La violencia infantil

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Gisela Ortega.*

Adolescentes disparan dentro de un colegio y dan muerte varios de sus compañeros, por ejemplo, es parte de una serie de noticias espantosas, que nos resultan casi extraordinarias; desgraciadamente el incremento y extensión de la criminalidad es un hecho irrefutable. En el jardín de infancia, incluso los pequeños  se agreden entre ellos, cuando algo no les parece bien. En las clases,  en el patio de las escuelas y liceos las riñas son mas frecuentes que antes.

Según los expertos la televisión, que ofrece gran cantidad de violencia, es consumida en exceso por los niños y repercute en sus juegos. Para los chicos, que todavía no pueden diferenciar con nitidez entre la fantasía y la realidad, las representaciones del atropello son puro veneno, ya que les inducen a entender el mundo como un escenario plagado de crueldad.

La fascinación ante  la escenificación de la barbarie les atrae. Más aun, la simplicidad de su modo de pensar les induce a suponer que todo se puede conseguir utilizando  la violencia.

La incultura  que los preescolares y escolares reciben gratuitamente en casa a través de la televisión es innumerable. Es importante hablar del origen de esa crueldad y de sus raíces familiares. Los progenitores no saben que  la fuente se localiza en su propio modo de pensar, en su imagen  del mundo y en la manera en la que transmiten esa figura  a su descendencia.

Los educadores lamentan que el seno de la  familia deje de ser el foco de la pedagogía moral. La ética que complementa la religión en los programas de los colegios, no puede compensar el vacío creado en el  hogar. Los niños no aprecian los valores espirituales y de honradez,  base de la convivencia social, ni los viven ni los conocen, porque nadie se los ha enseñado.

En el pasado el propio comportamiento de los adultos jugaba un rol de primer orden, ya que servia de ejemplo,  de conducta a seguir, demostrando que el trato, el aprecio y el respeto hacia los demás garantizan la convivencia; que la amabilidad y la ayuda mutua entre vecinos producen mucha satisfacción.

Al incorporar el pensamiento y el sentimiento social en la educación de los adolescentes, se cimentaba el fundamento de la sociabilidad, la base que posibilita la vida en común. Desde la cuna se enseñaba a comportarse con corrección y solidariamente.

¿Cómo puede convertirse un niño o niña que ha sido golpeado con crueldad en un adulto pacifico?  ¿Si la conducta de los padres es asocial, si en la casa los altercados y los conflictos se repiten a diario, si las discusiones a gritos tienen lugar en presencia de los chiquillos? El hecho que hoy en día uno de cada tres chicos presente un comportamiento  conflictivo, con rasgos de hiperactividad, agresion y dificultades en sus relaciones,  es debido a la  falta de formación  social.

Los padres y en general los adultos, no son los únicos responsables de esta situación. En nuestros días las reglas de conducta social y urbanidad no se transmiten solo a través de la familia y la escuela. El grupo de amigos, la televisión, y las culturas de barrio se han convertido en instancias educativas. Corrección, sensibilidad ante los sentimientos, las reacciones de los demás y humanidad son atributos indispensables para una convivencia en sociedad  llena de armonía.

Afortunados los adultos que han recibido estos valores a lo largo de su infancia, antes de que primara en la vida social el paradigma de la competencia, que exige ganar a cualquier precio y por cualquier método.

* Periodista.
 

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