La mediocridad política de América Latina

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Teódulo López Meléndez*

La orfandad intelectual – política de América Latina es el verdadero fantasma que recorre el continente. No hay estadistas, no hay ideas, no hay pensamiento, sólo regreso a los duendes sesentosos y a la luz por excepción.

Ya he intentado la frase de rigor, esto es, con excepciones que confirman la regla, pues hay que admitir que todavía hay algunos países que parecen países y algunos gobernantes que parecen tales, a menos que alguno nos engañe como en el famoso cuento de la literatura venezolana El diente roto.

Si bien este continente nunca fue prolijo en producir ideas políticas propias, al menos tuvimos, en períodos más afortunados, gente culta, gente que leía, gente formada, gente que miraba a la política con mirada larga y por encima de la inmediatez. Hay que admitir también que se formularon ideas y alguno que otro lanzó concepciones jurídicas o de organización del Estado que merecían tales nombres. Se inició un proceso masivo de educación de los pueblos que hoy no encontramos como si se hubiese evaporado en la masificación privilegiada por encima de la calidad.

Tenemos un continente cansado que acepta ideas trogloditas, racistas de signo contrario a los que pudiéramos aceptar existieron o existen, viejas enfermedades que Europa vivió en toda su plenitud, como dos especialmente dañinas, el nacionalismo y el populismo. Tenemos grandes masas de población proclives a la demagogia, a la ausencia total de criterio sobre lo que debe ser un gobierno y viejos problemas heredados que perviven con tal fuerza que podría llegar a pensarse jamás fueron enfrentados con políticas acordes a la modernidad o al simple sentido común.

El imperio de la demagogia es algo que pervive como una enfermedad incurable. A veces no logra entenderse la tradición de error de algunos países que, al contrario de la mayoría, puede uno admitir tienen un grado cultural más alto y que estaban destinados a alcanzar los primeros lugares en el orden mundial. La única explicación parece centrarse en que tuvieron una caída populista que sembró la decadencia como una peste insuperable.

Si bien buena parte de la población subyace en la ignorancia política, en la falta de criterio político, hay que admitir que la élite intelectual se subyugó en el medrar y en la fatalidad del alcohol o de la protección gubernamental. Ya no se pensó, menos sobre la organización social y sobre las formas políticas. La praxis del poder pareció convertirlo todo en una especialización en la triquiñuela matando de raíz la acepción de estadista, es decir, de aquel que ve más allá de lo presente para hurgar en las consecuencias de los procesos a largo plazo o en los resultados de programas implementados sin desmayo en procura de una felicidad alcanzada en los límites de lo posible.

El comportamiento de la gran mayoría de los gobernantes de América Latina es producto de la incultura y de la falta de visión. Las viejas formas políticas democráticas entran en crisis por su ineficacia, sobrevienen las dictaduras militares bajo el convencimiento de ser más efectivas, renace la democracia anquilosada, los pueblos vuelven a cansarse y entonces llegan a la trágica conclusión de ser clientes de un Estado que debe proporcionar todo, en lugar de ejecutar políticas que permitan atacar la pobreza y lograr estadios más altos de educación y bienestar. El populismo entra en escena bajo la premisa de “yo amo al pueblo” o el nacionalismo estúpido –no hay uno que no lo sea- revive el envoltorio de la “patria”, en un baño de pasado donde sólo se reivindican las gestas de guerra de los cruentos procesos independentistas.

Este parece un continente condenado a que se le endilguen “décadas perdidas”. El oportunismo grasiento hace de las suyas. No se toman decisiones sobre la base de construcción de futuro sino sobre la pantomima escandalosa de los intereses particulares, del pequeño haber, de la conservación del poder a cualquier costo, mientras parte de la población se marcha hipnotizada detrás del flautista que garantiza a quienes marchen los regalos que el Estado dispendioso está dispuesto a repartir para que el amor del gobernante sea pagado con el amor del pueblo.

América Latina ha perdido toda racionalidad. No existe una concepción de empuje hacia delante, sino que, o se busca en el pasado una remodelación o vestiduras nuevas para ocultar el engaño, o se proclama una doctrina mesiánica de que el gobernante proveerá, o se comete todo tipo de locuras y desplantes en la piedra de los sacrificios de la escasa herencia conceptual, o se rompen todos los nortes y se empantanan todas las antenas confundiendo locura e irreverencia con una transformación a todas luces falsa, a menos que se admita que la nueva ley que impera en este continente es la de la destrucción sin nada que construir hacia un modelo de desarrollo sostenido, de desarrollo que implica lo humano.

