Permacultura: poner la vida en el centro de las cosas

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Con la invasión de Bush a Irak no es la primera vez que un poder occidental invade otro país en busca de petróleo, y probablemente tampoco será la última. Los expertos dicen que la producción mundial de petróleo alcanzará su punto más alto entre 2005 y 2012. Hay compañías que gastan miles de millones de dólares para taladrar kilómetros bajo el fondo del mar en busca de petróleo: todo por depósitos que, según el ritmo actual de consumo del crudo a nivel planetario, apenas durarán unas cuantas semanas. Y se proyecta un aumento de este ritmo de consumo en la medida que países como China incrementen el número de automovilistas a sus carreteras.

Poca gente es consciente que todo el modelo de vida del mundo industrializado está basado en la disponibilidad de petróleo. No solamente potencia a nuestros vehículos y buses y permite el transporte de alimentos de un continente a otro, sino que además permite la existencia de todos nuestros productos de plástico y de los petroquímicos de la agricultura industrial.

Sin un persistente y abundante suministro de petróleo, la vida tal cual la conocemos hasta hoy en día podría cambiar drásticamente. Sólo llevaría unos minutos mirar alrededor y ver todos los sub productos delpetróleo que hay en casa para darse cuenta de las implicancias de un mundo sin él.

La triste realidad de todo esto es que la mayoría de la gente en el mundo está atrapada dentro de un sistema que requiere que la población consuma productos industriales de petróleo para poder sobrevivir. Ya no sabemos cómo vivir sin todo aquello que el mundo industrializado provee, ni tampoco tenemos las organizaciones sociales que podrían permitirnos vivir de otra manera. Sin embargo, hay otra visión: un modelo para que la gente pueda abandonar la vida industrializada a fin de volverse autosuficiente y aprender a vivir sin dependencia de este sistema, cuyos días están contados. Ésta es la permacultura.


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PERMACULTURA… ¿QUÉ ES ESO?

Permacultura es un término acuñado por el australiano Bill Mollison (der.) en la década 1971/80, proveniente de dos palabras: “permanente” y “agricultura”. Sin embargo, se refiere a algo mucho más extenso que a la agricultura. Es una forma sustentable y holística de vivir. Es una filosofía. Es una transición para escapar del industrialismo.

La permaultura fue desarrollada originalmente en un ambiente subtropical y en grandes extensiones de terreno y se centró primordialmente en el cultivo. La idea de Mollison era crear áreas de cultivo que imitaran a los ecosistemas naturales. En vez de talar un área para plantar hileras de verduras, varios tipos de plantas fueron entremezclados para crear “bosques de comida”, en los cuales siempre hubiese algún tipo de fruto o verdura comestible creciendo, y donde las plantas marchitas estuviesen retornando a la tierra para proveer de nutrientes a las otras plantas.

Luego la permacultura se expandió para incluir formas de edificación de viviendas menos dañinas para el ambiente –también conocidas como edificaciones ecológicas o eco-viviendas–, que usan productos locales disponibles y fuentes renovables y naturales de energía, tales como el viento y el sol, en vez de formas de energía no renovable.

Conectada a estas formas, la tecnología apropiada usa herramientas de baja intensidad energética y baja tecnología para lograr lo que normalmente se logra por medios industriales. La permacultura incluye también modos de tratamiento de agua y de cuidado de otros recursos preciosos. Además, se centra en la creación de economías locales.

En la actualidad la permacultura se aplica en todo el mundo y en toda clase de climas y ambientes, incluyendo aquellos más urbanizados. De hecho, la permacultura urbana es un área en la que mucha gente está involucrada a fin de desarrollar proyectos permaculturales en espacios citadinos, puesto que se reconoce que generalmentelas personas más dependientes de la economía basada en el petróleo son aquellas que viveb en las ciudades.

Los principios de la permacultura se aplican a lo largo y ancho del planeta, por ejemplo en Brasil, Argentina, Alemania, Italia, EEUU, Canadá, India y en varias naciones africanas. Las ideas que promueve son aplicables tanto a áreas ricas como empobrecidas y adaptables a las costumbres y culturas locales.

