¿Qué hacer con tanto terremoto?: Planificación del riesgo más solidaridad

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Natalia Brite
  Margarita Gascon es doctora en Historia de la Universidad de Ottawa, Canadá. Es investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina y se ha especializado en la historia de los desastres naturales. Su ámbito primario de estudio es la región centro oeste argentina, fundamentalmente Mendoza y San Juan, la zona de mayor riesgo sísmico de este país.

Grandes ciudades y pequeños poblados pueden ser igualmente afectados por un terremoto, pero la reacción ante el desastre es distinta según el tamaño y la complejidad de una sociedad.

La autora de “Vientos, terremotos, tsunamis y otras catástrofes naturales. Historia y casos latinoamericanos”, explicó: ”las comunidades pequeñas están mejor preparadas que las grandes porque hay más solidaridad, comunicación y conocimiento entre vecinos que logran ayudarse mutuamente, organizar el rescate o poner a disposición un botiquín de primeros auxilios”.

En ese sentido, afirmó que es fundamental “reforzar las comunidades de base” y lograr que exista “en los barrios un circuito de comunicación conocido por todos”.

“Ante el desastre natural, las personas tenemos dos formas de reacción. Una es el amparo en la mirada religiosa; la otra es el resguardo en el pensamiento científico y técnico”, destacó Gascon.

La primera visión, se recuesta en una percepción de la naturaleza como “un texto en el cual la divinidad escribe sus deseos”. De ese modo, se cree que “para que esta fuerza divina no nos castigue con una inundación o un terremoto, hay que hacer procesiones que nos conecte con esa fuerza. La religión pone en una escala superior a la naturaleza, por lo que los humanos no tenemos posibilidad de dominarla”.

La religiosidad, continuó la investigadora, “permite superar más rápido la angustia, ayuda a pasar el duelo”. Así, tres de las más importantes celebraciones religiosas que se practican desde el siglo VII en América Latina surgieron después de un sismo. “El Cristo de los Temblores en el Cusco (Perú) se consagró luego de un terremoto masivo en 1650 y, hasta hoy, en Semana Santa se lleva su imagen en procesión. En ese mismo país –en este caso en Lima- se venera al Señor de Octubre; los peruanos cumplen con este santo desde cualquier punto del mundo en el que estén. En Salta, Argentina, la celebración del Cristo del Milagro comenzó tras un terremoto ocurrido en el siglo XVII y continúa en nuestros días.

Desde una mirada antagónica a la religiosa, el pensamiento científico y técnico, aborda los desastres naturales desde sus causas, proyecta la posibilidad de controlarlos y de generar tecnología que mitigue sus efectos más peligrosos. La visión aportada por las ciencias, aseguró la historiadora, es la que “se trasmite a través de los sistemas de educación formal y los medios de comunicación”.

Sin embargo, Gascon puntualizó algunos límites en la formación y el aprendizaje respecto del entorno que habitamos y sus riesgos: “En la educación formal deberían incluirse otras visiones: lo que conocemos como catástrofes -por la destrucción que genera- técnicamente es la liberación de un flujo de energía dentro del sistema natural”. Primero, hay que enseñar a asimilar que estos episodios “han permitido la continuación de la vida en nuestro planeta”. Además, debe explicarse “cómo desde la tecnología se trabaja en la prevención y reducción de la vulnerabilidad”.

Gascon destacó la importancia de la planificación y el análisis histórico. Sostuvo que las autoridades y la población de Chile debieron saber que “en todos los registros de terremotos anteriores siempre hubo tsunamis luego de un gran sismo”. La razón de ese fenómeno es científica: “la forma en que la placa de nazca se sumerge en la continental en un terremoto como el del pasado 27 de febrero supuso siempre posteriores tsunami”. Entonces “se debió declarar el alerta de tsunami sin perder tiempo”.

La percepción del riesgo es otra de las aristas que abordó la especialista. Se preguntó “¿qué pasa con el respeto-miedo a la naturaleza cuando se construyen ciudades a un lado de un gran río, o sobre una falla geológica?”.

Debe considerarse que una sociedad prioriza “la reducción de la vulnerabilidad cuando un desastre natural sucede. Pero cuando la vida social sigue su curso normal, las necesidades cotidianas son las que ocupan preferentemente la escena. Las comunidades privilegian tener cerca la fuente de agua dulce para el consumo, la agricultura o la comunicación. En este sentido, el pagar eventualmente el costo de una inundación no pesa tanto frente a los beneficios cotidianos”.

