Macbeth: cuatro siglos desde su estreno

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

¿Hasta dónde llega el afán por el poder? ¿Hasta dónde la ambición humana es capaz de tejer caminos tortuosos, sin importarle atropellar a otros y llenarse las manos de sangre? Traicionar la amistad o la lealtad, ascender sobre los cadáveres de sus semejantes, burlarse de la inocencia de los gobernados, darle rienda suelta a inconfesables aspiraciones…

La obra ya cumple cuatro siglos y en muchos aspectos sigue reflejando la vida y hechos de personajes de nuestro tiempo, de figuras políticas que no tienen escrúpulos de ninguna clase con tal de alcanzar sus propósitos personales y egoístas. Basta echarle un vistazo a la Latinoamérica de los últimos tiempos.

Macbeth, la más potente de las tragedias de William Shakespeare, es todo un menú de situaciones tétricas, que si no cae en lo que podría denominarse «teatro amarillista», es por tres razones principales: la fuerza de su verbo, la consistencia de su andamiaje como estructura escénica, y la puesta de relieve de conductas humanas sin fronteras, carentes del más leve sustento ético.

Hace cuatro siglos

fotoSegún Crónica de la humanidad -Editorial Planeta, España-, en 1605 Macbeth fue estrenada en Londres. La Enciclopedia Salvat coloca la redacción del texto entre 1605 y 1606. Y Luis Astrana Marín, uno de los principales estudiosos de la obra de Shakespeare, indica que Macbeth emergió después del advenimiento de Jacobo I, en 1603, rey de Inglaterra, Irlanda y Escocia.

El manuscrito no fue impreso sino hasta 1623 aunque, según investigadores, con evidentes rasgos de alteraciones y reelaboraciones, cuya autoría se le atribuye al dramaturgo Thomas Middeleton, autor del drama The Witch (La bruja), que tiene muchas similitudes con Macbeth.

Para llegar a esta conclusión hicieron comparaciones entre el estilo de Shakespeare y las inclusiones dudosas, determinándose una gran diferencia. En realidad, no son muchas esas incorporaciones.

La tragedia y su origen

Para elaborar la pieza, Shakespeare recurrió -al igual que lo hizo con otros de sus trabajos- a historias escritas por otras personas. En el caso de Macbeth su fuente fue la Crónica de Holinshed, sobre episodios en Escocia. Holinshed, a su vez, tomó los relatos de otros autores.

La tragedia en cinco actos, escrita en verso y prosa, se puede resumir de la siguiente manera: Macbeth y Banquo, generales de Duncan, rey de Escocia, al volver victoriosos de una campaña contra los rebeldes, encuentran a tres brujas en un páramo, quienes profetizan a Macbeth que alcanzará un título nobiliario que lo pondrá al lado de su majestad, algo así como barón. Además, le anticipan que será rey, y que Banquo generará reyes, si bien no está destinado a serlo.

La noticia le sería confirmada poco después a Macbeth quien es invitado a palacio en calidad de huésped. Por la noche asesina a Duncan mientras está dormido, y toma el trono. Se producen varios crímenes más, entre ellos el de Banquo.

Afectado por el hecho, Macbeth se siente perseguido por el espectro de Banquo y lady Macbeth, cómplice de los homicidios, pierde la razón y procura, inútilmente, quitarse las manchas de sangre de sus manos. Finalmente muere. Y para cerrar el drama, un hijo de Duncan toma venganza y liquida al asesino de su padre.

En su desarrollo hay una serie de incidencias que enriquecen la representación, fortalecida por la palabra -por cuanto en esa época las escenografías eran precarias-, que permiten hurgar en las conductas humanas, sobre todo en lo que se refiere a la irracionalidad del hombre; a ratos se hace irrespirable la atmósfera de la maligna fatalidad. También, entre las discusiones planteadas está la de si la profecía de las brujas podría haber inducido a Macbeth a proceder de la forma como lo hizo.

Los críticos han coincidido en que después de la Orestíada de Esquilo, «la poesía trágica no había producido nada más grande ni más terrible».

