Las vocales. – DÓNDE ESTÁN, QUE LUCÍA NO LAS ENCUENTRA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En 2004 subió al escenario de los grandes: obtuvo el Premio Planeta. Antes, en 1998, se había hecho con el Nadal y en 2001 con el Primavera, de Espasa. La España del rey que dicen caza osos ebrios y otros animalitos a escopetazo limpio –al parecer los años no le permiten ya otras expediciones que enojaban a doña Sofía–, esa España dibujaba entre sus escritores, suma el ícono de una dama algo rellenita, bien humorada y sonriente. Beatriz y los cuerpos celestes y De todo lo visible y lo invisible son sus naves insignia para navegar los calmos mares «peinados» por la marinería de José Manuel Lara Bosch.

Desde América es común que nos confundamos con el enrevesado carácter –¡tan exótico!– de lo europeo, concretamente con el de lo español y sus nacionalidades y peculiaridades lingüísticas. Doña Lucía a ratos es Echevarría; a veces Etxebarría; porai aparece como Echebarría y creemos haber leído también Echavarría. La ETA debería hacer algo al respecto.

Es joven esta mujer de pluma –u ordenador–: nació Lucía de Asteinza en 1966 en alguna parte del País Vasco, pero estudió con monjitas en Valencia y luego se radicó en Madrid. Cuentan que abandonó la casa familiar cuando adolescente: ¡tan libres estas españolas! y se graduó en Periodismo. Se sabe: periodismo y literatura de largo aliento suelen producir cortocircuitos.

fotoEn cualquier caso su mayor aporte cultural es la seguridad de que a la mujer le falta una revolución de la autoestima –y quererse más–. Si las mujeres aprenden a quererse, a valorarse como les corresponde, dejarán de ser la mitad de segunda de la especie humana. Quizá. Algunas de sus ideas se contienen en La Eva futura –que no debe de confundirse, por el título, con una novela de Villiers de L’Isle Adam, escritor francés del siglo XIX–.

Pues bien, hace un tiempo la súper novelista ensayista y poetisa –también periodista– conversó con una colega en un «set» de la televisión del Estado de España. La sorprendieron en algo peor que un gazapo, porque convengamos: decir que la «única» palabra en castellano –¡perdón, español!– que luce las cinco vocales es murciélago resulta bastante más que un conejito en fuga.

Si todavía las tertulias literarias son una costumbre en ciudades y pueblos de la península, seguro que los concurrentes lucieron a su costa algo más que buen humor. Quien sí sabemos dio una muestra brillante de chistosa pedagogía para mayorcitas fue un lector del diario madrileño ABC. Don José Fernando Blanco Sánchez envió una carta a la dirección.

Ha llegado una carta para usted

Escribió el señor Blanco (y vaya contando vocales):

«Acabo de ver en la televisión estatal a Lucía Echevarria diciendo que murciélago es la única palabra en nuestro idioma que tiene las cinco vocales.

«¡Confiturera, frene la euforia! Un arquitecto escuálido, llamado Aurelio o Eulalio, dice que lo más auténtico es tener un abuelito que lleve un traje reticulado y siga el arquetipo de aquel viejo, reumático y repudiado, que consiguiera en su tiempo ser esquilado por un comunicante, que cometió adulterio con una encubridora cerca del estanquillo, sin usar estimulador.

«Señora escritora, si el peliagudo enunciado de la ecuación la deja irresoluta, olvide su menstruación y piense de modo jerárquico. No se atragante con esta perturbación, que no va con su milonguera y meticulosa educación. Y repita conmigo, como diría Cantinflas, ¡Lo que es la falta de ignorancia!»

(La carta en cuestión fue reproducida por muchas entusiastas islas del mundo-red, acaso preocupados sus mantenedores por el errático andar de la lengua (¡cómo habrá gozado don Fernando Lázaro Carreter allí dónde esté, si está en alguna parte!); la encontramos aquí).

Patología del plagio

Más en serio –es un decir– se preocupa por la autora tantas veces mencionada el prestigioso periodista –y también escritor– Federico Jiménez Losantos. Con cierta adustez –es de Orihuela– se refirió a la doñita en un artículo que con el epígrafe citado más arriba dice lo suficiente.

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Hay en el plagio literario explícito, textual (que no tiene nada que ver con la inspiración o con el aprovechamiento de otras ideas, datos o libros de distintos autores sobre el mismo tema) una voluntaria servidumbre intelectual, la confesión de una impotencia creativa. Pero hay también en ese ejercicio de enajenación una voluntad de autocastigo que es concausa y efecto de la patología de copiar.

Que un autor se inspire en otros es normal y hasta deseable. Que deje pruebas de esa deuda copiando literalmente frases completas de un mismo libro de otro autor es jugar a la ruleta rusa con el lector o el crítico, que pueden pillarle con las manos en la masa. Igual que el criminal que, inconscientemente, deja una pista para que se descubra su crimen y pague por él, el neurótico del plagio tiene que dejar pruebas que le puedan acarrear el descrédito, porque en ese riesgo está el placer oculto de su actividad.

El ladrón de guante blanco, modelo Fantomas, juega con el peligro tanto como con el beneficio de su delito. ¿Innecesariamente? No. Si no hubiera peligro, tampoco habría delito, porque el ladrón atrevido se dedicaría a pasar miedo en otra cosa.

Lo de Lucía Echebarría con el plagio es una patología más que una fechoría. No sólo copia, tanto en verso como en prosa, sino que lo hace de forma explícita, y de autores a los que puede conocer el lector, descubriendo el delito. Colinas es un poeta más conocido que la poetisa Echebarría, de forma que lo normal es que la pillen, como así ha sido. Por cierto, que la editorial, ya que no la autora, en vez de amenazar con demandas a Interviú, debería pedir disculpas a Colinas, como él ha pedido muy razonablemente, y retirar el libro del mercado, porque es una estafa al lector.

En cuanto a las frases copiadas de Nación Prozac en la novela que la lanzó a la fama Amor, curiosidad, Prozac y dudas –título, por cierto, mucho mejor que el de la escritora norteamericana– Lucía Echebarría ha hecho lo mismo que con la poesía de Colinas. Lo asombroso es que dos libros que han sido best seller en Estados Unidos y España no hayan sido puestos en relación hasta ahora, cuando se han hecho o se están haciendo sendas películas sobre las dos novelas. ¿Ni los guionistas leen con atención?

Las revelaciones de Interviú están, por último, dejando en evidencia a los críticos literarios españoles, ayer con Racionero y Ana Rosa Quintana, hoy con Lucía Echebarría. ¿Es que nadie lee nada o es que hay críticos que leen y no cuentan lo que descubren por complicidades de tipo mafioso con editoriales o representantes literarios?

Que una revista de desnudos y escándalos, “de culos” como se dice vulgarmente, esté destapando las vergüenzas literarias de los autores de moda es algo más que una metáfora. Sea pagando la delación intelectual, seguramente barata, sea dando salida a las confidencias de almohada o las venganzas de sofá, la revista está poniendo al desnudo las vergüenzas de la industria editorial española, cada vez más acostumbrada a pícaros de similitruqui y celestinas de celular. Claro que, como aquí lo que cuenta no es la literatura sino la noticia, a lo mejor le dedican otra portada dominical a la premiada literata como víctima del síndrome del plagio.

Sin contar que, después de Aberdeen, la deberían hacer doctora “honoris causa” por la Universidad de Kopje.

(En la revista Libertad Digital (www.libertaddigital).

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