La flexibilidad a las especificidades de los distintos sitios es una parte integral de la permacultura. Aunque fue «inventada» en el mundo industrializado, la idea de vivir en forma sustentable no es para nada nueva: los pueblos originarios siempre han vivido así. Sin embargo, como la mayor parte del mundo ya no sabe cómo vivir en armonía con la tierra, la permacultura provee de los medios para transir de un modo de vida basado en el sistema productivo petro-industrial a otro más saludable, autónomo y sustentable.

LA ÉTICA SUBYACENTE

La permacultura está basada en varios principios, algunos de los cuales explicaré con ejemplos de cómo se podrían implementar. Sin embargo, primero que nada es importante referirse a la ética que subyace tras dichos principios.

La base de todos los principios permaculturales es el cuidado de la tierra y de la gente, además del retorno de cualquier plusvalía. El cuidado de la Tierra es el reconocimiento básico de que la Tierra es nuestro hogar, sin ella simplemente dejaríamos de existir. La Tierra no sólo incluye el terreno y el agua, sino que también a todos los otros organismos vivientes. Los ecosistemas son complejas cadenas de interconexiones en las que la sobrevivencia de unas especies depende de la sobrevivencia de otras. Un simple ejemplo es el de las abejas. En tanto principal especie polinizadora, la sobrevivencia de las abejas es esencial para la sobrevivencia de numerosas plantas, que en muchos casos proveen de comida a los humanos y a otros animales.

Sin abejas para la polinización, nuestra capacidad para cultivar comida estaría en serios problemas. Muchos pesticidas usados para matar a insectos que son considerados plagas eliminan también a las abejas. Éste es sólo un ejemplo de la falta de visión y entendimiento de la realidad física de nuestro mundo que el sistema industrial perpetúa. Por supuesto, al cuidar la Tierra y a todos sus habitantes, se cuida también a los seres humanos.

El principio del retorno de la plusvalía está incluido en los dos primeros aspectos éticos de la permacultura: si nos interesa cuidar la tierra y a sus habitantes, le devolveremos entonces lo que no necesitamos a otros que sí están necesitados, ya sea a la gente, a los animales o al terreno. Ésta idea, más que coincidir con la filosofía marxista de la redistribución de la riqueza del rico al pobre, y que requiere de la participación del Estado para supervisar las actividades económicas, tiene que ver con una visión comunitaria; vale decir, con la construcción y mantención de una comunidad a través de los recursos compartidos. El principio del retorno de la plusvalía también sigue el modelo provisto por la naturaleza. En el mundo natural no hay desperdicios: una manzana podrida, por ejemplo, deviene en comida para varias criaturas, o simplemente se pudre, proveyendo de nutrientes al árbol del cual provino.

Regresando a los principios, habría que decir que el primer principio de la permacultura es la observación. Aunque esto parezca obvio, hay que entender que la mayoría de nosotros –que vivimos en el mundo industrializado– tenemos muy poca conexión con el mundo natural. No estamos conscientes de los sitios donde alumbra y calienta el sol durante ciertos meses del año ni de donde corre el agua en ciertos terrenos durante los meses de lluvia. La observación requiere que pongamos una especial y prolongada atención a elementos tales como al ángulo de los rayos del sol, a cuanta luz solar recibe un terreno en las diferentes épocas del año, adonde es más probable que caiga la escarcha, etcétera.

Estar familiarizado con estos elementos es esencial para poder obtener el mayor provecho de ellos, sin importar si uno vive en un departamento, una casa o en el campo.

Otro principio es la conexión, esto es, ser capaz de conectar diversos elementos en una forma que sea eficiente y productiva. Un ejemplo podría ser el siguiente: a un morador de un departamento le gustaría sembrar verduras en un pequeño patio o balcón. Después de observar el patrón del sol y de ubicar el sitio con la mayor cantidad de horas de luz solar, el morador también podría fijarse en la lluvia que corre por la canaleta y que podría ser dirigida en una nueva dirección a fin de irrigar con agua de lluvia las plantas, haciendo uso, de esta manera, de los recursos gratuitos disponibles en vez de tener que comprar agua de la ciudad para regar.

