Los niños primero

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Los derechos fundamentales del hombre, en una sociedad democrática, deben manifestarse sobre todo en las condiciones de vida de los niños. Si resulta inaceptable que un ciudadano cualquiera no tenga acceso a los servicios de salud, a la educación, o a una alimentación apropiada, la exclusión en el caso de un niño es francamente vergonzosa; muestra del fracaso y la doble moral del sistema, que al permitir que el origen social determine drásticamente las posibilidades de desarrollo de un ser humano, traiciona sus principios básicos.

Ver a los niños trabajando de payasitos en los semáforos, vendiendo chicles o buscando calor en las alcantarillas, debería indignarnos y provocar movilizaciones similares a las que dedicamos a otros actos de violencia extrema, pero toleramos la situación como si se tratara de un mal inevitable, pues el problema se analiza desde una perspectiva de pobreza generalizada que vuelve utópico responsabilizar a los padres por las condiciones en las que viven sus hijos, ignorando que los niños no son sólo responsabilidad de sus padres, sino también, y en mayor grado, del Estado, que debe y puede garantizar la observancia de sus derechos.

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Las políticas de desarrollo social impulsadas hasta ahora han cometido el grave error de no priorizar a los niños, dedicando los escasos recursos disponibles a mejorar las condiciones de vida de los adultos en edad laboral, bajo el supuesto de que ello redundará en beneficios posteriores para todos (la absurda idea de que para aliviar la pobreza de los niños es necesario aliviar antes la pobreza de los padres); esto ha permitido que los niños sufran la misma, o peor suerte que sus familias, retardando continuamente el progreso social.

La única excepción a esta política se ha dado en el área educativa con el programa de educación básica gratuita, a cuya implementación podemos atribuir, sin duda, la mayor equidad de nuestras sociedades, sin embargo, la falta de programas similares en las áreas de alimentación, salud y vivienda, han limitado enormemente los beneficios obtenidos.

Tal vez podamos aceptar que las leyes del mercado rijan la vida de los adultos, pero permitir que las condiciones desiguales de los padres se reflejen en la vida de los niños hasta el grado de que se vulneren sus derechos fundamentales, es renunciar a cualquier aspiración de una sociedad más justa.

Educación, salud, alimentación y vivienda digna, deben garantizarse para todos los niños, sin excepción. Y esto no tiene por qué ser una utopía, es un derecho de los niños y una obligación del Estado, que la sociedad civil puede exigir con gran vigor.

En la gran mayoría de los países existen las condiciones materiales suficientes como para crear las instituciones donde se alberguen, eduquen y alimenten los niños cuyas familias no tengan las condiciones socioeconómicas mínimas para el desarrollo adecuado de sus hijos. A los padres podrá exigírseles un porcentaje de su sueldo, o en su defecto, horas de trabajo comunitario, para que en colaboración con el gobierno, e incluso la iniciativa privada, garanticen el desarrollo pleno de sus hijos.

Esta estrategia de desarrollo social no sólo es justa, es la única que puede revertir a mediano plazo la desigualdad social creciente que vivimos, y hacer del futuro un lugar para todos.

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* Escritor mexicano (n. 1969). Editor de la revista cultural El Espejo de Urania, publicada en Acapulco, Guerrero, México (directora: Aída Espino ).
Entre sus publicaciones los libros de cuentos Malabares (1988), La niña y el sol (1992) y los poemarios Despertar (1992) yLa lengua de Sherezada (1999).

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