POLÍTICA: CORRECCIÓN E INCORRECCIÓN

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Las preguntas, comunes a todos los entrevistados, fueron dos:

1. ¿Qué considera que es ser «políticamente correcto» hoy?
2. ¿Usted se considera políticamente correcto? ¿Por qué?

Martín Menéndez, lingüista y docente (Universidad de Buenos Aires –UBA–.

1. Políticamente correcto es un modo, creo, institucionalizado de caer en prejuicios que, en lugar de desterrarse, se ubican en un lugar –por momentos casi central– dentro del sistema social. El origen, sin duda auspicioso, se ve deformado –y hasta caricaturizado– por lo que uno puede o no puede decir o hacer de acuerdo con las circunstancias.
Todo puede llegar a ser «políticamente incorrecto»; y no es raro que su origen esté en los Estados Unidos que ha hecho de la discriminación un elemento constitutivo de su idiosincrasia.

Creo que el «prejuicio positivo» (a eso, de una u otra manera apunta lo políticamente correcto) es tan nocivo como el prejuicio, a secas (ahora habría que llamarlo negativo aunque ambos comparten el hecho de ser «prejuicio»). Que todos seamos, en algún punto prejuiciosos, no nos hace inmediatamente «nefastos discriminadores».
Hay grados. Pensar en opuestos es un modo, creo, de admitir la gradualidad como marca de diferencia. Lo importante, me parece, sería un mejoramiento en el acceso al conocimiento (la educación es la clave) y un respeto genuino de lo que es diferente. Un ejemplo, que me compete por mi actividad: cuando la normativa gramatical sea entendida como una variación necesaria, pero variación convencional, al fin algo comenzará a cambiar en la enseñanza de la lengua materna.
La corrección política, me parece, un juego retórico que lo único que hace, finalmente, es focalizar la diferencia, no respetarla. Y, algunas veces, acentuarla.

2. Trato de no serlo, en el sentido que anteriormente mencioné, ya que no me gustan las culturas de ghetto. Prefiero la amplitud, la divergencia y la posibilidad de que algo no me guste por el hecho de que, simplemente, no me gusta. Que no me interese, por ejemplo, una película iraní no me hace anti-iraní, anti-musulmán y pro norteamericano. Simplemente, entre las múltiples películas, ésa no me gustó. Descreo de las correcciones impuestas porque siempre son, en definitiva, dogmas que hay que seguir. Y prefiero ser, dentro de mis límites, incorrectamente antidogmático.

Patricia Kolesnicov, periodista cultural del diario Clarín de Buenos Aires.

1. Lo políticamente correcto es una hipocresía formal, un mundo «feliz» con la consistencia de un decorado, en el que los miserables que revuelven basura son «recuperadores» y los discapacitados, «personas con capacidades diferentes». Una hipocresía que permite predicar a la vez la admiración por los recuperadores y la obligación ciudadana de levantar la caca del perro y tirarla en los tachos (donde meterán la mano los «recuperadores») y apelar la resolución que obliga al gobierno porteño a subsidiar a los niños que están viviendo su infancia detrás de carritos llenos de basura.

Lo políticamente correcto se acaba con la cercanía, claro. Para bien o para mal, cuando está a distancia humana, el gay volverá a ser puto y el trabajador de la construcción, un negro albañil.

Se dirá que esa pretensión de amplitud bienpensante ha servido a, por ejemplo, la aprobación de la Unión Civil en la Capital y que, con todos los límites que tiene, es mejor que nada, es un algo simbólico frente al Estado. Sí, ha servido para eso y para ocultar la furiosa homofobia que sostiene una ley natural heterosexual y cristiana capaz de decidir qué derechos sí y qué derechos no, la obra social sí, la herencia no, son familia pero no, derechos reproductivos sí, aborto no, cojamos (forniquemos) pero poquito.

2. No soy, ni quiero ser políticamente correcta. Prefiero tratar de ver la brutalidad de mis prejuicios y pensar una ideología basada en cambios materiales, sólidos. Una ideología que no se caiga apenas sople el lobo.

Pedro Brieger, sociólogo y analista político.

