NO PODEMOS CONSTRUIR UN FUTURO SI NO CONOCEMOS LO QUE SOMOS

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Después de años en que la cultura se concibió casi exclusivamente como “bellas artes” reservada a una muy pequeña élite, hoy las cosas están cambiando aceleradamente en la República Bolivariana de Venezuela. Se vive una verdadera explosión cultural, en todos los ámbitos y niveles de lo creativo.

La gestión cultural por parte del Estado revolucionario se encuentra en medio de todo este proceso de cambio, a veces liderando, a veces acompañando las expresiones que vienen de abajo.

Para conocer más en detalle estas transformaciones, Argenpress –por medio de su corresponsal en Caracas– habló con el Ministro del Poder Popular para la Cultura, el arquitecto y poeta Franciso Sesto, más conocido como “Farruco”.

–Hoy día Venezuela transita una revolución, un profundo proceso de transformación. Siempre se dice que la cultura, en un sentido amplio, es una clave fundamental para los cambios: no hay revolución si no hay revolución cultural. Al respecto, entonces, ¿cómo entender hoy la cultura en esta Revolución Bolivariana?

–Hay una opinión que te la deberían dar los creadores mismos: los intelectuales, los artistas; sería bueno que incluso juzgasen, con visión crítica, qué es lo que se está haciendo desde la gestión cultural, que pudieran decir si hay una estética de la revolución. Y por otro lado hay una opinión que te la puedo dar yo como funcionario.

Los funcionarios no crean; o, al menos, no crean como funcionarios. Simplemente tienen una responsabilidad en sus manos, que en este caso, como ministro, consiste en poner los instrumentos del Estado al servicio de esta transformación revolucionaria que estamos viviendo.

Este profundo proceso de autotransformación lo hace el pueblo, no nosotros los funcionarios públicos. Lo que nos encontramos al inicio de la gestión fue que el Estado no tenía instrumentos reales con que encauzar esas transformaciones tan profundas que comenzaban a tener lugar, esa energía tan enorme y variada de nuestro pueblo. Por eso mismo, en estos años nos hemos encargado de dotar al Estado de ese bagaje instrumental con el que poder desarrollar las políticas acordes a esos cambios que se están produciendo.

Hubo que refundar la institucionalidad, repensarla, suprimir algunas instituciones, crear otras, para así poder desarrollar políticas nuevas, políticas en el marco de la revolución que se está produciendo: una nueva política editorial, una nueva política en el cine, en las artes escénicas, creamos un programa académico del propio Ministerio por el cual tenemos 35.000 estudiantes haciendo trabajos con las comunidades metidos en todo el territorio nacional. Es decir: nos estamos moviendo mucho, nos estamos preparando para armar esa nueva institucionalidad que el momento requiere para hacer que el Estado revolucionario pueda acometer, bien equipado, las tareas que le competen.

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En el pasado, lo poco que había en el área cultural, venía desarmándose, desarticulándose. Esa estructura anterior era muy pequeña, porque estaba concebida como una cosa de élite, pequeña, reservada; por el contrario nosotros hemos venido desarrollando una política de inclusión en términos territoriales para todo el país.

Anteriormente todo se concentraba en la capital, sólo en Caracas. Ahora se llega a toda la población nacional. No hay que olvidar que tenemos 32 lenguas originarias vivas. A veces eso no se recuerda; nos quedamos sólo con la imagen de Venezuela como país petrolero y nada más. Pero la complejidad de nuestro país es muy grande, con muchos grupos indígenas originarios, con una gran población afrodescendiente, con muchas comunidades de inmigrantes. Es decir: aquí hay una enorme variedad cultural, un país con una gran diversidad. Por tanto toda la expresión cultural es algo sumamente rico, amplio, variado.

–Hoy día es un lema del Ministerio, que podemos ver y escuchar por todas partes, que “El pueblo es la cultura”. ¿Qué significa exactamente eso? ¿Cómo debemos entenderlo?

–Es una consigna que surgió para expresar, para hacer explícita esa política de la inclusión, y para reforzar la idea respecto a que había que cambiar la visión de una gestión cultural hecha desde la élite y sólo para la élite por una gestión que estuviera al servicio de todo ese universo creativo que viene de abajo, que está en el pueblo.

