Maldito socialismo, ¡cómo te echamos de menos!

1.117

Higinio Polo*
Hace unas semanas, en Berlín, mientras los beneficiarios del cambio político en la Europa del Este celebraban la desaparición del muro (y, sobre todo, del “socialismo real”) hace veinte años, como prueba manifiesta de la superioridad social del capitalismo, la prensa internacional conservadora lanzó una de sus habituales campañas propagandísticas para vender de nuevo la mentira del supuesto éxito conseguido por el cambio político y económico en los antiguos países socialistas europeos.

La escenificación de una alegría impostada en ceremonias de auto alabanza (con evidentes concesiones al nacionalismo alemán) y la presencia, y, después, las imágenes difundidas por el mundo de Gorbachov, George Bush, Kohl, Merkel, Wałesa y otros (incluso Medveded) celebrando la “victoria sobre el comunismo”, escondían el sufrimiento social causado por el retroceso hacia el capitalismo en toda la Europa oriental, y se revelaban como la gran mentira de los festejos de Berlín.

Hace un año, en enero de 2009, haciéndose eco de un estudio de la Universidad de Oxford, el diario italiano Il Manifesto publicaba un artículo sobre las consecuencias de las privatizaciones y de las reformas de la llamada terapia de choque de Yeltsin y Gaidar en Rusia. El trabajo que citaba el diario italiano había sido publicado en la revista médica Lancet y llevado a cabo por David Stuckler, de la Universidad de Oxford, Lawrence King, de la Universidad de Cambridge, y Martin McKee, de la London School of Hygiene and Tropical Medicine, utilizando datos de organismos de la ONU, como la UNICEF, después de una investigación de cuatro años.

Un millón de muertos. Ese era el resultado de la investigación que concretaba el aumento de la mortalidad (casi un trece por ciento, durante los años noventa) a consecuencia del desempleo, las privatizaciones y la aplicación de las recetas liberales que extendieron el hambre , la miseria y causaron la destrucción de la economía rusa.

Debe hacerse la precisión de que el estudio abarcó la mayor y más poblada república soviética, pero que, de hecho, Rusia representa sólo la mitad de la población que componían las quince repúblicas soviéticas, y tampoco abordaba lo sucedido en el resto de países socialistas, que, juntos, sumaban otros cien millones de habitantes.

Ese estudio publicado en Lancet , por tanto, sólo habla de la mortandad causada entre ciento cincuenta millones de habitantes, mientras que el conjunto de la población de la Europa socialista alcanzaba los cuatrocientos millones. No debe olvidarse, además, que esas cifras son estimaciones, puesto que otros estudios elevan mucho más el número de víctimas: piénsese en el aumento de la mortalidad infantil, en el retroceso de la natalidad, en el descenso de la población (a veces, por la emigración; en otras, por causas distintas, que no siempre es fácil clasificar). Ucrania, por ejempl o, ha descendido desde los 52 millones de habitantes que tenía en el socialismo, en 1991, a los actuales 46 millones, dieciocho años después.

Por supuesto, nada de eso se vio reflejado en los festejos de Berlín, ni el gobierno pronorteamericano de Yushenko y Timoshenko, ni los países capitalistas occidentales se han preguntado hasta ahora por la causa de un desastre demográfico de tal magnitud. Y es sólo un ejemplo, aunque sea de los más dramáticos. La antigua RDA, que contaba con dieciséis millones de habitantes, ha perdido dos, sobre todo por la emigración, y muchas ciudades se están despoblando. Incluso el International Herald Tribune (en su edición del 15 de enero de 2009) se hacía eco de la muerte prematura de unos tres millones de personas en el conjunto de los antiguos países socialistas europeos, según datos de los organismos de la ONU, y de la pérdida de unos diez millones de personas en esos territorios.

Ante el horror y la contundencia de las cifras, Jeffrey Sachs (uno de los principales asesores de la terapia de choque capitalista en Rusia y otros países) intentó descalificar esas estimaciones y, en una carta a The Financial Times, consideró un éxito la reforma en Polonia, Chequia y Eslovenia, al tiempo que achacaba la mortandad en la antigua URSS a una evolución que se inició en la década de los sesenta del siglo XX, y a “la pobre dieta alimenticia soviética” (afirmaciones que la excelente investigación de Serguei Anatolevich Batchikov, Serguei Iurevich Glasev y Serguei Georguevich Kara-Murza, en El libro blanco de Rusia. Las reformas neoliberales (1991-2004), deja por completo en evidencia).