El tercer principio dice relación con la recolección y almacenamiento de energía y materiales. También se lo conoce como cierre de ciclo, porque trata de mantener los aportes y rendimientos en un mismo espacio, estimulando así una mutua retroalimentación de ambos. Siguiendo con el ejemplo del morador del departamento que tiene un pequeño rincón de cultivo, quizás se podría añadir que éste tiene un ventanal soleado donde las semillas germinan, usando así el calor natural provisto por el sol en vez de tener que comprar plantitas en almácigos listas para ser transplantadas o de tener que invertir en caras ampolletas fluorescentes para este fin. Al mismo tiempo, nuestro jardinero podría destinar un espacio en el patio del departamento para mantener un arcón o muladar de compostería a fin de echar todas las sobras de comida, evitando así arrojarlas a los vertederos de basura, lo que le permitiría crear eventualmente un rico abono de compostería para ser usado como nutriente de la tierra donde se han de cultivar plantas y verduras.

El cuarto principio establece que cada elemento tiene múltiples funciones. Esto es tan simple como decir que cada planta que se cultiva tiene más de un propósito. Por ejemplo, el hinojo, que es un alimento, también es una planta medicinal y sirve para atraer insectos benéficos. O en un caso más sofisticado, se puede dar el ejemplo de un invernadero conectado de cierta manera a una casa que, además de servir como espacio de cultivo durante las estaciones frías, puede calefaccionar la casa de modo natural durante el invierno.

Además, cada función debería estar mantenida por múltiples elementos que ayuden a alcanzar las metas deseadas cuando un de ellos falle. Ese mismo invernadero del ejemplo anterior, calentado normalmente por el sol, también podría usar otros elementos que mantengan el calor adentro, tales como barriles pintados de negro llenos de agua, fardos de heno o, incluso, una pequeña laguna cercana para que los rayos del sol refracten su luminosidad en el invernadero.

He aquí dos principios más: realizar el menor esfuerzo posible para obtener el mayor resultado deseado y usar sistemas intensivos a escala humana, enfatizando la creatividad en el uso de cantidades mínimas de energía por un máximo retorno. Cuando pensamos permaculturalmente, es importante ser creativos al idear proyectos en cada sitio particular a fin de reducir la dependencia de la población de los recursos externos, evitando así que se requiera de una gran cantidad de energía –industrial o humana– para lograr un cambio en el ambiente.

LOS RECURSOS QUE NO SE AGOTAN

El uso de recursos renovables y biológicos es algo que se da por sentado en la permacultura, no sólo porque dichos recursos existen en forma independiente del modelo industrial, sino que también porque efectivamente pueden aumentar con el tiempo en vez de ser agotados. Las gallinas, por ejemplo, que proveen de comida y guano, se reproducen fácilmente. Una vez que se ha invertido en unas cuantas gallinas, se tendrá un beneficio a largo plazo.

El reciclaje de materiales y energía también es un principio importante que requiere de un cambio de mentalidad fuera de la sociedad desechable. Este principio se puede llevar a la práctica en forma diaria de muchas maneras, ya sea reutilizando las bolsas de plástico en las ferias y supermercados en vez de arrojarlas a la basura, o depositando los restos de comida en un receptáculo para producir abono de compostería que luego se utilizará en el huerto familiar o en la alimentación de los animales, o construyendo estructuras con artículos recogidos y reciclados. Con un poco de creatividad, casi cualquier producto puede ser reutilizado de infinitas e impensadas maneras, inimaginables casi para sus fabricantes.

La permacultura consiste realmente en un cambio de mentalidad, un modo de pensar más allá de lo inmediato, una manera de salirse de la caja mental creada por la sociedad. Por lo mismo, cuatro de los principios de la permacultura tienen que ver más con un cambio de actitud que con el diseño de sistemas sustentables.

El primer principio consiste en transformar los problemas en soluciones. Las restricciones pueden estimular la creatividad. La gente que vive en espacios pequeños poco aptos para el cultivo de verduras puede, por ejemplo, trabajar con sus vecinos a fin de reclamar los sitios eriazos y/o los espacios desocupados existentes en el barrio o vecindario con el fin de crear huertos comunitarios. Esto no sólo genera un sentido de comunidad, sino que también provee de áreas verdes en los distintos barrios para jardinear y para que los niños jueguen. Hay muchos lugares donde se han comenzado a crear huertos comunitarios en pleno corazón urbano; tal es el caso de la ciudades de Nueva York, Los Ángeles y Buenos Aires, sólo por nombrar algunas.