La pobreza también fue una variable considerada: “se juzga a los sectores de escasos recursos cuando se instalan al costado de un cauce de agua; se afirma: ‘¡qué inconcientes, cómo no ven que se les viene una inundación!’. Pero esas personas priorizan que esas tierras no son privadas y que, por lo tanto, no vendrá un abogado a desalojarlos; además valoran la cercanía a un comedor o una escuela. Es decir, piensan en la supervivencia cotidiana”, destacó Gascon.

Desde realidades muy distintas, los estratos sociales altos tampoco privilegian la percepción del riesgo natural al construir barrios privados que se asientan en zonas vulnerables geológicamente, pero priorizan el aislamiento del resto de la sociedad.

Al respecto, la historiadora dijo: “un ejemplo llamativo es que en El Salvador, a diferencia de la mayoría de los países, las áreas que rodean a un volcán no son áreas protegidas, lo cual evitaría la construcción de viviendas allí. En ese país, en las laderas de los cerros, no están instalados las casas de sectores pobres, sino los hoteles y casas más lujosas y ricas. Sucede que el paisaje es formidable. Los sectores altos priorizan el valor estético individual por sobre el riesgo”.

Al momento de pensar si estamos preparados para un terremoto, Margarita Gascon afirmó que se debe reconocer la existencia de distintas escalas. “Una es la escala de las conductas colectivas planificadas”. Otra es la escala de “las estructuras en una ciudad de riesgo sísmico (sistema vial, el polo energético y tecnológico, los hospitales y supermercados)”.

Sobre el comportamiento social planificado, destacó que “muchas veces no se toma en cuenta cómo difiere la reacción colectiva según el momento en que suceda la catástrofe: si ocurre en horario laboral, escolar y comercial, o si ocurre cuando la mayoría de las personas están en sus casas”. Lo anterior determina posibilidades de acción y reacción diferentes. Aun cuando suene irrealizable, remarcó, “se debe programar la reacción social”.

En la escala de las estructuras, por otra parte, “hay un esfuerzo por planificar”. Pero “muchas veces delinear un plan principal es un trabajo tan monumental, que no se deja espacio ni tiempo para hacer otras planificaciones alternativas. Una ciudad es un sistema con muchas variables, muy complejo; y los desastres también tienen escalas distintas”.

Gascon resaltó el valor de la solidaridad en su consideración final: “hay que preparar a la sociedad vecina para que acuda en ayuda ante una emergencia”. Cuando ocurre una catástrofe, además, “puede suceder que la persona que está encargada de organizar a las demás sea -ella misma- una víctima, o su familia”. En ese caso, “esa persona no puede responder como lo haría según su preparación y lo que marca la planificación, puede estar imposibilitado por no tener las horas de sueño necesarias o la tranquilidad emocional para actuar en resguardo de la vida de otros”. La planificación y la solidaridad son, entonces, condiciones indispensables.

Sabiduría popular y acción estatal

 La argentina Gloria Bratschi es comunicadora social y docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo. Publicó el libro “Comunicando el desastre” y propone un original eje de discusión para la preparación de la sociedad ante una catástrofe: la cultura o sabiduría popular.

Bratschi revisó lo ocurrido con el reciente terremoto en Chile: “los habitantes de zonas costeras pueden ponerse en alerta de tsunami con sólo observar el comportamiento del mar”. Para lograrlo, aclaró, “la información es imprescindible, pero es escasa en los medios de comunicación”. En ocasiones “es más importante la transferencia de conocimiento del entorno que se da de generación en generación y ante un desastre suele tener más peso lo que indica un referente de una comunidad que lo que dice un presentador de televisión”, dijo.

El modelo que plantea la comunicadora es ampliamente aplicado en otros países de nuestra región, frente a distintos tipos de catástrofes naturales. “En Cuba, y en Centroamérica en general, estos temas se los trabaja muy bien. La región cuenta con un organismo conjunto, el Centro de Coordinación para la Prevención de los Desastres Naturales en América Central (CEPREDENAC), que tiene carácter intergubernamental y pertenece al Sistema de Integración Centro Americano (SICA). A través de esa instancia se elaboran y desarrollan programas conjuntos. El objetivo es lograr la instalación de una cultura en cuanto al tratamiento de desastres naturales”.

