«Parece que sabemos más de economía que de sexo»

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Lo dice alguien que escribió un libro con el título de una canción que cantó Chavela Vargas y que habla de sexo desde el lugar y sabiduría de la mujer. Lo que no es poco. Pero no basta. Los científicos no logran establecer qué sustancias son aquellas que disparan el deseo que a veces obnubila y –ciertamente– en ocasiones mueve las bíblicas montañas… Vamos por partes.

Ponme la mano aquí

Miguel Pato y Tatiana R. Brito*

Con su libro aprendemos de sexo pero sobre todo nos enseña a reírnos cuando hablemos de sexo. Así, inteligente y divertido ha salido este Ponme la mano aquí (Ed. Aguilar) en el que Sandra Uve nos regala una velada crítica a lo poco que practicamos sexo bajo la excusa del estrés y de la falta de tiempo.

“El sexo no es un entretenimiento. Es una cosa muy necesaria. A ver si de una vez por todas aprendemos a comunicarnos hablando de sexo como lo hacemos de economía. Es mucho más divertido. Es importante decirlo en estos tiempos que corren en los que parece que sabemos más de economía que de sexo. Es al revés.”

Sandra explica que, a través de Romina –protagonista del libro–, se invita también a la reflexión.

“Las mujeres hemos evolucionado en nuestra sexualidad como para saber dónde esta nuestro punto G. Y del mismo modo que nos gusta “ayudarnos” en plena relación sexual; también nos gusta ver eso en los hombres.”

* Periodistas.
www.periodistadigital.com

No se han identificado las misteriosas sustancias de la atracción sexual humana

P.D.*

Cincuenta años después de la entrada triunfal de las feromonas en el mundo de la ciencia y de la cultura popular, los científicos todavía no han podido identificar y aislar en humanos las misteriosas sustancias que presuntamente nos hacen desear al prójimo de manera irracional.

Se supone que existen porque así lo avalan infinidad de experimentos, pero se desconoce su identidad química y es imposible demostrar si tienen una función relevante en las relaciones humanas. Para algunos, incluso, no son más que residuos animales que han sucumbido ante el gran desarrollo de la inteligencia.

En 1870, Jean-Henri Fabre descubrió que los machos de las polillas recorrían grandes distancias para aparearse y propuso que se desplazaban atraídos por alguna sustancia expelida por las hembras.

Explica Antonio Madridejos en El Periódico de Catalunya que no fue hasta 1959 cuando Peter Karlson y Martin Luscher definieron por primera vez y propusieron un nombre para referirse a "las sustancias secretadas por individuos que, captadas por otros individuos de la misma especie, provocan una reacción biológica".

El bombicol, expelido por los gusanos de seda, fue la primera feromona identificada.

"Las feromonas sirven para transmitir información, pero a diferencia de las hormonas, que funcionan dentro de un mismo cuerpo, actúan como mensajeros entre cuerpos distintos", resume Ignacio Morgado, catedrático de Psicobiología en la Universitat Autònoma de Barcelona.

Eso sí: los animales no solo utilizan las feromonas para la atracción sexual, sino para comunicarse en sentido amplio. En las hormigas, por ejemplo, parecen ser las responsables de la cohesión social y de que los individuos reconozcan un camino. Algo parecido sucede en las abejas.

Pequeñas y esquivas

El anuncio de 1959 alentó las investigaciones y pronto se determinó el peso de las feromonas en la conducta de diversos animales. En el caso de los humanos, se sabe (o se supone) que se producen en diversas partes del cuerpo y que luego vuelan llevadas por el viento. El problema es que son esquivas.

"Cuesta identificarlas porque funcionan en cantidades muy bajas", explica David Bueno, profesor de la facultad de Biología de la Universitat de Barcelona (UB).

Los roedores y otros animales tienen muy desarrollado un órgano dedicado a detectarlas, llamado vomeronasal (VNO, en siglas inglesas), pero en los humanos "no es más que un rudimento de terminaciones nerviosas cuya funcionalidad nunca ha sido demostrada", subraya Morgado.

Se cree que el VNO perdió su funcionalidad hace 25 millones de años cuando nuestros ancestros primates empezaron a desarrollar la visión en color. En cualquier caso, precisa Morgado, es posible que seamos capaces de detectar feromonas mediante el uso del olfato. Como si fueran un olor más.

Un ejemplo conocido que demuestra la existencia de feromonas humanas –recuerda Gabriel Pons, profesor de la facultad de Medicina en el campus de Bellvitge (UB)– es el de las mujeres que viven cerca durante un tiempo, como las chicas de un colegio mayor o las reclusas, y acaban sincronizando el ciclo menstrual.

Martha McClintock lo sugirió por primera vez en los años 70: en su experimento, unas voluntarias se mojaban los labios con algodones empapados en la axila de otra mujer. "Con el paso del tiempo, las primeras acababan sincronizando su regla con la segunda", dice Pons.
Otro estudio atañe a las feromonas del miedo.

A unos voluntarios se les dieron dos almohadillas para oler: la primera contenía el sudor de personas que se iban a lanzar en paracaídas por primera vez, y la segunda, el de individuos empleados como placebo.

El sorprendente experimento demostró que el sudor de los paracaidistas novatos produjo señales en la zona del cerebro de los voluntarios asociadas con el miedo.

Otras investigaciones han comprobado que el sudor de los hombres puede funcionar como calmante en determinadas mujeres. Finalmente, la facilidad de los lactantes para encontrar el pecho de su madre también se ha vinculado a la feromona.

No cabe duda de que las feromonas tuvieron un impacto científico, social e incluso agrario, pues contribuyeron a mejorar las técnicas de polinización y a controlar las plagas, pero al mismo tiempo también sirvieron para enriquecer la pseudociencia.

Por ejemplo, cientos de productos se promocionan como estimuladores de la vida sexual gracias al "efecto feromona". Sin embargo, como recuerda Bueno, no debe confundirse el aroma agradable de una persona, en cuya aceptación pueden influir la cultura y un perfume industrial, con el reflejo irracional.

Bueno asume que las feromonas han perdido el peso que tuvieron antaño, pero no descarta una cierta influencia. En los flechazos amorosos puede ser mucho más importante el análisis visual, pone como ejemplo, pero la compatibilidad de feromonas puede contribuir a la consolidación de la relación.

"Aunque las tengamos –concluye Morgado–, quizá no necesitemos los mismos automatismos que los animales. Los mecanismos han cambiado evolutivamente y han dado paso a otros sistemas más modernos".

* En http://blogs.periodistadigital.com

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