Los karen. – EL CONFLICTO OLVIDADO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La aparente uniformidad cultural y estética que preside el paisaje tailandés, rural y urbano, se rompe, para el visitante atento, en los límites del que fuera antiguo reino de Siam. Las bien asfaltadas autovías, las gasolineras con un amplio surtido de chucherías en su interior, los supermercados de colores chillones y decorados huecos, los Budas gigantescos de sonrisa de muñeca y textura plástica inundan el país, entre parecidas señas de identidad, de Birmania a Malasia y de Laos a Camboya.

Una apariencia de higiene y eficiencia Made in Thailand que busca asimilarse, en el imaginario colectivo, con los “tigres del Pacífico”, aquellos países asiáticos próximos geográficamente y que, con una fórmula que mezcla capitalismo y populismo, han conseguido grandes dosis de crecimiento económico en los últimos decenios.

A pesar de esta apariencia, por las costuras del país revientan las abiertas contradicciones que han marcado la historia del sudeste asiático y que, en muchos casos, hunden sus raíces en los procesos de descolonización de la zona.

La frontera del oeste separa oficialmente Tailandia de Myanmar- Birmania. Uno de los escasos pasos terrestres, que comunica a los dos países, se encuentra en las inmediaciones de la pequeña ciudad de Mae Sot. El río Moei es la frontera natural que divide a estos dos países. Este modesto caudal de agua, en época seca, se salva con un puente de hormigón de moderno diseño y que en el idioma oficial, como el resto de infraestructuras que comunican con los países vecinos, lleva el bienintencionado nombre de “puente de la amistad”.

La jerga popular, por el contrario, con cruel realismo ha rebautizado a estas infraestructuras como “puentes del SIDA”, en alusión a la enfermedad que se ha cebado con muchos de los jóvenes birmanos que, cruzando la frontera clandestinamente, han acabado ejerciendo la prostitución en la capital de Tailandia o en los destinos turísticos de la costa sur. Un destino al que no escapan tampoco muchas de las jóvenes de las zonas rurales apartadas del norte del país.

La pequeña ciudad de Mae Sot es un destilado de las contradicciones de esta zona del mundo. Como en todo asentamiento fronterizo el contrabando es una profesión respetable. La ley tailandesa se adelgaza aquí hasta hacerse imperceptible. El contrabando de alcohol y tabaco es cotidiano y público. El ejército y la policía se limitan a constatar que sus coimas son cuantiosas y están al día. Las fuentes de beneficio son numerosas y muy variadas.

El triángulo de opio, aunque se manifiesta muchos kilómetros más al norte, hunde sus raíces de distribución por toda la frontera birmana. Los señores de la droga, con su belicista grandilocuencia y su manifiesta falta de gusto por los uniformes de sus ejércitos particulares, conocen muy bien el callejero de Mae Sot.

Malaria endémica

La frontera selvática y montañosa que separa Birmania de Tailandia ha sido secularmente una tierra maldita. La prevención de los hombres y mujeres de las llanuras por estos laberintos montañosos tiene que ver con una enfermedad endémica que ha atacado con saña a los foráneos que se introducían en sus bosques: la malaria. A día de hoy los pocos occidentales que se ven en las calles de la localidad tienen que ver con el instituto de medicina tropical ubicado en la localidad y que estudia posibles remedios a la enfermedad.

Incluso para un visitante que no está puesto en antecedentes un paseo por las calles de Mae Sot puede alertarle sobre la complejidad del mundo que se abre ante su vista. Los días de mercado no es extraño ver husmeando entre los puestos alguna mujer jirafa con sus desproporcionados cuellos traumáticamente rodeados por sus aros de cobre mientras en los espetones puestos al fuego se asan lentamente perros enanos, una delicia de la cocina tradicional china.

Cerca de los contenedores de basura de los supermercados y en las inmediaciones del mercado callejero hay figuras fugitivas y solitarias con el estigma del recelo y la enfermedad asomándose a sus ojos purulentos. Descalzos, abrasados por el sol, consumidos por la enfermedad, cubiertos con el sarong a la manera birmana, transformados en sonámbulos de voluntad anulada, repelidos a gritos desde cualquier esquina, son una avanzada de la multitud de refugiados de etnia karen que acampan en precarias condiciones a pocos kilómetros de Mae Sot, en el límite mismo con la frontera birmana.

Aparentemente ajenos a este drama el personal médico, mayoritariamente europeo, que investiga una hipotética vacuna contra la malaria suele cenar en Chez John, un restaurante especializado en cocina europea y asiática atendido por un francés fornido de baja estatura y gestos recortados. En su comedor, entre litografías de Pissarro, Degas y Renoir cuelga una enorme bandera que representa el sol naciente y un tambor tradicional, la enseña de combate de la guerrilla karen.

