La recuperación de la identidad – AMAZONIA: ARTE QUE FLORECE Y CURA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

«Cuando la profesora Casilda llegó aquí yo no creía que alguna vez yo podía pintar; después llegó la profesora Aymara y tampoco creía que podía dibujar; ahora hago todo y quiero hacer más, quiero con el arte ayudar a mi familia y seguir estudiando porque la profesora Aymara dice que tenemos que estudiar mucho para poder defendernos nosotros y a nuestra cultura», dice Merlín Yume Canaquiri, un adolescente de 15 años de la comunidad Yarapa (Iquitos), en la selva peruana, cerca de la frontera con Brasil y Colombia.

Merlín asiste allí, en su comunidad, a NYI Escuela de Arte, un proyecto de la Comunidad Tawantinsuyu para los niños y niñas de la zona.

El proyecto de NYI nació de los deseos de don Agustín Guzmán, presidente de Comunidad Tawantinsuyu
(www.comunidadtawantinsuyu.org).

Don Agustín nació en una comunidad andina y tuvo una infancia humilde. Una de sus inquietudes era «dar a los niños aquellas cosas que como niño le habían sido negadas», y sintió que a través del arte podía hacerlo. Durante más de cinco años lo intentó sin poder concretarlo, hasta que en 2003 conoció a Casilda Pinche, una pintora joven nacida en la selva y le propuso ir a la comunidad.

Con Casilda empezaron las clases. Y poco más tarde don Agustín convocó a Aymara Falcón, artista plástica argentina, que se hizo cargo de la dirección de la escuela en el 2005.

NYI fue sostenido los dos primeros años con los ingresos del propio don Agustín, hasta que empezaron a llegar las ayudas externas: en este momento reciben el apoyo de One Heart Many Rhythmans
(www.oneheartmanyrhythms.org),

de personas particulares de Francia, y de los propios integrantes.

Aymara Falcón es una mujer de origen indígena que ostenta orgullosa su trenza gris como oropel sobre el pecho. De tanto en tanto deja la selva y la escuela y retorna a las ciudades, para estar en contacto con el mundo, para llevar la parte pública de la escuela desde Lima, y para hacerse escapadas a Buenos Aires donde viven su hija y su nieta. Aquí nació, creció y vivió hasta hace cinco años, cuando empezó a deambular por «la parte morena» del continente tratando de encontrarse con sus orígenes aymaras y guaraníes.

«Lo que más nos alienta es la manera en que estos niños y niñas han comenzado a soñar –dice Aymara–. Y en verdad, sus sueños son tan interesantes que siempre les alentamos a trasladarlos al soporte de trabajo, porque además sus pinturas se están vendiendo y esto los llena de satisfacción, los corre del lugar de la compasión y los dignifica.

«Mi trabajo es lograr que todo lo conquisten en el aprendizaje en la escuela sea volcado nuevamente a la comunidad y que tomen el compromiso de no emigrar. Si ellos pueden tener sustento en su lugar de origen no será necesario que se larguen a las ciudades para terminar limpiando los vidrios de los automovilistas, vendiendo pastillas o prostituyéndose en las calles».

Plantas maestras

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–¿Cuáles son las imágenes de las pinturas de estos chicos?

–El imaginario de la comunidad es netamente fantástico. Todas sus imágenes están marcadas por el misterio de la selva, sus leyendas, flora y fauna. El trabajo en la chacra, la pesca y sus celebraciones llevan la impronta de la realidad ordinaria y la realidad paralela, esa que los que vivimos en sociedades cosmopolitas ya no podemos percibir.

Cada acto cotidiano tiene un significado, siento que no sería osado decir que viven ritualmente aunque de una manera simple. Ellos cuentan fabulosas historias de sirenas con sombreros de peces raya que te llevan a mundos subterráneos, de enormes anacondas que viajan de una comunidad a otra, de delfines rosados que seducen mujeres en la orilla del río, y de la Madre Ayawaska, su medicina.

–¿Qué contacto tienen con las plantas medicinales visionarias?

–En general las comunidades amazónicas mantienen con las plantas maestras una relación de enorme respeto. No tienen hacia ellas la morbosa curiosidad del occidental ya que su uso se limita al medicinal y no a la búsqueda del «viaje». Ellos la nombran purga y la consumen no más de una vez al año, tal vez, como modo de quitar residuos de experiencias pasadas.

Llevo prendida en el alma una anécdota maravillosa: un día de clases los niños comenzaron a cuchichear entre ellos, me detuve para preguntarles cuál era el motivo de su risa pero reían sin poder responderme. Casi sin saber cómo, ellos comenzaron a hablar de la flor de la ayawasca, les pedí que me contaran qué era eso, ya que como yo no era de allí no tenía idea de qué me hablaban.

Me contaron tantas cosas que sentí que quienes me hablaban era un grupo de curanderos: sabían no sólo del árbol y sus flores sino de su preparación, sus resultados y las dietas que se llevan antes y después de las ceremonias. Ese día marcó un hito, una señal que me permitió continuar con mucho más convencimiento cada cosa que hago.

La hembra crece

–¿Cómo te modificó la experiencia?

–Cada vez que entro en una comunidad es como la primera vez. Durante estos diez años, entrenar el ejercicio de mi humildad ha sido mi primer trabajo.