Shakespeare y su obra

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En un lapso de alrededor de dos décadas, Shakespeare produjo una o dos obras por año. Poco antes de 1605, exactamente el 26 de diciembre de 1604, fue presentada Medida por medida. Casi inmediatamente después vino Otelo, ambas estrenadas en el Palacio Whitehall.

Posiblemente Macbeth fue puesta en escena por vez primera en el mismo lugar. Lo que sí se tiene confirmado es que fue reestrenada el sábado 20 de abril de 1610 en el célebre teatro El Globo.

Quizás la semblanza mejor sintetizada e inteligente sobre Shakespeare la escribió Jorge Luis Borges. No obstante, conviene dar algunos datos puntuales sobre el escritor inglés. Nació en 1564 en Straford-on-Avon y murió en 1616. Está considerado como la figura central de la literatura inglesa y una de las glorias de letras universales. Escribió también poesías. En sus trabajos prevalece la tendencia a los asuntos históricos y sus tragedias se inclinan a lo mítico. Varias de sus obras son verdaderos clásicos: Romeo y Julieta, El rey Lear, Ricardo III, El mercader de Venecia, Otelo, La comedia de las equivocaciones, Hamlet.

Shakespeare visto por Borges

Nadie hubo en él; detrás de su rostro (que aún a través de las malas pinturas de la época no se parece a ningún otro) y de sus palabras, que eran copiosas, fantásticas y agitadas, no había más que un poco de frío, un sueño no soñado por alguien…

A los veintitantos años fue a Londres. Instintivamente ya se había adiestrado en el hábito de simular que era alguien, para que no se descubriera su condición de nadie; en Londres encontró la profesión a la que estaba predestinado, la del actor, que en un escenario juega a ser otro, ante un concurso de personas que juegan a tomarlo por aquel otro.

Las tareas histriónicas le enseñaron una felicidad singular, acaso la primera que conoció; pero aclamado el último verso y retirado de la escena el último muerto, el odiado sabor de la irrealidad recaía sobre él. Dejaba de ser Ferrex o Tamerlán y volvía a ser nadie. Acosado, dio en imaginar otros héroes y otras fábulas trágicas.

Así, mientras el cuerpo cumplía su destino de cuerpo, en lupanares y tabernas de Londres, el alma que lo habitaba era César, que desoye la admonición del augur, y Julieta, que aborrece a la Alondra, y Macbeth, que conversa en el páramo con las brujas que también son las parcas. Nadie fue tantos hombres como aquel hombre, que a semejanza del egipcio Proteo pudo agotar todas las apariencias del ser. A veces, dejó en algún recodo de la obra una confesión, seguro de que no la descifrarían; Ricardo afirma que en su sola persona, hace el papel de muchos, y Yago dice con curiosas palabras ‘no soy lo que soy’. La identidad fundamental de existir, soñar y representar le inspiró pasajes famosos.

Veinte años persistió en esa alucinación dirigida, pero una mañana lo sobrecogieron el hastío y el horror de ser tantos reyes que mueren por la espada y tantos desdichados amantes que convergen, divergen y melodiosamente agonizan. Aquel mismo día resolvió la venta de su teatro. Antes de una semana había regresado al pueblo natal, donde recuperó los árboles y el río de la niñez y no les vinculó a aquellos otros que había celebrado su musa, ilustres de alusión mitológica y de voces latinas.

Tenía que ser alguien; fue un empresario retirado que ha hecho fortuna y a quien le interesan los préstamos, los litigios y la pequeña usura. En ese carácter dictó el árido testamento que conocemos, del que deliberadamente excluyó todo rasgo patético o literario. Solían visitar su retiro amigos de Londres, y él retomaba para ellos el papel de poeta.

La historia agrega que, antes o después de morir, se supo frente a Dios y le dijo: «Yo, que tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo». La voz de Dios le contestó desde un torbellino: «Yo tampoco soy; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño estás tú, que como yo eres muchos y nadie».

(Everything and Nothing, en el Hacedor, 1960)

 
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* Periodista / escritor. Publicado en la revista del Club de Libros de Costa Rica.

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