Pensamiento dualista. – DIVISIÓN BINARIA EN FUNCIÓN DEL SEXO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La idea según la cual hay dos sexos estricta y binariamente definidos, es en sí misma el resultado del pensamiento dualista. La objetividad, uno de los principales ideales de una sociedad alienada, se define históricamente como cualidad sólo masculina. La capacidad de abstraerse del ambiente es talento característico del espíritu racional, que es un espíritu “masculino”.

Implícitamente el concepto de objetividad implica una dicotomía axiomática entre el sujeto y el objeto, una distancia emocional ambos, así como la ausencia de puesta en perspectiva por parte del observador, un punto de vista totalmente neutro. Este concepto, el de la objetividad, resulta de una interpretación del
saber visto más como una relación de poder que de interdependencia; adquirir un saber objetivo de algo es más bien conquistarlo que conocerlo.

El hombre es percibido como diferente y superior a su ambiente. Así que la racionalidad, es decir la capacidad de trascender sus sentimientos por el sesgo de la pura razón, es visto tradicionalmente, en el seno de la civilización occidental, como un talento masculino.

Empezando por Platón, que identificó a la mujer con la materia y al hombre con la forma, y más tarde otros filósofos como Hegel o Rousseau que vieron a la mujer como algo totalmente distinto al hombre, sin haber entre ellos más puntos comunes que con el resto de los animales. La distinción entre los sexos, empero, no fue siempre desvalorizante, Rousseau pinta una imagen muy romántica de lo que pensaba que era la naturaleza femenina, muy parecida a la imagen del “buen salvaje”.

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Según las teorías muy influyentes en la moral –como las de Kant– las mujeres no tienen la misma capacidad de razonamiento en este campo al ser gobernadas por sus emociones. Una acción dictada por las emociones –por ejemplo sacrificar su vida por salvar la de sus hijos– no puede ser vista como una acción moral, según Kant y otros muchos autores de la misma disciplina.

La mujer es incapaz de razonar en términos de valores. La mujer no tiene ningún medio para trascender su existencia física y es así reducida a un estadio primario. Esta identificación entre la mujer y la naturaleza resulta una descripción según la cual serían menos humanas que los hombres. La racionalidad es, en efecto, considerada como la única capacidad que eleva al género humano respecto a su entorno no-humano.

Desde la óptica europea occidental la vida tradicional está dividida por dicotomías tales como naturaleza-cultura, materia-espíritu, tanto en la esfera privada como en la pública; a causa de su “incapacidad para razonar racionalmente”, la mujer ha sido excluida de esta última. Ha sido, en su lugar, encargada de ocuparse de la esfera privada, para que su marido pueda trascender totalmente su existencia material.

En cuanto madre, la mujer deviene el símbolo de la dependencia y del ligamen con el ambiente físico tan despreciado por lo masculino. Para él, ella representa el recuerdo de la incapacidad para aplacar su hambre, la dependencia incondicional y, por el sesgo de sus deseos carnales sin límites, un recuerdo de su propia mortalidad. Ser nacido de una mujer es, para un hombre que haya crecido en el seno de la cultura del odio a la mujer, una fuente tanto de miedos como de frustraciones.

Una etapa natural en el proceso de masculinización, en el que los principales componentes son la autosuficiencia y la independencia, es también la sujeción y la dominación de la naturaleza, y esto con el objetivo de negar que ella es el pre-requisito a su existencia misma. Por el sesgo de la sociedad patriarcal el hombre, paradojalmente, se hace totalmente dependiente de una mujer que ha de tomar a su cuidado sus necesidades, con el objetivo de negar su dependencia de la esfera física.

En el curso de la historia, la mujer y la naturaleza han seguido una opresión paralela. La materia está muerta, es insignificante …Y la mujer es materia. Esto está claramente ilustrado, como lo demostró Susan Griffin en un brillante estudio sobre la pornografía; Allí el personaje femenino está explícitamente despojado de voluntad autónoma y de significación interna; es un cuerpo sin vida, materia bruta, y su único valor es
instrumental.