Una segunda actitud dice relación con gozar de los frutos rendidos. Mientras es bueno planear y diseñar proyectos en espacios a largo plazo, es importante también ver los frutos del propio trabajo a corto plazo. Cuando la gente ve los beneficios positivos de un modo de vida permacultural, tiene una mejor predisposición a este tipo de vida. Esto puede ser interpretado en términos de rendimiento del trabajo en actvidades tales como la jardinería, la creación de comunidad, la construcción con eficiencia energética, el uso de tecnología apropiada, etcétera.

Una tercera actitud es considerar el rendimiento ilimitado. La capacidad de rendimiento está impedida solamente por nuestra imaginación. Por ejemplo, la jardinería tradicional se caracteriza por hileras de verduras en grandes extensiones de terreno. De acuerdo al diseño permacultural, los espacios que se dejan alrededor de las plantas son zonas derrochadas. Cada huerto puede ser diseñado para hacer uso de los espacios verticales, mientras que la mezcla de diversas plantas y verduras ayuda a llenar los espacios vacíos con un vegetal que siempre puede ser usado, ya sea como comida, herbolaria medicinal, planta atrayente de insectos benéficos, material de compostería, o como sustancia o fibra para abonar la tierra. El espacio del techo puede ser utilizado para instalar calentadores solares de agua, colectores de agua de lluvia, deshidratadores de comida, etcétera. En las regiones frías, las casas pueden ser construidas para absorber la mayor cantidad de sol posible, y en las regiones cálidas, para desviar la luz y el calor solar.

Finalmente, los errores debieran ser vistos como herramientas de aprendizaje. Y esto es así, porque la permacultura es tan específica a cada lugar, que no hay respuestas fijas ni establecidas para cada problema potencial. Hallar soluciones es un proceso de experimentación y error. Al analizar nuestros errores, podemos encontrar nuevas e imaginativas soluciones a nuestros esfuerzos fallidos.

Al comentar los principios de la permacultura, he intentado dar ejemplos específicos para hacer su filosofía más concreta; pero estos principios son sólo la punta del iceberg. Me referiré a algunos ejemplos de permacultura en el mundo para mostrar un poco más en detalle cómo la gente ha lidiado con las problemáticas específicas de sus situaciones y experiencias peculiares.

LA PERMACULTURA EN MARCHA

En la India Bill Mollison visitó una aldea azotada por la pobreza. La sequedad y la dureza del suelo y la falta de agua hacían de la agricultura una tarea imposible. El pozo de la aldea se secaba al término de cada estación seca. Al plantar bananales y otros árboles, y luego al mezclar los árboles con varias otras plantas y «malezas», Mollison y los aldeanos crearon un abundante «bosque de comida» lleno de verdor. Las raíces de los árboles y de otras plantas labraron el suelo, haciéndolo más cultivable y permitieron la movilidad de los nutrientes contenidos dentro de la tierra. Las «malezas» crecieron y cubrieron cada espacio vacío, creando una red sólida de raíces para retener agua en el sitio. Esto permitió que la tierra se enriqueciera con nutrientes para que así pudieran crecer verduras y legumbres donde antes sólo había un páramo. Al cabo de unos cuantos años, este experimento dio como resultado que la aldea lograra su cuasi autosuficiencia en producción de comida y tuviera suficiente agua para cubrir sus necesidades anuales.

En la comunidad intencional de Gaviotas, en Colombia, el agua se puso salobre, sin poder ser bebestible. Los habitantes trataron de varias maneras de bombear a la superficie agua limpia empozada en acuíferos subterráneos. Se les ocurrió finalmente un ingenioso diseño que utilizaba los balancines de los niños para bombear agua. En la medida que los niños jugaban, bombeaban agua limpia a la superficie, sin necesidad de usar electricidad ni combustibles fósiles. La comunidad de Gaviotas está localizada en la sabana de Colombia, que también tiene un suelo duro y estéril, no muy apto para la horticultura ni el cultivo en general.

