No se trata del color de la piel

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Ernesto Tamara*

“Obama no vive en Europa” escribía en estos días el periodista Sanjay Suri en una nota para la agencia de noticias IPS, donde destacaba el avance que significaba para los afronorteamericanos ver a Barack Obama convertido en el 44 presidente de los Estados Unidos y como contrapartida denunciaba el racismo y la xenofobia en Europa, que, sostuvo, impiden que algo similar ocurra en el viejo continente.

No ya que un negro llegue a la presidencia, sino simplemente que inmigrantes o hijos de inmigrantes alcancen a ocupar cargos de importancia en estos países.

En principio y aceptando analizar el problema sin el necesario contexto histórico, se puede llegar a admitir muchos de sus argumentos. Sin embargo, mirando el mismo asunto desde una perspectiva histórica, el análisis de Suri parte de una posición errada.  Porque precisamente se saltea 516 años de historia.

Para evitar cualquier malentendido, hay que coincidir de todas maneras que la elección de un afronorteamericano a la presidencia es un gran paso en un país que hasta hace poco más de 40 años admitía la segregación y formas de apartheid.

Pero el avance de Estados Unidos en el derecho de las minorías, de los inmigrantes, incluyendo a todos los países de las Américas, no puede analizarse sólo partiendo de la elección a la presidencia de Obama, como hijo de inmigrante.
Un verdadero avance hubiera sido la elección de un presidente de origen cherokee, sioux, o de cualquiera de las tribus originarias del continente.

A partir de la llegada de Cristóbal Colón a lo que hoy se denomina las Américas, los pueblos originarios fueron masacrados, exterminados y desplazados de sus tierras. Y como resultado de esa conquista al inmenso territorio, los países surgidos en esa región fueron gobernados desde entonces por sus descendientes. Una clase dominante que la constituyeron los inmigrantes, fundamentalmente europeos y sus decendientes.

Si se repasa los nombres de los presidentes, y hasta de los héroes de la independencia de todos los países americanos, se observan apellidos europeos en su mayoría de inmigrantes en la totalidad, incluyendo a los ingleses, escoceses, irlandeses y franceses de Estados Unidos y Canadá.

En América Latina recordemos algunos: Yllia, Menem, Kirchner, Alfonsín (en Argentina), Batlle, Terra, Lacalle, Sanguinetti (en Uruguay), Stroessner, Wasmosy, González Machi (Paraguay), Goulart, Vargas, Kubicheck, Collor de Melo (Brasil), Gaviria, Uribe, Bentancur (Colombia), Aylwin, Pinochet, Bachelet, Lago (Chile), Etcheverría, Salinas de Gortari, Fox, Zedillo (México) y así en todos los países. Ninguno de origen aborigen.

Europa que no fue colonizada, mantuvo el poder en una clase dominante autóctona, aunque entre los gobernantes de sus diferentes países hay apellidos que se cruzan desde la época en que se invadían y conquistaban los unos a los otros.

Tampoco se trata de subrayar que para que exista un avance en la integración en las Américas es imprescindible que sólo gobiernen hijos de los pueblos aborígenes. Incluso cuando en muchos países fueron casi totalmente exterminados. Pero sí hay que insistir en que no se trata de un problema de orígenes, de descendencias ni siquiera de integración de los inmigrantes, y aunque suene fuera de moda hay que decir que es un problema de pertenencia de clase o más elegantemente dicho, de extracción social.

La nota de Sanjay Suri presentaba como ejemplo el de la familia del ex-secretario de Estado norteamericano Colin Powell, hijo de inmigrantes de Jamaica. Suri señalaba que una parte de la familia de Powell emigró de Jamaica a Gran Bretaña. Mientras Powell llegó a ser general de varias estrellas y secretario de Estado, su primo británico se jubiló de chofer de bus.

Pero conviene señalar también, que Powell fue un general estadounidense que invadió Panamá, participó en la conducción de la primera guerra del Golfo, mintió a las Naciones Unidas y desencadenó las guerras de Afganistán e Irak, sin que nada de ello representara un avance, sino más bien un retroceso, en las condiciones de vida de los inmigrantes y las minorías.
 
El avance de los desposeídos no puede medirse si alguno o muchos llegan a la presidencia o altos cargos de gobierno, sino cómo llegan, a quienes representan y qué hacen después desde esos lugares de poder. En Bolivia, es importante que Evo Morales sea indígena aunque no tiene apellido aymara ni quechua y llegó a la presidencia impulsado por la lucha de su pueblo; pero mucho más importante aun es que gobierna para su pueblo, y su sola permanencia en la presidencia hace mucho por el avance de las clases marginadas del poder.

Mientras que en Perú el ex-presidente Alejandro Toledo de origen indígena que culminó su mandato sin pena ni gloria, gobernó para los ricos y durante su gobierno no movió ni un dedo por sus conciudadanos excluidos y eternamente postergados. En Cuba, Fidel Castro hijo de un acomodado inmigrante gallego, llegó también al gobierno encabezando la lucha revolucionaria de su pueblo y demostró que se puede trabajar siempre en bien de su pueblo y los de otros continentes.

Por eso la cuestión del origen social o racial de una persona no siempre es determinante a la hora de bien cumplir con los deberes que los gobernantes tienen para con sus conciudadanos que les eligieron. Porque en política y como en otras profesiones dirigentes, las amnesias de clase y de procedencia suelen ser también muy frecuentes. 

*Barómetro Internacional

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