Lo objetivo y el revestimiento cultural

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

fotoTodo lo que se reconoce de la realidad y se demuestra tiene –sí– validez de realidad, conlleva un respeto racional a que funciona como realidad con sus propiedades y principios; en cuestión, un respeto a que forma cosas y que éstas no las forma sin control, a lo loco, a lo que pase, sino que, de hecho, está capacitada –regida por unas leyes– para formarlas en función de las propiedades mismas y condiciones de una de sus situaciones, de uno de sus contextos.

Por lo tanto, la realidad “hace” y “hace” con unas posibilidades del “hacer”, con unas universales y absolutas condiciones. Algunas son: Si “hace” es que ha de moverse -por obligado-, luego está condicionada al movimiento (una razón); si “hace” es que algo «está hecho», luego es efectiva con la existencia de hechos (otra razón); pero, en realidad, no “hace” cualquier hecho, sino el hecho que le es… coherente, que le es posible ya dado –ya hecho- su contexto, luego “provee”, dispone al hecho más acorde a su “prioridad” (a su «a priori»), mejor, a la conformación de sus capacidades (otra razón).

Por supuesto, si algo se “hace” (un «a posteriori») evidente es que se ha hecho con unos recursos (un «a priori») y con unas condiciones a esos recursos (pues se presentan vinculados a principios del movimiento, de reaccionar ante/hacia un mayor o menor movimiento).
Si uno -un ser humano- dice que una verdad objetiva deja de serlo en otro lugar – por ejemplo en… Babia–, digamos, sinceramente está equivocado; pues si una persona se muere en Japón, se ha muerto como resultado o hecho, y si otra persona se muere en Uganda, también se ha muerto como resultado o hecho.

Otro asunto, otro tema, otra cosa distinta es el “revestimiento cultural” con una serie de valores que el ser humano da u ofrece al hecho para convenirlo socialmente –porque está, claro, en sociedad–, para vincularlo a una convención. De manera que, el hecho “Un hombre ha muerto” –en sí un “valor” de utilidad racional, un «valor» sin variantes, un «valor» racional–, se expone a la emocionalidad de quien advierte o conoce tal hecho y, además, a unos valores culturales; en tanto que, si ha muerto por causa de otra persona, lo valora como asesinato y, si ha muerto por otra causa que no es una enfermedad, lo valora como accidente.

«A posteriori», en efecto, el hecho es algo manejado por una cultura, usado por y para ella, por voluntades de cultura: es algo “vestido”, arreglado hacia una convivencia necesaria, sí, por una cultura en concreto. Sin embargo, ese procedimiento es una vía inevitable en cualquier cultura: el de instituir reglas de convivencia que ayudan a que una sociedad no se despedace o involucione sin… un orden social.

Al lado de esto, algo objetivo, el hecho, no significa o implica de prisa que se encuentre “incondicionado”, sino todo lo contrario, el que ya se presenta, se sustenta, condicionado por unas reglas de objetividad; pero, ¡ah!, éstas reglas no serán las dadas anteriormente predichas cuya naturaleza o misión es diferente -no serán las sociales-, sino las que corresponden al… hecho tras advertirse los prejuicios o los aspectos ajenos a él. Por ejemplo, la «lluvia como hecho» antes de añadírsele o de ajustársele un valor social, cualquiera.

Por eso existe una clara distinción entre lo que ocurre y lo que el ser humano puede – a eso que ocurre- sumarle emocionalmente junto a unos valores que él necesita.

Sí, la realidad no es algo que el ser humano toma en su conjunto, personificándola e imponiendo el lema de “La Realidad y yo” frente a frente – a modo de “llego o no llego a la Realidad”, “estoy o no estoy en su esencia o en su Centro”-. La realidad, de seguida, se conoce –se funciona en ella– por cada elemento que la integra. Esto es: el que cada integrante no posee –ni con intención– “toda la realidad” para decir que ya se encuentra «dentro» de lo que él mismo ha personificado, sino más bien que “vive” la realidad que conoce «viviéndola» y demuestra –hecho que garantiza la acción de la diversidad, o sea– el que la realidad es sucesión de sus integrantes, es participación de “cosas”: no es un enfrentamiento de una cosa con un Todo personificado o al que obsesivamente se quiere poseer.

Con estas consideraciones, no es cierto que los principios que implica la realidad sucediéndose –para que exista- sean equivalentes ni en un ápice a los que, luego, se añaden como unas reglas sociales o, en el fondo, como valoraciones subjetivas o emocionales. Conque la razón –que se remite a reglas inherentes al mismo hecho- no puede equipararse a lo que se impone después como una regla subjetiva o de creencia: el dogma.

El dogma no tiene nada que ver con la razón. Por ejemplo, ante un hecho cualquiera sólo cabe el admitirlo –con procedimiento asertórico- o el no admitirlo, con escepticismo. Pues bien, el admitirlo, el reconocer que es, el advertir que existe porque evidentemente existe no es algo impuesto por la voluntad: es algo que, aun inconscientemente, aun contra voluntad, aun contra la creencia, se advierte como conocimiento, se manifiesta de veras –se quiera o no– como conocimiento, como un “entender” o un asimilar la realidad.

A ver, cuando un científico quiere conocer la realidad de cierta enfermedad, ahí, sin duda, se somete al conocimiento – no al no-conocimiento– dejando de lado los valores sociales se “desviste” de subjetividad aunque, después, aplique sus resultados de advertir cómo funciona tal enfermedad a unos valores sociales.

Digamos, da prioridad no al “revestimiento cultural” que sí existe, sino a lo que hay igual para todos y sustenta asimismo a aquél: principios, razones de realidad por las cuales la enfermedad… existe. Al momento, cuando el científico reconoce el cómo «procede» esa enfermedad, no restringe nada, no sintetiza nada, no ha encontrado nada que no exista, no añade a la realidad nada. Solamente ha comprendido «más realidad», por medio de conocimientos sobre ella; por ello, ya puede actuar más conscientemente sobre ella, claro, con su voluntad que inevitablemente respetará sus reglas que ha conocido, no que ha pasado de ellas, no que las ha admitido para olvidarlas.

Ya, al actuar, poseerá una conciencia de esas reglas no fundamentadas precisamente en la creencia o en la cultura, digamos, que servirán «para» la cultura, para modelar una cultura hacia el conocimiento, hacia un mayor conocimiento. La cultura, por ende, se despegará cada vez más de lo “vestido”, o de aquello que conllevaba neto prejuicio o ignorancia.

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* Poeta y ensayista. Publicación anterior en Piel de Leopardo: La razón: una proporcionalidad de la conciencia.

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