Descolonización traumática

El conflicto político y armado que mantiene esta etnia con el gobierno de Yangón es uno de los más antiguos del sudeste asiático –aunque nunca ha obtenido el seguimiento internacional logrado, por ejemplo, por los rebeldes del Movimiento Aceh Libre de Indonesia o los Tigres de Liberación Tamil de Sri Lanka–. Expresión directa de esta guerra olvidada son los refugiados que en número aproximado de medio millón se esconden en las zonas montañosas que separan Tailandia de Myanmar. A este colectivo desplazado de “hombres de la montaña”, como ha sido tradicionalmente conocido este grupo étnico, hay que añadir los 150.000 desesperados que han cruzado la frontera acampando en eriales y subsistiendo a duras penas.

La raíz del enfrentamiento entre el gobierno birmano y la etnia karen hay que buscarla en los procesos de descolonización del imperio británico. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, Birmania –que era colonia inglesa– se reveló como un territorio de singular importancia estratégica ya que permitía el abastecimiento aliado en dirección a la cercana frontera china. El ejército imperial japonés decidió invadir la zona arrancando de cuajo tan vital ruta de suministros. La épica cantada en el cine en torno a la película “El puente sobre el río Kwai” pertenece a estos episodios históricos.

El gobierno británico, con Londres ardiendo bajo los bombardeos de la aviación alemana, no podía desdeñar ningún aliado que le permitiera hacer frente a tan descomunal desafío. Fueron precisamente los karen, la gente de las colinas selváticas birmanas, los que pusieron el grueso de los hombres que, saboteando las comunicaciones y emboscando a los japoneses lograron que para el ejército nipón esta zona del sudeste asiático se convirtiera en una sangría constante.

El acuerdo era implícito y parecía claro. Si la guerra finalizaba con la derrota japonesa los karen obtendrían, a cambio de su cualificada ayuda, la independencia de su estado ubicado en el sur del país y fronterizo con Tailandia, conocido con el nombre de kayin y con capital en la localidad de Pa-an.

Sin embargo, en 1945 y finalizada la contienda mundial las preocupaciones del decadente Imperio Británico eran muy otras. La reconstrucción nacional y la independencia de la India, la joya de la corona, eran las preocupaciones más apremiantes para el nuevo gabinete laborista.

Tres años más tarde, en 1948, Birmania obtenía su independencia frente a Gran Bretaña y los karen y el resto de minorías étnicas birmanas, perdida su importancia coyuntural, volvieron a quedar relegados a sus apartados dominios de montaña. Desde entonces y en busca de un reconocimiento efectivo los karen se organizaron en un grupo político, la Unión Nacional Karen y en otro armado, el Ejército de Liberación Nacional Karen.

Durante la guerra mundial las tropas nacionalistas birmanas buscando librarse del yugo colonial británico se pusieron del lado del invasor japonés. Las minorías étnicas, por el contrario, se alinearon con el bando aliado con la intención de negociar una hipotética independencia al finalizar el conflicto. La masacre de un numeroso grupo karen a manos de las fuerzas nacionalistas birmanas en la extensa zona de deltas del país durante la contienda dejaría un reguero de rencores y malentendidos en el seno del país birmano, recelos que se multiplicarían una vez finalizada la guerra mundial.

Estado federal

En los primeros años de la recién independizada Birmania se trató con desigual fortuna de poner en marcha un Estado federal que tuviera en cuenta las significativas diferencias de base étnica que convivían en un mismo estado, no sólo los karen, un 7% de la población, sino también los shan que alcanzan el 9%, los rakhine un 4% o los mon con un estimado 2%, además de significativas minorías muy localizadas de origen chino e indio.

Las minorías birmanas descontentas con el diseño del sistema federal se alzaron en armas contra el régimen de Yangón. En 1962 el general Ne Win se alzó con el poder mediante un golpe de estado poniendo punto final a la política de descentralización autonómica. A partir de entonces, el Tatmadaw, nombre que designa al ejército birmano se erigió en único interpretador de la realidad social, política y étnica del país. La población civil perteneciente a las etnias minoritarias fue la primer damnificada por el brusco cambio de poderes.

Privar a la guerrilla del acceso a los suministros de armas, alimentos e información fue la prioridad de la junta militar y se tradujo en la práctica en el desplazamiento de cientos de miles de personas de sus hogares. En el camino se enquistaron atrocidades como la conversión de niños en soldados, el uso de la violación de mujeres como arma de combate o los cerca de 200.000 refugiados que cruzaron la frontera para malvivir en los campos de refugiados de Tailandia.