Refutando a Sachs en esas mismas fechas, en una entrevista en The Times, el premio Nobel Joseph Stiglitz afirmó que la terapia de choque fue “una política económica desastrosa”. El capitalismo ha llevado a la muerte a millones de personas, y no sólo en anteriores etapa s históricas, sino en estos últimos años. La desaparición del socialismo europeo no fue un éxito, sino una catástrofe, y centenares de miles de personas vivirían aún de no haber mediado ese desastre que celebraban en Berlín.

* * *

Bajo el socialismo, con el trabajo, asegurado para toda la vida para cualquier ciudadano, se disponía de casa, de asistencia médica, vacaciones y jubilación. Nadie pensaba en el desempleo, ni en los desahucios y la falta de techo, ni en las abusivas hipotecas de por vida, ni esperaba con temor una vejez desamparada y pobre. La privatización trajo consigo la pérdida de millones de puestos de trabajo, el desmantelamiento de buena parte de la industria, creó una espantosa corrupción, y. además, desató la miseria, la desesperación, el aumento del alcoholismo, de los suicidios, el abandono de niños, las pensiones de miseria, la introducción de ciegos criterios de mercado por encima del interés social, mientras se enriquecía una minor ía.

El desastre en las instituciones científicas, el retroceso en la investigación, la ruina de la cultura, la introducción desde el Occidente capitalista de los más banales y zafios recursos de entretenimiento y alienamiento popular, la planificada destrucción de las costumbres sociales de ayuda mutua y solidaridad, fue acompañada por la exaltación del egoísmo personal y la búsqueda del bien privado, porque lo común pasó a ser considerado sospechoso por el nuevo poder capitalista. El desmantelamiento de la sanidad pública, el aumento de los precios de las medicinas, la reducción de la esperanza de vida, afectaron de manera determinante a la población.

Todavía desconocemos las cifras de suicidios, las muertes causadas por el alcoholismo de quienes habían caído en la desesperación; la mortalidad debida a la proliferación de enfermedades como la tuberculosis, que afectan ahora a millones de personas, el destino de muchos de los centenares de miles de vagabundos y de ni ños abandonados que llenaron toda la geografía de la Europa oriental, y que siguen viéndose hoy, que fueron consecuencia directa de la salvaje implantación del capitalismo. Si hace dos décadas el hambre era desconocido en toda la Europa oriental, hoy afecta a millones de personas. Se dispone de algunas estadísticas parciales: en Ucrania, hoy, por ejemplo, un millón y medio de personas pasa hambre.

Esa política, impulsada en Rusia por el sanguinario Yeltsin, y por personajes como Gaidar y Chubais, tenía detrás a académicos norteamericanos neoliberales como el citado Jeffrey Sachs, y suecos como Anders Åslund (ayer, asesor económico en Rusia y Ucrania, y hoy responsable del programa ruso y euroasiático de Carnegie Endowment for International Peace de Washington), y sus ideas recibieron el apoyo entusiasta de Estados Unidos, con Clinton al frente (el presidente a quien tanta risa daban las ocurrencias del alcoholizado Yeltsin); tenían el sostén de Ale mania, con Helmut Kohl; de Gran Bretaña, bajo John Major; y de Francia, con Mitterrand, y, después, Chirac.

Con apoyo occidental se produjo el mayor robo de la historia de la humanidad, en la Unión Soviética y en el resto de países socialistas europeos. No hubo frenos al latrocinio. Incluso, como ocurrió en Bulgaria, llegaron a devolver al rey Simeón ¡más tierras de las que poseía antes de la nacionalizació n decretada al finalizar la Segunda Guerra Mundial!

Solamente en la RDA, aunque suele alegarse el gran volumen de las “ayudas” desde la RFA a las nuevas regiones del Este, se oculta que Bonn se apoderó de todo el patrimonio nacional de la RDA, que tenía un valor calculado en el doble de los desembolsos realizados por Bonn: la deliberada destrucción de la industria del Este alemán, exigida por los empresarios y aplicada por el gobierno occidental, forzó a la emigración de centenares de miles de ciudadanos y aceleró el envejecimiento de todo el territorio oriental. T ambién las mujeres perdieron: en la RDA, trabajaban el 92 % de ellas; hoy, apenas el 69 %. Libertad… para emigrar, y para morir.