Experimentando, los habitantes de Gaviotas descubrieron que un cierto tipo de pino crecía bien en la zona. La resina de este árbol les daba además la capacidad de fabricar trementina y otros productos con el fin de poder generar ingresos para la comunidad. En unos cuantos años se encontraron con la grata sorpresa de que muchas plantas nativas que no habían crecido en la zona por siglos comenzaban a brotar en la humedad y a la sombra de los pinos. Los habitantes de Gaviotas también desarrollaron una tecnología solar extremadamente eficiente que les permitió abrir un hospital con energía solar, a pesar de que la comunidad está ubicada es una región donde a menudo está nublado. Sus habitantes han compartido esta tecnología en vez de patentarla, y actualmente se usa en diversas partes del mundo además de Colombia, donde incluso el palacio presidencial de Bogotá ha adoptado tal tecnología.

En Eugene, Oregón (EEUU), un hombre llamado Jan Spencer sacó el cemento de la entrada de autos de su casa y se deshizo del pasto del antejardín y del patio trasero para plantar en su lugar árboles frutales, bayas, verduras e instalar un gallinero. En vez de arrojar a la basura los escombros de concreto de la entrada de autos, los recicló usando algunos pedazos para construir caminitos a lo largo del jardín, además de una pequeña laguna. También compró dos tanques de agua de 5.700 litros cada uno, que conectó al techo de la casa para juntar y depositar agua de lluvia. A los tanques les conectó pequeñas mangueras que, usando la fuerza de gravedad, pueden irrigar actualmente todo el huerto de la casa durante los tres meses secos del verano. De las gallinas obtiene huevos para comer y guano para fertilizar las plantas. Jan también recoge las hojas de los árboles de su vecindario que usa para fortalecer la tierra. También seca, congela y conserva frutas y verduras, siendo capaz de cultivar en el terreno de su casa, ubicado en plena ciudad, todo aquello que necesita durante el año. Aunque Jan vive solo, no está aislado de su comunidad. Por el contrario, se mantiene activo, organizando talleres y compartiendo sus conocimientos en forma gratuita con todos los interesados en permacultura, e invitando a otros a compartir lo que saben. Recorre Eugene en bicicleta y realiza mingas, donde los vecinos se ayudan mutuamente para convertir sus respectivas casas y patios en huertos permaculturales.

En Michoacán, México, una pareja construyó su propia casa usando material reciclable cada vez que fuera posible. Instalaron dos cisternas subterráneas: una bajo la pendiente de una loma junto a la casa, que fue construida a los pies de la loma, y la otra al otro lado de la casa, que se usa como patio. Estas cisternas, donde depositan el agua de lluvia que cae del techo, proveen de toda el agua que la familia necesita durante el año. Sobre el patio, la pareja construyó un parrón, que brinda sombra en el verano y uvas en el otoño. Además, construyeron dos letrinas fuera de la casa, que no necesitan agua para su funcionamiento. Allí juntan todo el excremento humano, que luego se descompone gradualmente para ser usado -sin ningún riesgo- como abono en el huerto. El agua del lavaplatos -conocida como agua residual, porque contiene normalmente residuos de comida, aceite y detergente- es arrojada a un área con piedrecillas, grava y plantas específicas que filtran y limpian el agua, para luego ser conducida por un acueducto a los pies del cerro, regando el huerto y los árboles frutales. El costo de su pequeña pero hermosa y acogedora casa, no es mayor que el de una típica casa del mismo tamaño, aunque es infinitamente más eficiente en términos energéticos y cuesta mucho menos mantenerla que lo que cuesta una casa típica o «normal».

De los ejemplos mencionados debiera quedar claro que el modo de vida permacultural puede ser llevado a la práctica en variados ambientes y bajo distintos sistemas políticos. Sin embargo, la vida sustentable centrada en la autosuficiencia y en la construcción de comunidades, sugiere a algunos –entre los me incluyo- que la permacultura presenta una visión de mundo anárquica: un mundo de pequeñas comunidades viviendo sin necesidad de un Estado para organizarlas. Muchos de los que se oponen al actual proceso de globalización esperan que el Estado los proteja de los estragos que genera el rampante capitalismo. Pero en un mundo poblado por comunidades autosustentables y autónomas, la globalización tal cual la conocemos sería imposible.