1. Me parece que el término ha sufrido muchos cambios. En un primer momento se lo utilizó en Estados Unidos para tratar de cambiar formas de comportamiento y lenguaje respecto de la mujer y las minorías impulsado por las luchas de los movimientos sociales en los sesentas. Así, en vez de hablar de «negros» se comenzó a utilizar la expresión «afroamericanos» y los medios de comunicación intentaron mostrar a la mujer en un plano de igualdad. Por eso, en vez de utilizar la palabra «chairman» para alguien que preside una conferencia, se suele utilizar la expresión «chairperson» como símbolo de corrección política.

Sin embargo, también el concepto políticamente correcto ha sido bastardeado y casi que hoy simboliza el «sentido común» que no debe ir contra la corriente, mucho más que en el sentido original del concepto.
En la Argentina hoy no sería políticamente correcto hablar bien del menemismo porque todos «estamos» contra el modelo de los noventa. Esta amplificación del término le ha quitado parte de la fuerza que tenía en su momento como fruto de la lucha de movimientos sociales por imponer un cambio cultural y político

2. Intento ser políticamente correcto en el sentido originario del término: no hacer chistes sexistas ni participar de bromas denigrantes respecto de la mujer y trato de utilizar un lenguaje desprovisto de racismos o discriminaciones de todo tipo.

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Javier Daulte, dramaturgo,

1. Lo que hoy se llama políticamente correcto (expresión emblemática que ya no quiere decir nada) es nada más que la clausura de toda idea de reflexión «política». Encomillo la palabra porque hoy se le llama política a cualquier cosa. Creo que lo que estamos elucidando es el tema del pensamiento como hecho vivo y novedoso. Pues lo políticamente correcto forcluye toda posibilidad de emergencia de ningún tipo de pensamiento, y muy por el contrario, inaugura una especie de nueva moral, tan dañina como las más arcaicas y conservadoras.
Lo políticamente correcto no es más que unas nuevas tablas de la ley que indican las reglas de convivencia que garantizan la ausencia de fricciones y estimulan la pereza de pensar o repensar las situaciones. La ausencia de fricciones es el paraíso de cualquier dictador. Nadie está en desacuerdo con lo que yo pienso.
Ese límite entre lo que se supone progresista y lo que es definitivamente represor es el que se desdibuja en lo que se entiende como políticamente correcto.
Las diferencias deben limarse, las contradicciones deben disimularse. Lo políticamente correcto es en parte un concepto (quizá decirle concepto es darle la categoría que no tiene) heredero de la tan ansiada y occidental tolerancia. Pero la tolerancia sufre también del embate de la paradoja que supone. Se toleran las diferencias mientras esas diferencias no impliquen una intolerancia de las diferencias: toleraremos a todos los diferentes, siempre y cuando esos diferentes sean cualquier cosa menos intolerables.
La tolerancia es una falacia. El acuerdo tácito en el que todos acordamos correctamente en tanto política también. Ser políticamente incorrecto es sinónimo de inadaptación. Pues a escuchar a los inadaptados, ya que serán los únicos que tendrán algo nuevo que decir.

2. No me considero políticamente correcto. Y espero que nadie me considere así. Ser políticamente incorrecto es muy difícil hoy en día. La fuerza de las ideas progresistas consensuadas tiene gran potencia y es muy difícil deslizarse por fuera de su dogma que tiende a englobarlo todo y volverlo asimilable y digerible por la hegemonía bienpensante.

Ricardo Rouvier, sociólogo y consultor.

1. Políticamente correcto se denomina a aquello que supone una conceptualización o definición dentro de los cánones sociales esperados. Por lo tanto, confirma el sistema de expectativas que la colectividad tiene sobre una respuesta determinada.
Esta denominación ha superado a la política misma y se aplica a distintas esferas sociales. En un mundo paradojal, a veces, lo políticamente correcto es incorrecto y viceversa. Sobretodo cuando lo «correcto» enmascara cierta hipocresía o un aspecto opaco de lo público.

2. La segunda pregunta es sobre si yo soy políticamente correcto. En realidad la pregunta no debería aludir al ser, sino al parecer. Y si es así, contestaría que a veces sí, y a veces no soy políticamente correcto.

Félix Della Paolera, escritor y ensayista.

1. Ser políticamente correcto es coincidir con las ideologías dominantes, en general, de la época. Siempre fue así, más o menos. En este momento la tendencia llevaría a pensar que es políticamente correcto el pensamiento de izquierda. Depende de qué época, ¿no? En la actualidad es así.

