Los cocodrilos lloran: 10 años perdidos, el hambre no se va

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Gonzalo Tarrués

El año 2007 fue una buena cosecha: por América Latina y el Caribe caminaron unos 51 millones de hambrientos, no muchos si se considera que entonces había más de 920 millones de desnutridos. 2008 cerrará con 963 millones es esa infame y provocada condición.

 

Seguirá lloviendo: el IX Informe de la FAO señala que la crisis económica y financiera podría significar –y significará– más decenas de miles de personas con hambre y pobreza el próximo año. Dejó establecido en Roma la Agencia de la ONU para la agricultura y alimentación que el alza de los precios de los alimentos prácticamente revirtió todo el trabajo de los últimos diez años para reducir el hambre en América Latina y el Caribe

De acuerdo con dicho documento, El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo, 51 millones pasaron hambre en América Latina y el Caribe en 2007, casi el mismo número de hace una década; en 1997 se registraron 51,8 millones detenidos en esa sub vida. Lo tenebroso es que la región –América Latina y el Caribe– fue la más iniciativas presentó para reducir el hambre en el período de 2002 a 2005 (antes de la ola de aumentos de precios y el "boom" vegetal-petrolero); entonces el número de hambrientos era de "apenas" 45,2 millones de seres humanos.

A nivel mundial, la reciente crisis global de los alimentos colocó, en apenas un año, a más de 40 millones de seres humanos en los niveles de desnutrición. El informe advierte que la crisis económica y financiera desatada podría aumentar significativamente el número de personas pobres y con hambre en 2010.

Paradójicamente, señaló Hafez Ghanem, director adjunto de la FAO, "Los precios de los alimentos han bajado (consierándolo a escala planetaria desde principios de 2008, pero este descenso no ha solucionado la crisis alimentaria en muchos países (…) Para millones de personas en los países en desarrollo, comer la cantidad mínima de comida para llevar una vida activa y sana es un sueño lejano".

Y remachó: "Las causas estructurales del hambre, como la falta de acceso a la tierra, crédito o empleo, combinados con los altos precios de los alimentos, continúan siendo una triste realidad".

El índice de la FAO de los precios de los alimentos fue un 28% más alto en octubre de 2008, en relación con el mismo mes de 2006. El funcionario señaló que el objetivo de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, de reducir a la mitad el número de personas hambrientas para 2015, requiere un compromiso político e inversiones de no menos de US$ 30.000 millones anuales –probablemente unos US$ 50.000 millones– para reactivar el sector agrícola y asegurar la provisión de alimentos.

Esos 30.000 millones equivalen a alrededor de un ocho por ciento de los presupuestos para la agricultura –que incluyen subsidios– en los países desarrollados. Pero a sus dirigentes, empresarios, políticos y economistas parece tenerlos sin cuidado que el porcentaje de hambrientos se empine sobre el 14% de la población mundial. La crisis ha afectado principalmente a los más pobres, los sin tierra y en especial a las familias encabezadas por mujeres, dijo el director adjunto de la FAO.

Para esta oficina de la ONU cumplir con la meta fijada para 2015 es una posibilidad remota, puesto que no hay tiempo para que las medidas que se tomen –si se toman– den los resultados que se esperan.

El 65% de los pobres viven en India, China, República Democrática del Congo, Bangladesh, Indonesia, Pakistán y Etiopía. En África subsahariana, una de cada tres personas (236 millones en 2007) padecen de hambre crónica –se trata de la proporción más alta de desnutridos en relación con la población total.

El desastre agrícola

Las estimaciones de los expertos coinciden en que las inversiones en agricultura en los países pobres deben aumentar diez veces para comenzar a resolver en el mediano plazo el hambre en el mundo. Jacques Diouf, cabeza de la FAO, señaló que, por el contrario, esas inversiones han disminuido de un 17% del total del presupuesto para el desarrollo a menos del 3% en los últimos 25 años.

Como lo han reiterado muchos dirigentes políticos latinoamericanos, particularmente el presidente Lula, de Brail, el asunto de los subsidios al sector agrícola de los países centrales contribuye poderosamente a impedir soluciones en este terreno en los países pobres.

Por otra parte es imposible esconder el impacto de los biocombustibles: la mayor parte del incremento en la producción de maíz del año pasado fue usado para producir combustible. Estados Unidos paga subsidios para los biocombustibles, extiende operaciones a otros países y pretende ampliar los mercados para el cultivo de semillas modificadas genéticamente por compañías tecno-científicas controladas por capitales estadounidenses, resistidos cada vez con mayor énfasis a escala mundial.

El uso de esas semilas ya significa en muchos países la expulsión del campo de los pequeños agricultores, cesantía laboral en el área, destrucción familiar y conforma una agresión tan intolerable como peligrosa a la biodiversidad.

En la reciente reunión en Roma, quizá por ingenuidad o desconocimiento de las leyes de la economía y la historia, miembros de la FAO y otras organizaciones manifestaron su esperanza de que el nuevo presidente estadounidense pueda encabezar con buenos resultados la lucha contra el hambre y la pobreza

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