Hay actualmente una infinidad de comunidades permaculturales intencionales en el mundo, ubicadas en países tales como EEUU, Costa Rica, Alemania, Brasil, México (éstas son las comunidades de las que tengo información), donde la gente se junta para tratar de vivir de un modo diferente, no desligada necesariamente del mundo externo, sino que trabajando en sus propias comunidades para crear otra visión de cómo poder coexistir y relacionarse mutuamente.

Cada una de estas comunidades tiene el desafío de ingeniar nuevas formas de relación tanto para llevar a cabo el proceso de toma de decisiones y de solución de problemas como para desarrollar maneras distintas de relacionarse con el planeta y con todas sus criaturas vivientes. Se viva o no en una comunidad intencional, la permacultura provee de los medios para empezar el proceso de distanciamiento del control estatal y corporativo sobre nuestro alimento y suministro de agua y energía y, por tanto, sobre nuestras propias vidas. Al contrario, vivir permaculturalmente requiere de un alto nivel de responsabilidad personal y comunal.

Está claro que el actual sistema industrial no sólo está condenado a desbaratarse en un futuro cercano, sino que ya causa estragos en todas las esferas de la vida en este preciso momento. Incluso aquellos que al parecer se benefician en términos materiales del sistema, sufren los efectos de las enfermedades industriales: estrés, consumo de agua y aire con un alto grado de contaminación, descontrol e incapacidad de tomar las riendas de sus vidas, etcétera. Sin embargo la mayoría de las personas en el mundo no se beneficia en absoluto del sistema. Pero claro, mucha gente encuentra difícil imaginar una manera para lograr salir de la red que impone la sociedad industrial.

La barrera que opera de modo más eficiente para impedir encontrar una salida es la ideología que hemos internalizado: los límites que le hemos impuesto a nuestras mentes son los límites más fuertes que debemos enfrentar. Afortunadamente, hay modos de romper con estas cajas cuadradas autoimpuestas. Una pregunta que el sistema nunca quiere que una persona se haga es: ¿cuáles serán los efectos de mis acciones en las próximas siete generaciones? Simplemente necesitamos problematizar el funcionamiento de las cosas, cómo funcionan y qué ramificaciones tienen y cómo podríamos hacer todo de manera distinta. Por supuesto, también es útil aprender de la gente que sabe vivir de la tierra en forma autosustentable: los pueblos originarios, cuya sabiduría ancestral aún perdura.

Pero yendo incluso más allá, ¿cuáles son las acciones que uno podría llevar a cabo cotidianamente? Hay tantas respuestas a esta pregunta que trataré de sugerir algunas breves posibilidades. Son simples acciones que uno mismo podría comenzar a realizar para iniciar el proceso de cambio de nuestra relación con la tierra, con los otros y otras, y con nosotros mismos. Ninguna de estas acciones va a provocar un cambio a escala mundial de un día para otro; son sólo un punto de partida, técnicas para abrir nuestros ojos y ver la verdadera natualeza del sistema en el que vivimos.

LA VIDA COTIDIANA

El primer paso es tener conciencia de lo que uno consume tanto en energía como en recursos naturales y bienes en general. ¿Cuánta energía consume uno personalmente y cómo se puede reducir dicho consumo? Caminar o andar en bicicleta en vez de tomar el autobús, tomar el autobús en vez de manejar, compartir los viajes en auto en vez de manejar solo, son formas de reducción del consumo energético. En la casa, por ejemplo, ¿cómo se puede disminuir el uso de gas licuado y de electricidad? Estar consciente de cuánta agua se gasta cuando uno se baña, se ducha o lava los platos es otra manera de tomar conciencia.