Los países andinos (Perú, Bolivia, Ecuador, Venezuela y Colombia) también se han unido y trabajan intensamente en un compromiso que asumieron para 2015.

Bratschi puntualizó que “se trata de los acuerdos desarrollados en el Comité Andino para la Prevención y Atención de Desastres (CAPRADE). El objetivo que se fijó el organismo regional es prevenir y atender los efectos generados por desastres de origen natural y antrópico, de manera tal que derive en la creación e implementación del Sistema Andino para la Prevención y Atención de Desastres. En este sentido, se creó el portal GEORiesgo, con información acerca de herramientas y zonas geográficas en relación a la gestión de riesgo”.

La cuestión central, afirma la especialista, “pasa por decisiones de Estado que definen en qué y cómo se gastan recursos. Se puede mejorar la situación, por ejemplo, con presupuesto suficiente en salud, educación y protección civil”.

Acerca de la comunicación preventiva, Bratschi propuso una política pública planificada, “porque un pueblo informado puede decidir. Muchas veces la diferencia entre la vida y la muerte reside en la información que se puede obtener, por ejemplo en las escuelas, respecto de cómo observar el entorno, saber lo que puede suceder y saber cómo actuar en primera instancia”.

En este sentido, la experta recordó que en el año 2005 la Organización de Naciones Unidas conformó un organismo denominado Estrategia Internacional para la Reducción de Desastres (EIRD). De la conferencia celebrada en la ciudad de Kobe, Japón, participaron 168 países, entre los cuales estuvo Argentina. Se firmó un acuerdo mundial que tomó en consideración a la comunidad científica y a los forjadores de políticas, como contribuyentes complementarios en el trabajo la prevención y la asistencia ante la catástrofe. Así, se estableció un protocolo o marco de acción conjunto, al cual debieran adecuarse los suscriptos.

En el acuerdo firmado hay cuatro puntos centrales: “incrementar la conciencia pública, implementar políticas y acciones eficaces para la reducción de desastres; establecer alianzas interdisciplinarias e intersectoriales; y mejorar el conocimiento científico sobre la reducción de desastres. En estos ejes, la comunicación, entendida en sentido amplio, ocupa un rol central”.

Los medios masivos de comunicación jugaron un papel relevante en la criminalización de los sectores desprotegidos tras el terremoto en Chile. Gloria Bratschi observó críticamente esta situación y la relacionó con otros comportamientos mediáticos condenatorios de las clases populares. Al respecto dijo que “ante un desastre natural, no hay que hablar livianamente de irresponsables o ignorantes”, en referencia a las personas que actúan de acuerdo a las urgencias que marcan sus necesidades más elementales.

En relación a lo anterior, la especialista subrayó que “los asentamientos inestables son los primeros afectados por un desastre, sin embargo allí siguen estando, y no porque sus habitantes sean necios, sino porque no tienen otra posibilidad. Allí es donde tiene responsabilidad el Estado, porque si ocurre una catástrofe, esas personas quedan en peores condiciones de las que estaban, y se transforman en grupos sociales que deben reclamar, mendigar. Son los que luego, según los medios de comunicación, son saqueadores, violentos y ‘alborotadores”.

“Cuando se dice en los medios de comunicación que ante la catástrofe surge lo peor, es mentira”. Lo que sale al exterior, explicó Bratschi, “son emociones o comportamientos que, en situaciones normales, están controlados bajo el marco de las normas de convivencia y el respeto por la ley. Pero ante un desastre, ante la destrucción, la cotidianidad se ve alterada. La llamada ‘normalidad’ es inexistente y, por lo tanto, el comportamiento ante la desesperación, la angustia y las pérdidas debe considerarse de modo especial. Hay que tener en cuenta el estado de estrés postraumático en el que se sumergen las personas en esas situaciones”.

Finalmente, la investigadora afirmó que, en cuanto a prevención y planificación, “el trabajo que más hace falta es el directo con la sociedad. Allí la comunicación y los medios tienen mucho qué hacer, pero con la guía de la planificación de las autoridades, y su articulación con los referentes y líderes naturales de cada pequeña comunidad”.

*Periodista argentina, APM

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