Poesía: Granada era una fiesta 

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Ninguna ciudad más propicia para tan magno evento: la primera en tierra firme centroamericana, incendiada por el filibustero William Walker y renacida de sus cenizas, una y otra vez –como la poesía que, pasando por el fuego retorna siempre más viva– esta bella ciudad, cuna de maestros como Joaquín Pasos (a quien justamente le fue dedicado este primer festival), José Coronel Urtecho –a quien se le dedicará el segundo–, Pablo Antonio Cuadra, Ernesto Cardenal, y Carlos Martínez Rivas, para mencionar los más reconocidos, recibió a más de doscientos poetas provenientes de toda América Latina.

Las lecturas se sucedieron en atrios de iglesias y catedrales, en antiguos conventos, en colegios y universidades, en plazas y parques, y por supuesto, en bares y cantinas donde la tertulia poética sentó sus reales, tanto en la refinada red hotelera como en las barriadas populares, “sin fronteras”. Fueron cuatro días de fiesta palabreada y paladeada, donde el amplio espectro de la poesía siempre estuvo servido. Por lo demás se expusieron libros, revistas, plaquettes, obras de arte en pequeño formato, artesanías y rostros variopintos en la polisemia cultural y étnica del encuentro.

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Podríamos hace un recuento y evaluar las voces importantes al estilo de algunos cronistas tradicionales. Pero pecaríamos de abuso: todo recuento implica exclusión. Por lo demás, no se trata de seleccionar a los “principales” o “buenos”, sino de dar testimonio sobre la fortaleza de la poesía cuando se la convoca en buena lid.

Eso no implica recordar a Otto Raúl González de Guatemala, a José Luis Quezada y a Rigoberto Paredes de Honduras, con quienes compartimos poemas, recuerdos, copas, paseos y sueños. Igual al brasileño Jose Geraldo Neres, o a Jorge Boccanera desde Argentina, o el extrovertido verbo de los anfitriones: Chichí Fernández –organizador principal– y su esposa la poeta Gloria Gabuardi, el viejo de las barbas blancas, Ernesto Cardenal, Alvaro Urtecho, Rafael Vargaruiz, Nicasio Urbina (siempre rodeado de la belleza pinolera), Michelle Najlis, Iván Uriarte, Tania Montenegro, Carlos Rigby desde el Caribe, y un largo etcétera. Y a nuestros compatriotas Alfonso Chase, Osvaldo Sauma, Julieta Dobles, Rodolfo Dada, Alfredito Trejos, o el poeta más pequeño: Alejandro Cordero, pero sobre todo la belleza y el garbo de Ana Istarú. En fin, tantas voces consolidadas o de la nueva y vigorosa poesía centro y latinoamericana, que ya he caído en el exceso traicionando mi actitud hacia el recuento y excluyendo a tantos.

También podemos hacer señalamientos críticos: que la convocatoria fue excesiva y que rindiéndole culto a una falsa democratización no todos los que fueron debieron llegar, o que los recitales fueron arduos y kilométricos abusando de la generosidad del público. Pero lo importante, repito, fue la fiesta. Eso ha sido la fundamental: el rencuentro de la poesía con los juegos de pólvora y los gigantes cabezones de los pasacalles con cimarronas y chirimías, en un Güeguense con mucho de Chinfonía. Confiamos en que los organizadores sabrán interpretar e implementar los cambios necesarios para que el próximo festival dosifique la fiesta y sus lecturas. Lo esperamos.

Lo demás es literatura. O periodismo.

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*Poeta y narrador costarricense. Su novela Los ojos del antifaz –un recuento de la guerra del sandinismo en América Central– fue publicada por Ediciones del Leopardo en Buenos Aires y puede leerse gratuitamente en la biblioteca virtual Wordtheque Aquí.

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