Encontrar formas de usar la misma agua dos veces es una estrategia permacultural. Y hacer un gran esfuerzo para estar consciente de lo que uno pone en el desagüe es otra. Si toda el agua del mundo fuera reducida a un galón (3,8 litros), sólo sería potable una cucharada sopera. Lo que uno bota en la alcantarilla no desaparece. Retorna cuando uno abre la llave del agua. ¿Cuánta basura uno produce? Hay muchas maneras de reducir la cantidad de desechos que uno produce. Comprar comida sin envoltorios ni bolsas de plástico, reutilizar las bolsas de plástico en el supermercado o en la feria en vez de aceptar siempre nuevas bolsas que al final terminan en el tacho de la basura, son algunos ejemplos. Por cierto, éstas son pequeñas acciones que no cambiarán el mundo, pero que tendrán un gran impacto en el proceso de acrecentamiento de la conciencia personal en relación a la cantidad de energía que uno usa a diario.

Un estudio en los EEUU asevera que si cada persona en el planeta consumiera la misma energía que se consume individualmente en forma promedio en los EEUU, se necesitarían al menos cuatro planetas del tamaño de la Tierra para suministrar solamente los recursos necesarios para el consumo humano. Ciertamente, la mayoría de la población del mundo no consume lo mismo que consume cada estadounidense promedio, pero en la medida que más países se industrialicen, los niveles de consumo irán en aumento en todo el mundo.

También hay que tomar conciencia de la importancia de la comunidad en la que uno vive y de los lazos que unen a dicha comunidad. Conocer a los vecinos y compartir con ellos es algo primordial. Una de las formas que el sistema capitalista industrial ha usado para mantenernos en la esclavitud salarial es el aislamiento, cuyo fin es impulsar al individuo a consumir más. Cada casa, por ejemplo, necesita para su mantención su propio medio de transporte, su aspiradora o enceradora, una televisión, etcétera. Esto ocurre porque hemos perdido la sabiduría de vivir en forma comunitaria. Por supuesto, en un mundo sin petróleo, estas necesidades hogareñas serían imposibles de mantener.

En una comunidad, las necesidades de una persona pueden ser satisfechas con el excedente de otra, cerrando así el ciclo. Un aspecto extremadamente importante en el desarrollo de una comunidad es el apoyo brindado a la agricultura de la biorregión donde uno vive y a otras formas de producción local de alimentos. En la medida que el petróleo comience a escasear, no será posible transportar grandes cantidades de comida de un continente a otro. Es esencial apoyar a los campesinos y ganaderos locales a fin de que no desaparezcan devorados por el complejo industrial agropecuario, cuyos días están contados. Hay que averiguar de dónde proviene la comida que comemos y tratar de comprarla en forma local siempre y cuando sea posible. Por supuesto, esto implica aprender a comer lo que se cultiva en la biorregión donde uno vive y aprender a comer lo que se produce de acuerdo a la estación del año: no comer frutillas en pleno invierno, por ejemplo.

Apoyar la producción de comida local también significa desarrollar huertos comunitarios, incluso en plena ciudad. Los huertos comunitarios no sólo proveen de alimentos, de sombra y de áreas verdes para desarrollar actividades culturales en el barrio, sino que también son catalizadores para que florezcan las comunidades. La gente puede compartir sus conocimientos y su energía. No es necesario que todos en el barrio sepan cómo jardinear. Lo mismo ocurre al compartir conocimientos sobre energía alternativa y tecnología apropiada. Una vez que los lazos comunitarios han sido creados, toda la sabiduría de la comunidad se comparte, traspasándola de una generación a otra.

Aprender a vivir fuera del modelo industrial puede parecer agobiante, incluso imposible, especialmente para aquellos que viven encerrados en la ciudad. Pero el modelo de la permacultura que empieza en forma pequeña y se expande gradualmente puede ser aplicado por cualquier persona en cualquier ambiente. Al acrecentar nuestra conciencia de cuán conectados estamos con la Tierra y, por lo mismo, de cuán dependientes somos de ella, adquiriendo conocimentos sobre los sistemas naturales y sobre la construcción de conexiones comunitarias, podremos aminorar el sufrimiento –inevitable, de todos modos- que provocará el término del petróleo y la destrucción del medio ambiente, y podremos así hallar vías para vivir en forma sustentable y en armonía, lo que no sólo nos permitirá sobrevivir al tránsito de una sociedad industrial a un mundo sin petróleo, sino que también nos llevará a vivir una existencia más rica e infinitamente más plena.

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* Profesora, Universidad de Oregón, EEUU.

Traducción de Jesús Sepúlveda.

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