MUJERES EN LA MEMORIA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

foto ¡Qué experiencia la que estamos viviendo hoy!

Es una mezcla de tiempos y de espacios concentrados aquí. Es el tiempo de una hija con sus primeras sonrisas y preguntas. Es la hora de la joven esposa, quizás con el último te quiero en la voz. Es la hermana mayor o menor, con su consejo o su juego. Es la amiga entrañable, una prima querida. Es la madre que se eternizó, simplemente por todo. Desde qué ventana, de cuál casa, en qué ciudad del país o de otro país, vino la luz que te recuerda su mirada la primera vez o la última vez. Sin embargo, hoy sólo puede ser hoy, y este lugar es sólo aquí.

Son las memorias de estas mujeres, desaparecidas, ejecutadas, que traspasan el tiempo buscando un sitio, y ese sitio es la historia.

Porque las memorias, como hecho normal en nuestras vidas, se van configurando con las pequeñas y grandes cosas que hacemos cotidianamente, con los sentimientos y emociones que poseemos como seres humanos, con los sentidos, que nos permiten nombrar y comprender nuestra vida y su entorno.

Pero estas memorias, estas particulares memorias, son especiales, porque tienen una parte que no es humanamente comprensible. El grito que salió desde lo más hondo, preguntando ¡¿por qué?! o ¡¿dónde están?! y cuya respuesta, más de una vez ha sido verdad mentida, justicia cómplice, no encuentra paz.

La historia, esa historia que nos negó siempre y que, sin embargo, las propias mujeres nos encargamos de develar, ya consignó las grandes batallas que libraron las mujeres de fines del siglo XIX y comienzos del XX, junto a los obreros del salitre, del carbón, de ferrocarriles, por mejores condiciones de vida. Las luchas de las mujeres por el acceso a la educación superior y por el derecho a voto.

La historia, también nos recuerda la difícil integración de las mujeres a los partidos políticos en los años 50, esas mujeres que traían el impulso de haber conquistado el derecho a elegir, pero se les mezquinaba el derecho a ser elegidas. Pasaron décadas, en que ni siquiera fuimos minoría en los cargos de decisión política. Una mujer en instancias de decisión era siempre una excepción. Y ahora, hemos elegido a una mujer presidenta de Chile.

Cómo no vivir nuevamente el recuerdo del vigoroso movimiento de mujeres que emergió durante la dictadura militar; las infatigables jornadas de organización y movilización, en que lográbamos unirnos mujeres de tan distinta procedencia social y tendencias políticas.

Ese movimiento que tenía rostros y pasión: de mujeres que buscaban a sus familiares entre los detenidos; de mujeres que suplieron con creatividad y dignidad los recursos para el sustento diario; de las que se organizaron, por razones éticas, religiosas, ideológicas o políticas para la defensa de los derechos humanos y la recuperación democrática;
de las detenidas, torturadas, exilia das. De las 118 mujeres que fueron ejecutadas y las 72 mujeres que permanecen desaparecidas.

Cómo no recordar que recién ahora, en el proceso de construcción de este Monumento, dos hechos nos remecieron:

Uno, fue que a raíz del Informe Valech, se empezó a develar el tipo de tortura sufrida por la mayoría de las mujeres, y omitida en sus relatos por pudor. Supimos que la represión política tuvo el mismo sello de la violencia de género contra las mujeres, que sucede tanto en guerras y dictaduras, como en «tiempos de paz». A las mujeres se las violó como forma de tortura, así como en tiempos de paz se viola, se agrede, se acosa sexualmente, se controla los cuerpos y las vidas de las mujeres, y a veces se las mata, por el sólo hecho de serlo.

Partimos denunciando la represión política por parte de agentes del Estado, y nos encontramos con que ello representó el sentir de otras mujeres agredidas, antes y ahora, y en cualquier lugar. Democracia en el país y en la casa, fue la consigna del Movimiento Feminista chileno que recorrió el mundo durante la dictadura, y que nos sigue interrogando sobre cuánto nos queda por hacer todavía.

Otro, fue que cuando nos aprestábamos a sentir orgullo de que este Monumento fuera el único de su tipo en América Latina, supimos del femicidio en Ciudad Juárez en México, y el de Guatemala y el de El Salvador, sin que se supiera cabalmente quién los cometió. Entonces, nos dimos cuenta que era el único por la peor de las razones, porque en otros lugares de América Latina aún no han terminado los crímenes contra las mujeres, atribuibles al aparato estatal.

Por eso, el Monumento es también para las mujeres latinoamericanas, para aquellas que estuvieron detenidas junto a nosotras en Villa Grimaldi, en el Estadio Nacional y otros lugares, para las que dieron la vida luchando contra la dictadura en nuestro país, y para todas sus compatriotas, que seguro encontrarán en él, el espíritu de las luchas que hemos librado las mujeres por una vida mejor en el Continente.

El Monumento «Mujeres en la Memoria» es una contribución cultural contra el olvido, pero trasciende su propio fin, y se convierte en expresión política de las mujeres, en la memoria que nos impulsa como colectivo a transformar la sociedad en que vivimos.

Aquí está el espíritu de Nalvia Rosa, de Cecilia, de Carolina, de todas nuestras Marías, de todas esas vidas que ya tienen un lugar en nuestro corazón y que encontrarán un lugar en la historia de Chile.

Aquí está el espíritu de ellas, que nos legaron tanto, y de quienes decidimos no callar ante la injusticia, la violencia, la corrupción; las que dicidimos valorarnos y apoyarnos así nomás tal como somos; las que decidimos vivir cada día con ganas, para que sepan los que quisieron doblegarnos que no lo lograron; para que sepan nuestras hijas e hijos
que en gran medida la fuerza y el coraje de las mujeres, han hecho un poco más democrática, un poco más libre, un poco más amable la sociedad en que les ha tocado vivir.

El tirano, que murió traidor, cobarde, asesino y ladrón, se hará cenizas, mantenidas ocultas o lanzadas en lo desconocido, porque ya lo saben ellos, no hay ni habrá lugar de descanso para él.

En cambio aquí, en el sitio más visible, se levanta un símbolo de los cuerpos desaparecidos, de las vidas segadas con tanta crueldad. Aquí, justo aquí, donde se cruza la Carretera Panamericana que recorre nuestro país de Norte a Sur, y la Alameda Bernardo O’Higgins que lo atraviesa de Cordillera a Mar.

La carretera que une a nuestro país… «largo como lazo de arriero y angosto como catre de pobre» –como dijera nuestro poeta Pablo de Rokha– y la Alameda, «las grandes Alamedas, por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor», que nos legara Salvador Allende.

Este es un lugar para ustedes queridas compañeras. Un muro de cristal que nos permite verlas al trasluz de la Historia.

Muchas Gracias

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* Luchadora y dirigente social. Integró el Comité Monumento Mujeres en la Memoria.

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