La observación de la política latinoamericana equivale a detenerse en un circo de aprovechadores, de corruptos, de maliciosos especialistas en ejecutar pequeñas raposerías. Hay excepciones, ya lo he dicho, no sólo por cumplir con la omisión del pecado de una generalización total, aunque tengamos que admitir que algunos son babosos y oportunistas, lo que demora un juicio fatal porque tal babosería y oportunismo lo ejecutan –al menos es lo que percibimos a distancia- en el beneficio de sus intereses nacionales y en la ambición hegemónica sobre el continente.

La miseria intelectual-política de América Latina va a producir otra oleada de cambios de este carrusel que se repite girando sobre sí mismo. Si bien hay una tradición universal de desoír a los pensadores, en este continente es una norma consagrada, sobre todo porque hay muy pocos a los cuales oír.

Este continente parece atado a gruesos soportes enterrados en la vastedad. No es capaz de despegar, de liberarse, de intentar el vuelo alto. Lo que sabemos es que semejantes situaciones traen movimientos telúricos, mientras algunos soñamos que sean de un signo distinto, que sean para bien, que sean de la escogencia de un camino sobre el cual nos mantengamos con persistencia en procura de la redención de estas poblaciones aniquiladas por la inoperancia y la verborrea. No solamente lo denunciamos, ponemos todos nuestros esfuerzos, dentro de nuestras limitaciones, para darle un marco teórico a discutir, bajo la convicción de la lentitud sempiterna de las ideas y de la muralla impenetrable de la pequeñez que señorea a las clases dirigentes de este continente.

Resulta profundamente desagradable y de efectos perniciosos de desánimo ver el comportamiento de quienes son gobernantes en este continente, de quienes fungen a diversos niveles como dirigentes en este continente, de las expresiones que uno oye y ve en este continente. Aún así, se contribuye a combatir esta baja intensidad diciéndolo, repitiéndolo, restregándolo en una especie de exorcismo y machacando ideas para que, si bien se hacen humo, haya en el aire un distante olor distinto.

* Abogado, escritor, editor y traductor.

 

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3 Comentarios
  1. HERNAN ORTEGA P. dice

    «América Latina ha perdido toda racionalidad», es la frase clave. Aunque nunca, como un todo, hemos tenido racionalidad porque las bases sociales han sido mantenidas en la ignorancia. Las olas pintadas de ideologías han hecho estragos en un espacio sin unidad, sin una idiosincracia que respete la forja de estas naciones y tenga sensibilidad por sus propios pueblos. La globalización es un fenómeno como el simún y los países latinoamericanos, afectados por aquella, entregan el subsuelo, los bosques, la energía eléctrica y el agua a los grandes poderes fácticos de la humanidad contemporánea: el capitalismo por el capitalismo, protegido por los tratados económicos en letra que no se da a conocer prolijamente. Esa es la gran razón de nuestra irracionalidad; mejor dicho, después del industrialismo y el populismo, ahora el entreguismo al capital internacional. ¿Qué queda, entonces, en nuestra América desunida?

  2. Martha Alicia dice

    Para todo hay una causa.
    En la Argentina se apeló a la Ley de Educación común, laica y gratuita porque la masiva llegada de inmigrantes hacía peligrar la identidad del país.
    Así los hijos de inmigrantes incorporaron los símbolos, los hábitos y costumbres, la historia de nuestro país, etcétera. Se convirtieron en ciudadanos y educaron muy bien. Eso coincidió con la llegada de la democracia sin fraude y luego se acentuó con el primero y segundo gobierno peronista en el que el lema era: Los únicos privilegiados son los niños.
    Los sucesivos golpes de Estado fueron desgastando ese capital y el feroz Proceso Militar que se desencadenó en 1976 terminó con lo que quedaba de habitantes conscientes y creyentes en su país.
    ¡Lo lograron! De ahí en adelante los jóvenes fueron educados en el miedo y la estupidización.

  3. eliana dice

    el autor parece mirar solo un lado del asunto, habrá que trabajar directamente con las personas para los necesarios cambios, culturales sobre todo, lentos siempre, como hacen sistemáticamente los nuevos movimientos sociales en la región… no sirve mirar la política tradicional como lo único existente, por eso su mirada es así, ¿trunca?

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