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Como decía Simon de Beauvoir, “el hombre busca en la mujer al otro, en tanto que semejante a la naturaleza. Pero sabemos los sentimientos ambivalentes que la naturaleza inspira al hombre. La explota, pero ella lo destruye, ha nacido en ella y muere en ella; ella es la naturaleza de su ser y un reino sujeto a su voluntad, la naturaleza es una veta de materia bruta en la que el alma está prisionera”.

Mejorar la tecnología, devastar los bosques, violar a las mujeres… El varón civilizado crea la impresión engañosa de controlar la naturaleza y –por lo mismo– niega su propia mortalidad. Su propio sentido de la vida es proyectado hacia el mundo exterior, que es percibido como frío, hostil, y esencialmente insignificante. Todo esto muestra claramente que el proceso de masculinización es en muchos aspectos sinónimo de la domesticación.

La sujeción de la mujer al hombre representa la subordinación de la carne al espíritu, el control del espíritu racional. En sus orígenes, como ya ha sido indicado, una idea de oposición entre espíritu y materia, que muy probablemente tiene sus raíces en las sociedades jerárquicas que se desarrollaron durante la transición ala vida sedentaria, hace alrededor de 10.000 años.

Estamos, como lo señaló Griffin, divididas contra nosotras mismas. ¿Somos nosotras, como a ciertos filósofos les gustaría que fuésemos, menos capaces para el raciocinio y el pensamiento simbólico?

La idea de una división estricta entre la genética y lo social es altamente sintomática del pensamiento occidental polarizado. No existe ninguna predisposición genética. El concepto de herencia de los caracteres no tiene sentido sin un contexto específico; el genotipo está inextricablemente ligado al fenotipo; aislado, este último, no es más que pura abstracción. Hay que notar que se han encontrado diferencias estadísticas entre hombres y mujeres, pero el hecho de que algunos individuos no puedan ser correctamente descritos por el modelo estadístico es un argumento contra la imposición de normas sociales que limitan su libertad.

Un rechazo absoluto de la dependencia del organismo humano a las condiciones biológicas es absurdo. Los seres humanos han evolucionado durante centenares de miles de años, y esta evolución ha sido enteramente determinada por el ambiente. Nuestros ojos han recibido su forma con la visión de caribus; efémeras, nuestras lenguas son el producto del agua clara y de las ciruelas maduras.

Todo lo que experimentamos esta apoyado en los sentidos, incluso la construcción más abstracta, vivimos experiencias usando un pensamiento desarrollado durante millones de años en las sabanas, y bajo las rocas húmedas. Como han hecho Judith Butler y otras pensadoras postmodernas feministas, escoger el relativismo psicológico no ayuda en nada a colmar el abismo abierto entre el espíritu y la materia.

Esta claro que las mujeres participan muchísimo en la recreación de las estructuras patriarcales.foto La liberación de las mujeres se confunde, para muchas feministas, con su masculinización. En general las mujeres no construyen su identidad alrededor de la dominación y de la trascendencia de la naturaleza. En su lugar, generalmente somos educadas en la óptica de desarrollar aptitudes de escucha y de sensibilidad.

En una sociedad patriarcal, sin embargo, estamos privadas de una capacidad muy fundamental: la capacidad de escucharnos a nosotras mismas. Se nos enseña a satisfacer los deseos de los hombres, más que a reconocer los nuestros. Reencontrando esta
capacidad, sin embargo, estaríamos preparadas para usar los valores –que no han sido enseñados– para crear un mundo no dividido, no negado y soportable.

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* Publicado en la revista estadounidense Green Anarchy (Anarquía verde), numero 21 otoño/invierno 2005-2006 (www.greenanarchy.org).
La mayor parte de los columnistas y colaboradores de Green Anarchy escriben bajo seudónimo. La reproducción de la cubierta corresponde al número que se señaló. La revista no se publica en castellano.

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