No dios ni la democracia matan, pero Gloria Esther murió

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Lagos Nilsson.

Aceptémoslo, Gran parte de América vive al margen, en los extramuros de "lo que acontece". Periferia explotada somos acaso transeúntes que ven, a veces, los atropellos en (o de) la poblada avenida del poder, aunque más frecuentemente somos los atropellados. En todo eso debe haber una lección, quizá —empero— nadie quiere de veras aprenderla. Pero el cerco aprieta. Ningún dogal es de seda, todos ahorcan.

Vivir en la periferia, ser la periferia, el "tercer" mundo, sin embargo, es de suyo un sitio preferencial; padecemos el ejercicio del poder, pero nunca el poder termina de asfixiarnos. Condenados estamos al descuartizamiento, y  parecen los del Apocalipsis los potros que nos tironean —como al rebelde del Perú. Tampoco el rebelde del Perú termina de morir. El olvido es otro mito de la historia.

Así que ayer nomás fue VietNam, el "agente naranja" y la niña que corre desnuda y  quemada. Resulta imposible retener las imágenes de tanta matanza. La mentira sobre Bosnia, años después, destruyó a la República Federativa de Yugoslavia (para crear el puente kosovar y la ilusión germana de Croacia; la mentira ahorcó a Husseín en Irak —las misma que montó la imagen, primero heroica, luego anatemizada, de la inexistente Al Qaeda.

¿Qué delirio se montó sobre las montañas de Afganistán? Acaso el mismo que invadió un país-isla en el Caribe con nombre de fruta dulce, Granada, no Grenada, y pisoteó Panamá. La misma pesadilla a caballo entre la estrategia y "las utilidades" que mataron a Arbenz —y mucho antes hicieron explotar un barco en los muelles de La Habana.

Hoy le toca a Libia —y Gadafi no es más que el pretexto—, puede que un último ablandamiento para llegarle a Venezuela. Ya no son bananas ni piñas; se habla de petróleo. Mañana será el Acuífero del Cono Sur, el agua de la Patagonia tal como ya son los metales africanos. Pero hoy es Libia.

El asunto no es que Gadafi —que ayer posaba como "play boy" (y decían convidaba a ganosas entrevistadoras a su tienda)— sea o no un monstruo asesino. Quizá lo es, como lo fue, por ejemplo, el primer Roosevelt presidente o el último presidente Bush. La lección cristiana tiene vigencia: ¿quién arroja la primera piedra?. El asunto es que otra vez para "defender" a última hora a la democracia que ayer no les importaba un carajo se masacra.

Fue triste oír a la primera dama de EEUU confesar en Santiago de Chile que oraba (ella y su familia) por los japoneses que padecen los efectos del terremoto después de que su cónyuge dio el vamos a los bombardeos libios. Ella no ora por los árabes. No ora, no reza, no se echa ceniza en el cabello, no se conduele por las decenas de miles de cadáveres que la política de su país viene dejando por todos los meridianos y paralelos y trópicos de la Tierra.

Su marido tampoco. Su marido es ese señor de tez oscura y constituciòn leptosómica, que habría dicho Ernst Kretschmer, fotografiado y filmado y grabado al lado del pícnico señor Piñera; una imagen —o sucesión de imágenes— que bien se pueden considerar metáfora de la contemporaneidad. El espigado y alto al lado del payaso bajito de brazos breves —y obsecuente. Al final dos "clowns" para escenificar de distinta manera la tragedia del mundo, unidos para que esa tragedia tenga lugar: el actor y el partiquino.

La democracia —el gobierno del pueblo— muta de ideal a farsa, de esperanza a asesinato, de teoría a dolor concreto. No importa, el millón de irakíes muertos nada significan; nada son tampoco los mapuche que se pretende borrar del mapa; entelequias los que matan en Afganistán; sombras los africanos que mueren de hambre; enemigos malvados los bolivarianos de Venezuela (¡pero que suerte tiene ese Chávez que no terminan de derrrocar o asesinar!), y cómo joden los resistentes hondureños…

Vamos, el mundo es blanco y capitalista aunque lo presida un Obama multiblanqueado.

La democracia no mata. Los cristianos tampoco. Dios no mata, relata que leyó en el muro de una celda otro Premio Nobel de la Paz —más digno que aquel que no se debe nombrar en referencia a ese premio—, recordando Pérez Esquivel sus días de apresado y torturado, lo que Obama olvida (convenientemente) es que en nombre de la democracia y los "altos valores cristianos" mataron y matan a miles sus centuriones, sus mesnadas, sus especialoistas, sus mercenarios (política de Estado que dicen). En Chile mataron a Gloria Esther, por ejemplo.

No importa. Pocos nos acordamos de ella y las demás muertas (o que atravesaron un infierno peor que la muerte gracias a las enseñanzas místico-democráticas made in USA en la factoría panameña de aquel tiempo) en el reciente Día Internacional de la Mujer. Lo que importa a la "gran" prensa es la monserga hipócrita y ramplona del señor Obama sobre algo para unir a América a los intereses de sus mandantes y la candidez —o estupidez— de la señora de Obama sobre rezar por los japoneses mientras los suyos y por sus órdenes mataban golosamente en esos mismos momentos en otra parte del mundo.

Ceniza aventada solo queda de la jira del señor Obama y familia por tres países de América. Eso y la violencia imperial de sus acólitos y hombres de armas armados en tierra extraña (para ellos, que es nuestra tierra).

Eso —y la complacencia de sus yanaconas locales.
 

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