Los karen no son los únicos que luchan con las armas en la mano contra la dictadura birmana. A ellos se unen el KNPP siglas del Karenni National Progressive Party, organización que representa los intereses de la etnia karenni, emparentada con los karen, además de las diferentes y atomizadas guerrillas shan. Para complicar más el panorama algunos de los irregulares pertenecientes a diferentes minorías étnicas se han convertido en mercenarios a sueldo de la junta militar.

No se pueden obviar tampoco los complejos intereses creados por el tráfico de drogas o por el comercio ilegal de madera y piedras preciosas que sufragan los gastos de las diferentes guerrillas.

La zona en su conjunto es objeto de atención prioritaria por parte de los gigantes indio y chino, con lo que se consigue que pocas cosas sean lo que parecen. La irrupción abierta de intereses económicos occidentales en la zona ha contribuido a enmarañar aún mas la intrincada madeja. En los últimos años la construcción de un gaseoducto y de carreteras que atraviesan las montañosas tierras tribales ha desestabilizado aún más el frágil equilibrio de poder en la zona.

Las publicaciones de la Karen National Union semejan una sopa de letras en las que la petrolífera francesa Total y las norteamericanas Texaco y Unocal se combinan con el consorcio birmano de petróleo y gas MOGE, o con la autoridad petrolera tailandesa que responde a las siglas PTTE. Las mismas publicaciones denuncian no sólo los males endémicos de la región traducidos en represión militar, alta mortalidad infantil y confinamiento de grupos étnicos en bosques remotos, sino las nuevas calamidades entre las que figuran la presencia de mercenarios para proteger las obras energéticas y el trabajo forzoso al que son sometidos los indígenas por parte del ejército.

Los militares exigen dinero en las aldeas para evitar la requisa de alimentos y el reclutamiento obligatorio de los varones para trabajar en las obras del gasoducto. La Karen National Union sostiene que las multinacionales energéticas han sufragado los gastos ocasionados por la construcción del campo militar de Kaderik y que el pago de indemnizaciones por expropiación de tierras se hace siguiendo los criterios interesados del gobierno birmano.

Ataques indiscriminados

Mae Sot es también el epicentro tailandés desde el cual pueden alcanzarse los diseminados campos de refugiados karen que se extienden a lo largo de la frontera birmana. Algunos de ellos ni siquiera tienen emplazamientos estables y los refugiados se mantienen desperdigados y alerta en improvisados asentamientos.

Una de las herencias atribuibles al dominio británico en las minorías birmanas fue el cristianismo. A día de hoy la mayoría de los karen ha vuelto a refugiarse en sus tradiciones animistas o en el budismo. No son extraños, sin embargo, los pastores baptistas de esta misma etnia que se hacen cargo de grupos de refugiados. Uno de ellos fue Steve, un karen que peina canas y que, en un inglés escolar y con una paciencia y una fatalidad casi cómicas, explica a los ocasionales visitantes las comprometidas condiciones de vida de los refugiados, más espeluznantes aún por los constantes ataques a los que son sometidos sus campamentos.

Una de esas incursiones periódicas se había saldado con el incendio de las escasas estructuras estables del campamento, entre ellas la iglesia y la escuela, y con la muerte de un anciano y una mujer embarazada. Chozas espaciadas y miserables levantadas con uralita y paja trenzada era todo lo que quedaba del campamento. En las grandes superficies despejadas por el incendio, con la tierra todavía calcinada, jugaban los niños con juguetes hechos de alambres retorcidos.

No hay hombres a la vista, ni tampoco árboles. Steve muestra las fotos que certifican la muerte de las dos personas en el último ataque y el incendio que devoró la mayor parte del campamento. Aporta también como pruebas del ataque una bolsa llena de casquillos y los restos de granadas y otros artefactos. Su criterio de lo que pasó no tiene dudas y se basa en que tropas irregulares comandadas por oficiales birmanos les hostigan con impunidad. En su empeño los mercenarios cuentan con la ayuda del ejército y la policía tailandesas a pesar de que, sobre el papel, este país les permite instalarse a este lado del río y les protege.

Steve, el pastor baptista karen, denuncia que los cambios de emplazamiento son constantemente vigilados por las autoridades tailandesas, quienes a su vez comunican los movimientos de los grupos de refugiados al ejército birmano. Los ataques tienen lugar en días señalados previa retirada de las fuerzas militares tailandesas de la zona.

Después de padecer durante decenios en las montañosas tierras de la frontera la esperanza para las minorías étnicas birmanas vuelve a brillar en la llanura de las calles de su capital, Yangón. La Junta Militar no puede durar para siempre.

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* Periodista.

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