Medios, todólogos, augures y profetas del 15-M español

966

Ángeles Diez*
 
Los medios de comunicación han tenido una relación compleja pero no contradictoria con respecto al movimiento 15-M. En términos generales la primera reacción fue el silencio, casi el desdén: apenas tres medios se presentaron a la rueda de prensa que informaba sobre la movilización prevista el 15 de mayo. La masiva ocupación del espacio público por parte de la población y la difusión de las movilizaciones por los medios extranjeros arrastraron a los medios españoles temerosos de perder credibilidad.
 
 
Cuando la realidad no puede ser omitida mejor airearla para poder “gestionarla”. El tratamiento y la imagen construida ha sido, en inicio, amable: chicos jóvenes –ya se sabe que los jóvenes tienen energía y siempre están disconformes-, lemas genéricos –la audiencia sabe que vive en una democracia, imperfecta, claro, pero mejorable-, indignación –no es un movimiento autóctono sino deudor del libro del francés Stéphane Hessel, “indignaos”. Hay que conjurar el peligro desde el inicio.
 
A medida que pasan los días, una vez ganada la credibilidad del gran público (los medios son creíbles cuando no ocultan la noticia), hay que canalizar, filtrar y orientar. En una democracia, si la gente puede decir lo que quiera tiene que decir lo correcto –decía Bernays-.
 
El movimiento ha desarrollado una buena estrategia hacia los medios pues intuye que los medios nunca ayudarán a las revoluciones. Los medios no son parte del poder, son el poder corporeizado. Los sistemas políticos contemporáneos no podrían sostenerse sin los medios de comunicación –decía Lippman en 1927-. Por eso, no son los medios masivos quienes establecen la agenda del movimiento.
 
“¿Quién nos puede contar lo que ha pasado en la Asamblea? ¿nos podéis pasar los acuerdos? ¿quién es el portavoz?” Los periodistas se irritan. No hay portavoces del movimiento (sí de algunas organizaciones cuyos miembros participan a título individual). Cada cual es libre de contestar y hablar a los medios pero no hay un portavoz del movimiento, no hay comunicados de prensa, hay comunicaciones de la Comisión de Comunicación y de los grupos de trabajo, las actas de las múltiples asambleas son públicas y se cuelgan en Internet.
 
Nadie simplifica los mensajes. Los periodistas son obligados a trabajar. Se insertan en las asambleas, toman notas, tratan de averiguar de qué se discute. Tratan de forzar a los participantes para que les suministren “resoluciones”, “acuerdos”, “notas”. Por primera vez los medios alternativos –parte del movimiento-, juegan con ventaja.
 
La no violencia es también un arma contra la lógica de unos medios ávidos de espectáculos que colocan la cámara siempre detrás del policía.
 
El movimiento ha generado sus propios medios, Internet (Webs, blogs, foros, red social), una radio en el campamento, una Comisión de audiovisuales que recorre y graba Asambleas y entrevistas a los participantes (siempre preguntando si se quiere o no ser grabado). El movimiento se documenta y habla de sí mismo, sin intermediación. El movimiento lucha por la palabra en todos los frentes. La lucha por la democracia es también la lucha por la palabra.
 
El intrusismo –en un contexto de debilidad- no ha resultado una buena estrategia. Si la gente no vota a opciones de izquierda que defienden las mismas posiciones que los movilizados en la plaza, piensan que el movimiento se equivoca, o adoptan una posición paternal: esta movilización será incapaz de construir alternativas y defenderlas.
 
La democracia nos aterroriza. También la política más allá de lo institucional. A unos y a otros por diferentes motivos.
 
A los poderes constituidos porque en un proceso democrático se corre el riesgo de deslegitimar a las élites que nos gobiernan, porque lo que está en cuestión es la obediencia a la norma, el consentimiento. La base de legitimidad de los gobiernos contemporáneos (representativos) es el consentimiento. Consentimos que gobiernen en nuestro nombre y mientras funciona el consentimiento el sistema no corre riesgo. Consentir es obedecer.
 
Muchos organizaciones de izquierda también temen a la democracia. Son, somos frágiles. Abrir un proceso de diálogo sin armadura nos da vértigo. Tenemos miedo de perder nuestros referentes (la teoría marxista, las consignas que nos protegen, la afinidad con nuestros pares, la organización que nos ampara). Nadie está dispuesto a lo que considera una pérdida de tiempo: hablar y escuchar al otro. Predicar, convencer, adoctrinar, es el abismo que separa a las organizaciones de izquierda españolas de la gente común. La pregunta no es si el 15-M es revolucionario o no. La pregunta es qué puedo hacer para que el 15-M sea revolucionario.
 
La izquierda española está desorganizada, fragmentada y atomizada. Es comprensible su incapacidad para conducir las precarias y espontáneas rebeliones por cauces productivos. Parte de esta izquierda no comprende que en el contexto español, en la debacle de su sistema político y económico, el movimiento 15-M, al poner el freno de mano –como dijo W. Benjamin-, puede ser revolucionario.
 
Ha sido una práctica habitual de nuestras izquierdas, supongo que también en las de otros países, el intento de instrumentalización de las movilizaciones. El ejemplo de las movilizaciones contra la incorporación a la OTAN es paradigmático, de ellas nación IU. Desde entonces inclusión ha sido sinónimo de deglución.
 
Decía T. Eagleton que el Augur es aquél que busca predecir el futuro para controlarlo. Habitualmente, dice, este papel lo juegan los economistas o los ejecutivos. Muchas veces, sin darnos cuenta, jugamos desde la izquierda ese mismo papel. Sin embargo -continua Eagleton-, el interés del profeta por predecir qué sucederá se basa en advertirnos de que, a menos que cambiemos de camino, no tendremos futuro. La preocupación del profeta es “denunciar la injusticia del presente, no soñar con una perfección futura; pero como no se puede identificar la injusticia sin recurrir a una noción de justicia, alguna forma de futuro ya está implícita en esta denuncia”.
 
El movimiento todavía despierta simpatía, por eso los medios y los augures trabajan para revertirla y adecuarla. Nuestro papel como ciudadanos comprometidos pasa por incorporarnos a la denuncia de la injusticia, no por augurar el futuro incierto de un movimiento que emerge. 
 
profesora del Departamento de Sociología I (Cambio Social) de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid

 

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.