Miércoles noche, América del Sur. – CUANDO TODOS DEBEMOS SER PERUANOS

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Ayer discutían, a veces en forma agria, las autoridades chilenas y peruanas: una franja de mar es la razón de la disputa –como si el océano pudiera ser de un Estado o de otro–. Y en la mar, a tiro de cañón de la localidad de Chincha Alta, a unos 1.800 metros de profundidad, se estableció el epicentro de los terremotos; magnitud 7.7 (algunas fuentes indican 7.9) en la Escala Richter el primero, 7.5 en la misma Escala el otro.

Se prolongaron unos 20 segundos cada uno: los edificios bailaron, se rompieron vidrios, las viviendas más modestas cayeron en un pueblo y en otro. Las personas corrían sin saben muy bien hacia dónde. Era el miedo. Un miedo que los habitantes del vecino Chile conocen bien. Cuando un temblor alcanza el grado o magnitud 7 deja víctimas, el horror adquiere cuerpo.

Eso lo saben también en Chile.

Por tanto es difícil responder a una pregunta que es necesario formularse. La pregunta es:

¿Por qué ningún «conductor(a)» de los noticiarios de televisión, nadie en los adelantos noticiosos de las radioemisoras y muy quizá tampoco ningún redactor de los diarios matutinos –que cerraban al llegar la información– según se verá en pocas horas, dijo una sola palabra de solidaridad con los que sufrían mientras ellos engolillaban la voz o machacaban el teclado?

Un imbécil (alelado, escaso de razón dice el diccionario de la RAE, no hay ánimo de injuria, sólo gana de describir) que ocupa un escaño en la Cámara de Diputados chilena, Rafael Tarud es su nombre, que ha venido en los últimos días como aferrándose a lo más torpe de la controversia sobre límites marinos, con un discurso que los hermanos Marx hubieran parafraseado, no ha dicho nada. Su verba inflamada de sandeces proto belicistas no debe haber encontrado una palabra cara a cristianos y musulmanes: misericordia.

Ningún periodista al parecer se ha dirigido a las autoridades de gobierno para preguntar si el aparato del Estado chileno considera movilizarse en ayuda de las víctimas del otro lado de la Línea de la Concordia (tampoco el gobierno ha emitido en tal sentido declaración alguna).

Da vergüenza.

Si mañana me entero que «por fortuna» ni Falabella, ni las boticas, ni Ripley u otra tienda, ni la fábrica de pastas de capitales privados chilenos han sufrido «daños de consideración», y se vuelve a obviar el dolor, el miedo y el luto de mis hermanos del Perú, la vergüenza hará subir los niveles de ira por este país que nos quitan a diario.

Espero no ser el único.

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