Mentir no es un arte

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Gisela Ortega.*

Mentir es decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, se cree o se piensa. Hay muchas situaciones en las que se miente: para engañar; para buscar meritos y sobresalir; para ocultar complejos; por cobardía; por agradar a terceros; por mala costumbre y falta de respeto a uno mismo…

Se supone que no se debe mentir. La mentira es un mal habito, que es fácil de adquirir pero muy difícil de corregir. Muchas veces llevados por la incertidumbre y la desconfianza en nosotros mismos, caemos en la tentación de maquillar nuestras historias y cualidades para suscitar opiniones favorables.

Para presumir delante de sus compañeros de celda, un delincuente podría contar más robos de los que realmente ha cometido; o entre un grupo de hombres, para demostrar su virilidad se cuentan supuestas proezas sexuales. Este afán por impresionar está basado en la necesidad de buscar meritos o por sobresalir por medios tramposos, ya que por la honestidad sería más difícil conseguirlo.

La persona que miente lo hace generalmente para ocultar un complejo de inferioridad o por cobardía. Mentir para unos es una forma fácil de salir de una situación incómoda sin pensar en la dificultad que va a surgir cuando se manifieste la mentira.

Mientras que la persona sincera no tiene por que estar alerta por la interpretación de sus hechos, porque los transcribe tal como son, el mentiroso sí tiene que andar con cuidado sobre lo que manifiesta para que resulte coherente con lo oído por las personas ante quienes ha presumido. Un mentiroso que "se respete", no se conforma con ser un individuo cualquiera, sino que pretende ser siempre una personalidad de gran importancia, de ésas que algunos admiramos maravillados.

Las mentiras por cobardía son aquellas que se dicen para tratar de quedar bien en situaciones difíciles. Dentro de este grupo se encuentran las evasivas, cuando no podemos dar una contestación rotunda. Los silencios culpables, el negar en general todo lo que nos pueda traer un disgusto o un castigo (estas son artimañas más arriesgadas, porque para tratar de salvarnos podemos hacer que la culpa recaiga en otros).

Hay también embustes peligrosos y que, además, hacen daño. La persona que miente por placer debe saber medir muy bien sus argucias y nunca causar perjuicio con ellas. El que lo hace por deporte, debe tener en cuenta que está continuamente practicando algo muy peligroso. Se engaña para ganar prestigio o lustre a los ojos de los demás, pero se debe pensar en las consecuencias de sus invenciones —y del triste papel que hará delante de esas personas cuando lo pongan en evidencia.

Hay gente que engaña por disconformidad. A menudo señalan que les va bien cuando saben que no es así. Hay grupos, sobre todo en el ámbito de la "clase media" que quieren hacer creer, aún cuando ahora están económicamente limitados, que provienen de grandes familias con recursos.

Cuando uno piensa en la verdad y en la mentira es posible que vivamos más en el cuento que en la autenticidad. Mentimos porque no solo desconfiamos de los demás sino de nosotros mismos.

Mentir está en contra de los principios morales de muchas personas, está específicamente descrito como pecado en muchas religiones. En política, la mentira  es asociada con la falsedad de los gobernantes destinada en ocasiones a preservar la armonía social.

Platón la menciona en La República. Señalaba diferentes tipos de metal que los dioses habrían puesto en la sangre de las personas: oro en los gobernantes, plata en los auxiliares, bronce en los campesinos y artesanos. Los hijos de los presidentes nacerían con oro en las venas y estarían destinados a mandar, pero también los de algunos campesinos y obreros que, por ese hecho, también deberían ascender y mandar.

Platón aduce que, aunque esto fuese falso, si la gente lo creyera se lograría tener una sociedad ordenada —pues los auxiliares, labradores y artesanos tendrían la esperanza de que sus descendientes pudieran llegar a ser dirigentes— lo que convierte al mito en una mentira "noble". Además, esta fábula también haría creer a los gobernantes que son mejores que sus súbditos, fomentando en ellos el sentido de responsabilidad.

Sistemáticamente en política, sobre todo en las campañas electorales se dicen mentiras, a sabiendas que lo prometido será imposible de cumplir. Esto es grave. Estos cuentos han llevado que nadie tiene confianza en sus dirigentes y la mayoría, más por votar por alguien en quien tenga fe lo hace para rechazar en lo que ha dejado de creer.

Para el filósofo Immanuel Kant, el deber de no mentir es una ley moral inviolable porque no se puede convertir en una ley universal; falsear sistemáticamente acarrearía desconfianza y no se podría vivir en sociedad, pues la confianza es la base primordial para establecer vínculos entre las personas.

Kant no es el único autor que pensaba que la prohibición de mentir es absoluta. El filosofo británico Peter Geach, autor del libro The Virtues, considera que  moralmente está siempre prohibido mentir, pero aprueba las verdades engañosas, como la de San Atanasio, quien remaba en un río cuando los hombres que lo perseguían le preguntaron “¿dónde está el traidor de Atanasio?”, a lo que éste respondió tranquilamente, “no esta lejos”.

* Periodista.

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