Anteriormente el Estado nunca tomaba en cuenta toda esa riquísima variedad de expresiones culturales populares, de los pueblos originarios, del mundo campesino. A lo sumo eran objeto de investigaciones académicas, había algún estudio por allí, algún registro audiovisual de alguna expresión de este tipo, siempre entendiéndola desde un punto de vista folclorista. Pero no había una política expresa de enfocarle los reflectores para sacar esas manifestaciones de la penumbra y ponerlas a plena luz, una política que las reconociera como protagonistas de primera línea en la cultura del país. Eso antes no existía; es sólo ahora, a partir de la Revolución, que eso se está haciendo.

La consigna “El pueblo es la cultura” busca, justamente, poner en evidencia esa nueva concepción. También hemos desarrollado otra consigna, que es complemento de la anterior: “Revolución en la conciencia”.

Para efectos prácticos nos movemos con dos conceptos de cultura: por un lado, la entendemos como “alma colectiva”, lo que tiene que ver con las raíces, con la memoria histórica, con lo que nos diferencia y nos une con otros, lo que tenemos en común, nuestra propia diversidad. Es decir: lo que es el patrimonio, ya sea tangible o intangible. Todo aquello que es importante para desarrollarnos.

El presidente Chávez lo explicó con una sola frase: “cultura es lo que fuimos, lo que somos y lo que queremos ser”. No podemos construir un futuro si no partimos por conocer lo que somos. En ese sentido no hay ninguna cultura que prevalezca sobre otra, todas son igualmente importantes. Ese es el verdadero esfuerzo de inclusión.

Y también hay otro concepto de cultura, que es al que se refiere Martí cuando dice: “hay que ser cultos para ser libres”. Es la cultura como conocimiento, como manejo de información, como una sabiduría para entender ciertos procesos. Tiene un sentido más instrumental, como cuando se dice: “este es un hombre culto”. Es en razón de esas dos concepciones que manejamos que tenemos dos vice-ministerios: uno de Identidad y Diversidad Cultural y otro de Cultura para el Desarrollo Humano. Y por supuesto no entramos a discutir qué otra cosa es cultura porque no nos interesa mucho meternos en ese lío teórico enorme, interminable.

–Tu decías que eres un administrador, un funcionario. También eres un creador: eres un escritor. Entonces, tanto como hombre de cultura, como creador, y también como funcionario público, ¿qué diferencias básicas encuentras entre lo que fue la gestión cultural antes de la Revolución Bolivariana y ahora?

–Creo que hay cambios cuantitativos evidentes. Eso es innegable. Hoy día prácticamente puede decirse que no hay un solo escritor inédito por su propia voluntad; el que quiera que le publiquen un libro, lo puede hacer. El que tenga una composición musical ya puede dejar de tenerla archivada esperando a ver quién se la da a conocer, y lo mismo pasa con el que tenga una obra de teatro, o un guión para una película.

Quiero decir: la institucionalidad cultural está ofreciendo enormes posibilidades para que nadie se quede al margen, cada vez más y en todo el territorio nacional. Y lo seguiremos haciendo así, afinando cada vez más los instrumentos que facilitan esa política. Todos, absolutamente todos tienen su oportunidad de expresarse. Pero además hemos descubierto, con mucho asombro por cierto, que en términos cualitativos se ha evidenciado una cantidad de talentos que estaban allí, como a la espera.

Faltaba que tuvieran su oportunidad de expresarse, sólo eso; y en eso consiste la gestión cultural que se está llevando a cabo ahora, en permitir esa expresión. Nosotros queremos hacer un pueblo de escritores y de lectores. Alguien podrá decir que eso es demagogia; pero en realidad lo que hemos descubierto es que había muchos, muchísimos talentos ocultos que no tenían los espacios para manifestarse. Y ahora están aportando.

Por ejemplo, veamos todo lo que está pasando con el cine. Además de seguir apoyando a las viejas glorias del país, sin dudas figuras importantes en nuestra historia, se ha apoyado a los jóvenes talentos. Y en apenas dos años se hicieron alrededor de 500 documentos audiovisuales, muchos de gran talento. Lo mismo pasó en el área de las artes plásticas, que fue siempre, tradicionalmente, manejada por una élite cerrada; ahí también se está dando una gran apertura.

