pachamama tenga algo para decirnos. Tal vez se trate de su furia incontenible ante el destrato que le estamos proporcionando. Nos dirán que eso es un mito. Sí, por supuesto que lo es. Pero es tan mito como lo son la idea del “progreso indefinido”, del “mercado como regulador de la economía”. Estos últimos son los mitos que dependen de la idea que presenta a los humanos como –sujetos- dominadores y dueños de la naturaleza, que vendría a ser un mero objeto de la acción humana. Allí está la razón por la cual creemos que podemos disponer de la naturaleza como se nos ocurra y colocarla como una mercancía que solo vale lo que el mercado dice que vale. El famoso “cambio climático”, producido por un desarrollo industrial irresponsable, está en la raíz de estos fenómenos actuales y éste ha sido un elemento que contribuyó al poderío que hoy ostentan los llamados “países centrales”. Eso es así hasta que la naturaleza empieza a decir ¡basta! y pasa lo que estamos viendo, producto de ambiciones insaciables.
Es bueno recordar que siempre existieron estos fenómenos de la naturaleza, pero nunca con la intensidad y frecuencia como se dan en estos tiempos. Sería bueno que el miedo que nos producen estos hechos nos lleve a comprender que los humanos no somos dueños sino parte de la naturaleza que nos rodea y en ese carácter nos debemos respetar, respetándola.
Juan Guahàn
 
 
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