Esa realidad es conocida por los investigadores y por los gobiernos, pero no por ello se sienten aludidos los liberales: algunos, aunque no pueden dejar de reconocer el desastre, insisten en las ventajas a largo plazo de la implantación del capitalismo en la Europa del Este. Veinte años después de la desaparición de los sistemas socialistas que gobernaban la Europa del Este, la bien engrasada maquinaria propagandística de los medios de comunicación sigue remachando el clavo de la interpretació n sobre aquellos hechos: manejando ideas simples para asuntos complejos, liquidan el expediente evocando la supuesta “rebelión popular contra el socialismo”, para terminar felicitándose, interesadamente, por la “muerte del comunismo” y el “triunfo de la libertad”.

Además del recurso a la deshonesta y falsa equivalencia entre nazismo y comun ismo, los defensores del capitalismo utilizan otros argumentos. La equiparación entre democracia y capitalismo fue sólo una de las muchas astucias de tramposos que los laboratorios ideológicos del liberalismo desarrollaron con éxito en la Europa del Este, pese a la evidencia de que el capitalismo no trae consigo la democracia: de hecho, ha convivido y convive con regímenes dictatoriales, monarquías autoritarias, estados expansionistas y belicistas, democracias tuteladas, y, también, con el nazismo y el fascismo.

La deuda externa combinada de los países europeos orientales en 2008, excluida Rusia, superaba con mucho (en casi 200.000 millones de euros) el monto total de las inversiones extranjeras (que han sido de unos 450.000 millones) acumuladas en los casi veinte años anteriores: un mal negocio, desde cualquier punto de vista. La emigración ha supuesto un golpe demoledor para la mayoría de los países, y, al tiempo, un recurso inevitable para la subsistencia de muchas familias. Aunque las estadísticas son precarias e incompletas, sabemos que más de un millón de polacos han emigrado a Gran Bretaña, y contingentes numerosos a otros países, y el gobierno de Bucarest considera que tres millones de rumanos han aban donado el país.

También, sabemos que casi cuatrocientos mil moldavos han emigrado, casi el diez por ciento de la población. Centenares de miles de niños han sido abandonados por sus padres, o han quedado al cuidado de otros familiares. En Polonia, unos quince mil niños han terminado en orfanatos. El fenómeno es particularmente grave en Ucrania, Moldavia, Rumania y Bulgaria. Solamente en Rumania, según la Fundación Soros (que no es sospechosa, precisamente, de tener simpatías por el viejo socialismo real), hay trescientos cincuenta mil niños abandonados.

El corolario de todo ello es el aumento de la delincuencia, de la explotación sexual de muchos de esos niños, del tráfico de personas. La caída de la esperanza de vida ha sido también constante y documentada por entidades locales e internacionales. Agrupando a todos los antiguos países socialistas europeos y las dos mayores repúblicas soviéticas, Rusia y Ucrania, en 1993 hubo casi 700.000 muertes más que en 1989. En un solo año. El fenómeno, aunque con altibajos, fue constante durante toda la década final del siglo XX. Esa terrible mortandad debe tenerse en cuenta al hablar del supuesto “éxito” de la transición del socialismo al capitalismo.

Ahora, tras veinte años de capitalismo, las recetas que gobiernos, e instituciones como el FMI, aplican contra la crisis en que se encuentran los países del Este europeo son las tradicionales del más feroz liberalismo: nuevas reducciones salariales, aumento de impuestos a la población, recortes sociales, reducción de pensiones, desmantelamiento de servicios, con el aumento consiguiente de la pobreza.

La omnipresente corrupción, con raíces propias pero también instigada por la actuación de los empresarios occidentales; la degradación cultural, con dramáticas caídas de los índices de lectura y la desaparición o emigración de buena parte de los científicos y de las instituciones dedicadas a la investigación y la cultura; la destrucción de los val ores de solidaridad, que ha sido constante y sistemática, sustituyéndolos por la noción del éxito y del enriquecimiento rápido, definen un amenazador futuro inmediato.

Junto a ello, los rasgos populistas, nacionalistas e incluso racistas (cuando no directamente fascistas, como se ha visto en la rehabilitació n de los nazis locales en los países bálticos) han impregnado el discurso político de las nuevas élites, que, además, juzgan razonable acompañar en aventuras militares exteriores a Washington, como ha ocurrido en Iraq y Afganistán.