A mi misma me sorprende la metamorfosis de mi carácter: tengo un genio fuerte, pero en el momento en que me dispongo a morar entre ellos busco siempre el lugar más ignoto, más escondido, de modo de no molestarlos. Y me vuelvo suave. Ambos sabemos que estoy porque me aceptaron pero esa aceptación siempre estará sujeta a mi comportamiento y soy conciente de que un acto equivocado puede quebrar esa armonía.

Cuando don Agustín me invitó a dar clases en NYI Escuela de Arte, me pregunté por qué quería que fuera tan lejos habiendo en Perú artistas que bien podían hacer mi trabajo sin necesidad de pagar por mi traslado desde Buenos Aires. No obstante, como él era mi maestro dejé que las cosas ocurrieran sabiendo que, si me lo pedía, tendría motivos bien fundados.

Cuando llegué a Yarapa, no sólo hube de entrenar mi humildad sino vencer prejuicios de todo tipo. Las experiencias que vives en cualquier comunidad lejana a tus hábitos y costumbres te modifica, es imposible la inalterabilidad y, en este aspecto, esta vez lo que más me transformó fue el parto de una de mis alumnas.

Una madrugada golpearon la puerta de nuestra cabaña diciendo: Profesorita, nació la niña de la Idalia y ella quiere que vayas a cortarle el cordón. Quedé como boba, daba vueltas en círculos sin atinar a salir.

Casilda me dijo: «Vamos, te están pidiendo que seas la madrina». Calzándome las botas en el camino, espantando mosquitos y zapateando fuerte cada tanto para espantar a las víboras, como en letanía le decía a Casilda: «¿Madrina? ¿Yo? ¡Pero si no estaré aquí para ver crecer a esa niña! ¡Pero si no me conocen!». No dejé de hablar hasta que llegamos a la otra orilla y, cuando al fin bajamos del bote, ella me dijo: «Quédate tranquila, acepta, nada piden de ti, nada esperan, sólo que algo de ti quede en esa niña que ha nacido».

Cuando entramos me alcanzaron unas tijeras de costura, las pasé por el fuego, corté el cordón y le dije: «Bienvenida al mundo de las mujeres, corto tu cordón en nombre de todas nosotras».

La madre de Idalia respondió: «Que sea como tú, profesorita, que sea artista». En ese momento comprendí por qué me habían pedido de madrina. Aymarita se había integrado al mundo y Aymara no sería nunca más la misma.

No recuerdo un momento en mi vida como ése. Guardo por las comunitarias un respeto absoluto, en el tiempo que llevo de compartir con ellas en muchas comunidades de nuestro territorio, la hembra que llevo dentro crece y comprende cada día mas qué es el ser femenino y sé que, si las profecías de los pueblos se cumplen, sólo ellas tendrán los secretos de la subsistencia. Ellas son capaces de parir en la más absoluta inmundicia sin pillarse una septicemia; no hace falta enseñarles a sus recién nacidos cómo prenderse del pezón materno porque en el mismo instante en que la mamá le acerca la teta el bebé se prende; saben qué plantas son anticonceptivas durante dos meses o toda la vida, y cuales para el post-parto; eligen tener hijos porque esa es su única riqueza; pueden vivir sin luz o acarreando agua sobre sus cabezas.

¿Si es justo? No lo sé, pero así viven, en comunión absoluta con su entorno.
Arte que florece y cura.

NYI Escuela de Arte recibe cada ciclo lectivo más cantidad de voluntarios de todo el mundo dispuestos a enseñar y ayudar. El intercambio que empezó en el 2004 ya incluyó a Franck Povvedi, actor francés; Hans Ludbige, escultor holandés; y Silvia Mesturini, antropóloga italiana. Para el ciclo 2006 se espera a Guillermo Rodríguez, profesor de escultura de la Universidad de Tucumán, Argentina; Harry Chávez, pintor peruano; y un etnomusicólogo ecuatoriano.

«Estamos orientando las cosas de manera de que en cinco o seis años la sede de NYI de Yarapa quede en manos de los pobladores, hay mucho trabajo que hacer y no podemos eternizarnos en un solo lugar, pero para eso debemos tener personal idóneo, por eso el énfasis en la formación –explica Aymara–.

«La próxima sede está previsto que sea en Lima, en una zona marginal habitada por originarios de Ayacucho, personas que han sufrido enormemente a raíz de la guerrilla entre el Estado y Sendero Luminoso. Tenemos claro que no todos serán artistas, pero sabemos que el arte ayudará a desempolvar la memoria ayudándoles a sanar su espíritu».

–¿Cómo se inserta el proyecto dentro del espíritu y las actividades de la Comunidad Tawantisuyu?

–NYI Escuela de Arte ha pasado a ser la manifestación en acción de nuestras convicciones. Comunidad Tawantinsuyu brega por el regreso a la sabiduría de nuestros ancestros. La ONG fue creada para recuperar la memoria ultrajada no sólo en cuanto a la medicina tradicional sino en todos los aspectos que ella misma contiene: el cuerpo físico se enferma porque antes se enfermó el alma.

Los siglos de vandalismo y ultrajes caídos sobre los pueblos originarios, la discriminación que continuamos sufriendo, el castigo que nos han infringido al no permitirnos hablar nuestras lenguas, no han pasado sin dejar huellas. No buscamos revancha, pero exigimos que se respeten nuestras maneras de ser de la misma forma que nosotros hemos sido obligados a respetar las de Occidente.

Es necesario que recuperemos lo que nos hicieron olvidar de modo que desde allí podamos levantarnos sobre nosotros mismos.

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* En: www.artemisanoticias.com.ar.

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