Y lo mismo aquí se hizo evidente la enorme cantidad de talentos que estaban ocultos, sin posibilidades de manifestarse. Nuestra responsabilidad, como Ministerio, es poner los instrumentos pertinentes al servicio de toda esa creatividad hasta ahora oculta, marginada. Esa es una diferencia muy grande con el pasado: rompimos con la estructura de la élite y, apoyándonos en la hipótesis de que todo el mundo tiene algo que comunicar, una vida interior, una visión del mundo que puede manifestar, estamos tratando de liberar toda esa potencialidad cultural dormida.

Será luego la vida misma, la historia, quien diga que alguien tenía más talento que otro; pero eso no se puede decir de antemano. Esas cosas no están prefijadas, así como nadie está predestinado por fuerzas naturales a ser rico o pobre. Lo mismo sucede en el área cultural: ningún talento está predeterminado por pertenecer a una familia o cosa por el estilo. Estamos tratando de abrir las posibilidades para que todo el mundo haga, y que todos también puedan crecer en la capacidad de disfrute. O sea que todos desarrollen su cultura literaria, su cultura cinematográfica, su cultura artística en general. Todos sin exclusiones

–La cultura puede ser tanto un instrumento de dominación como de liberación. En Latinoamérica padecemos una cultura impuesta desde el Norte que sirve para mantenernos maniatados, excluidos. ¿Cómo podría lo cultural servirnos para tomar distancia del imperialismo? ¿Puede una cultura propia, no impuesta, jugar un papel revolucionario? ¿Crees que podemos ir hacia una integración cultural en el marco del ALBA? ¿Podría ello ayudar de alguna manera a la causa de la transformación social?

–Creo que sí. Vamos, más que hacia una integración, hacia una unidad. Nada está predeterminado; podemos luchar para que las cosas vayan para un determinado lado, pero en realidad no sabemos cómo saldrán finalmente.

Nada está predeterminado, insisto, pero todo apunta a que en este siglo XXI se va a lograr la unión de nuestros pueblos, de nuestros países en una gran patria. Lo interesante es que desde la cultura podemos contribuir en mucho a esa unidad. Es más fácil a veces lograr acuerdos administrativos, económicos, lograr tratados aduaneros o en relación a pasaportes, acuerdos comerciales, que lograr una verdadera unión en lo cultural. Ahí, por muchas razones, se ve más difícil la situación. Pero estamos yendo hacia allá.

Tenemos ya el instrumento idóneo que nos puede ayudar en esto que es el Fondo Cultural del ALBA. Eso ya está en marcha. Y hay políticas concretas, que se basan, básicamente, en hacer cosas en común. Nada une tanto a los pueblos como el plantearse retos comunes. Con el Fondo Cultural del ALBA visualizamos la posibilidad, a muy corto plazo, de tener una productora latinoamericana y caribeña de cine, así como imprentas regionales distribuidas como red por toda nuestra región, y también una distribuidora de libros latinoamericana y caribeña.

Creemos que podemos convertir a ese Fondo en un instrumento que sirva realmente para la unidad regional. Creemos que en las diversas áreas de las artes podemos llegar a tener como agencias que sirvan para mover a nuestros artistas por todo nuestro territorio, y más allá de ellos también, propiciando el diálogo intercultural. Eso es importantísimo, no se lo podemos dejar al mercado. Son los Estados los que deben tomar a su cargo esas políticas. Incluso eso hay que hacerlo con un genuino espíritu latinoamericanista más allá de las diferencias políticas que pudiera haber entre los distintos gobiernos.

Al final esa unión, ese acercamiento de todas nuestras culturas como un bloque, respetando las diversidades, por cierto, puede darnos gran fortalezca. Alguien debería ser muy mezquino para decir que no se debería hacer, más allá de diferencias políticas.

–Ese acercamiento ¿podría tener un valor revolucionario finalmente?

–Seguro que sí.

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* Periodista. En ARGENPRESS, afencia de noticias independiente argentina
www.argenpress.info.

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