2. No, no me considero correcto en nada. Pienso que es curiosa la palabra «correcto», porque es el participio pasado de corregido. Esas palabras tienen un participio actual y otro de la lengua latina que equivale a «corregido».
Ser políticamente correcto significa que uno ha corregido alguna postura política. Como yo no he tenido una postura política definida no he tenido mucho que corregir, entonces no me considero correcto. Es una palabra equívoca, la pregunta en sí es poco precisa. Yo no sé si se puede ser políticamente correcto de ninguna manera, hay que ver quién se corrigió.

José María Pasquini Durán, periodista y analista político.

1. Hoy, como ayer, a mi juicio significa manifestarse según las pautas aceptadas por la opinión hegemónica en cada momento de cada sociedad determinada.

2. No. Casi nunca estoy de acuerdo con las opiniones hegemónicas porque considero que el aporte de un intelectual es la visión crítica que pueda aportar en cada momento.

Emilio Cafassi, docente de la carrera de Sociología (UBA).
1. La movilización de vastos movimientos sociales, por un lado, junto a la caída de las dictaduras por otro, fue transformando buena parte del imaginario social mayoritario, limando algunas aristas puntiagudas y modificando la morfología general del sentido común. Los reclamos de igualdad de derechos y oportunidades, la lucha por la aceptación e inclusión de minorías, culturas e inclinaciones logró emerger, visibilizando masivamente nuevas reivindicaciones y una mayor conciencia –sassureana si se quiere– acerca de la potencia social del lenguaje.
Podría concluirse, que nuestras sociedades han evolucionado al ganar en conquistas políticas y simbólicas, si no fuera porque paralelamente se desarrolló un geométrico –y dramático– incremento del poder del capital frente al trabajo, del individuo sobre la comunidad, de la TV por sobre la política, de la violencia imperial, bélica y económica, sobre los sojuzgados.
La combinatoria de estas tendencias (contradictorias, aunque no diametrales) no impide disfrutar hoy de ciertas ceñidas libertades, siempre que se tenga la oportunidad de acceder a la super-explotación de los propietarios o ejercerla, o más ampliamente, de poder sobrevivir de alguna manera, que no es poco.

En magnitudes, y por sus consecuencias cualitativas, estos cambios de las últimas dos décadas no resultan nada despreciables y encuentran su correlato en la readaptación del lenguaje de la amplia mayoría de las clases políticas, las tecnocracias y los periodistas, bajo la formula recetaria y recetable del discurso «políticamente correcto».
Concientes de la lyotardiana desaparición de los grandes relatos, de la sustitución de la filiación por la pertenencia identitaria, de la clase por la inscripción cultural individual, de la utopía por el realismo egoísta, se erigen discursivamente como antihistamínicos políticos. Morigeran el síntoma, lo adormecen, evitan molestias, gambetean el reconocimiento de toda confrontación y de sus consecuencias, desconocen toda causa: oscurecen y aletargan.
El rédito no parece menor, ya que los protagonistas de las mejores adquisiciones sociales últimas son además de minorías emergentes, electores, lectores, televidentes, es decir potenciales clientes.

El discurso políticamente correcto es la readaptación del discurso político-mediático presente al sentido común contemporáneo. No se propone cuestionarlo, conmoverlo o jaquearlo, como lo hicieron oportunamente quienes contribuyeron a su transformación.
Es la respuesta timorata al reconocimiento del potencial del lenguaje, de las conquistas de los otrora invisibilizados, de la latencia del conflicto. Y como tal se opone a todo discurso de un campo (académico, artístico, vagamente intelectual) porque resulta estérilmente todologista. No delimita fronteras y especificidad sino que se concentra en la evitación y elisión oportunista.

El capitalismo ha evidenciado una fabulosa plasticidad para su adaptación y sobre todo para la cooptación, con una recurrente claridad en la priorización de sus objetivos estratégicos que ha hecho que el discurso políticamente correcto no sólo sea posible, sino deseable para su propia reproducción, excepción hecha del capitalismo eclesial. Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI, es ahora quién se alza contra el relativismo.

Los discursos políticamente correctos se transcriben, en simultáneo, por videotextos de Direct TV y palimpsestos del horror, aunque alivie algo reconocer que los hay aún peores.

2. No.

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( www.lamujerdemivida.com.ar/index.php?ediciones/027/piensan.html).<(p>

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