La sumisión de las nuevas élites gobernantes de los países de la Europa del Este a los Estados Unidos se constata en la humillante carta suscrita, con ocasión de la agresión de Georgia a Osetia del Sur en el verano de 2008, por antiguos presidentes de algunos países, como el polaco Lech Wałesa, el checo Vaclav Havel, la letona Vaira Vike-Freiberga, el lituano Valdas Adamkus, entre otros (todos, anteriores cómplices de las sanguinar ias aventuras bélicas de Bush), donde se alarmaban por el descenso del atractivo de Estados Unidos entre la población de sus países, se declaraban decididos “atlantistas”, y llamaban a “defender a Georgia” y a incluir a este país y a Ucrania en la OTAN, además de a evitar la influencia de Rusia en la Europa oriental y a limitar la capacidad de exportación de hidrocarburos rusos hacia el resto del continente: sin percatarse, esos aplicados discípulos de Washington, definían un completo programa de expansión para Washington en la zona… firmado por quienes ayer se proclamaban celosos defensores de la libertad y la independencia de sus países.

La agencia Reuters informaba recientemente de la nostalgia del socialismo entre la población de la Europa del Este: apenas el treinta por ciento de los ucranianos es partidario del cambio producido (en 1991, un 72 % llegó a creer que la conversión sería positiva), en Lituania y Bulgaria ya son mayoría quienes rechazan el cambio; y en Hungría, el 70 % de quienes eran adultos en 1989, confiesa su decepción por el capitalismo y por el abandono del socialismo. Algo similar ocurre en los países que formaron la antigua Yugoslavia. En Alemania del Este apenas una cuarta parte de la población se siente ciudadana plena de la nueva Alemania. Y en Rusia todas las encuestas siguen recogiendo que la mayoría de la población considera una tragedia la desaparición de la URSS. Lo mismo ocurre en las otras repúblicas soviéticas.

Es cierto que muchos aspectos negativos del socialismo real han sido olvidados por la población, sin duda porque el hecho incontestable es que la libertad no existe con la precariedad, el desempleo, la incertidumbre, la corrupción, el miedo al futuro. No obstante, aunque no sea el objeto de estas líneas, la aspiración a la libertad y a formas de participación reales en la antigua Europa socialista eran cuestiones de máxima relevancia que fueron ignoradas en los países del soci alismo real, como los serios desajustes de su economía que se pusieron de manifiesto a lo largo de la década de los años ochenta.

La constatación del desastre social de la restauración capitalista hace aumentar la nostalgia en toda la antigua Europa socialista, pero no resuelve los problemas actuales de la población, porque la reconstrucció n de los instrumentos de oposición capaces de proponer opciones socialistas viables no será sencilla: la mayoría de los partidos comunistas fueron destruidos, sus miembros, perseguidos, la ideología comunista sistemáticamente difamada, y los gobiernos y partidos liberales mantienen un control absoluto de los medios de comunicación.

Los comunistas rusos hablan de la naturaleza criminal del actual régimen ruso, pero la clase obrera soviética ha sido en gran parte destruida por el proceso de desmantelamiento industrial, y eso limita su capacidad de lucha. Pese a ello, subsisten importantes partidos comunistas en Rusia, República Checa y U crania, y se ha creado un nuevo referente en Alemania.

A la vista del sufrimiento social causado en estas dos décadas, debemos concluir que no había nada que celebrar en Berlín, aunque los muros nunca sean una apuesta por el futuro. La terapia de choque fue un experimento social, del cual el capitalismo no se hace ahora responsable, que se convirtió en una verdadera matanza de dimensiones aterradoras. En toda la Europa oriental, la muerte cabalgó sobre la privatización y el capitalismo.

Veinte años después, los ciudadanos de esos países recuerdan las insuficiencias del socialismo real, el autoritarismo, la represión de toda disidencia, el obsesivo control, pero cultivan también la nostalgia de un pasado cercano donde, a pesar de todo, la vida era más humana que ahora, y, por eso, parecen decirnos: Maldito socialismo, cómo te echamos de menos.
Referencia:

*Licenciado en Geografía e Historia, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Barcelona
Fuente: Publicado en el nº 265 de El Viejo Topo,

 

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.