Río: La ocupación de Rocinha

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Entre sonrisas de alegría y alivio por verse libres del yugo del narcotráfico, los moradores de las favelas no dejan de recordar que las carencias van mucho más allá de la seguridad que, más que recobrada, está haciendo su estreno en esos cerros. Quieren rapidez en las tan anunciadas acciones sociales, que en las demás favelas “pacificadas” todavía no fueron implantadas a fondo.

Por su parte, sociólogos que estudian la aguda cuestión de la violencia urbana son casi unánimes en decir que falta mucho para que se diseñe y se establezca una verdadera y consecuente política de seguridad. Lo que se ve en Río es sin duda un paso importante, pero volcado esencialmente para crear las condiciones mínimas exigidas para la realización del Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. Esa política, todavía inexistente, tendrá que extenderse necesariamente hacia la policía y la misma legislación. Tendrá que ser algo mucho más amplio que la ocupación militar de determinadas comunidades relegadas al abandono desde hace décadas.

Sin verdaderas reformas estructurales, con los gobernadores provinciales y los alcaldes evitando entrar en confrontación con las poderosas y corruptas policías, las medidas serán inevitablemente limitadas. Además, existe otro fenómeno de violenta criminalidad que apenas es mencionado por las autoridades de Río: las milicias, es decir, los grupos paramilitares integrados por policías y por bomberos que controlan la mitad de las favelas locales. Por más que sea cierto que muchos “milicianos” están presos, no se ha visto ninguna acción concreta sobre los territorios que controlan y someten con una ferocidad por lo menos similar a la de los narcotraficantes.

Es innegable que el tráfico viene sufriendo fuerte impacto con la ocupación de los cerros y la posterior implantación de las UPP, las Unidades de Policía Pacificadora. Ese impacto, en todo caso, se da mucho más sobre sus negocios paralelos –el transporte alternativo, la venta de gas, de televisión por cable, el cobro de “tasas de seguro”, la realización de bailes y fiestas– que sobre el negocio de cocaína, marihuana y crack, que se sigue vendiendo sin mayores tropiezos. Lo que ya no es admitida es la exhibición de armas y las leyes del crimen sobre la población.

El poder económico de las milicias, a la vez, es más amplio y diseminado: transporte, tiendas, tasas de vivienda, ingreso de nuevos moradores, compra y venta de inmuebles, gas, televisión, es decir, todo. Ejercen control secundario las drogas: cobran comisión sobre los puntos de ingreso y venta, pero no comercializan directamente.

La Rocinha, el Vidigal y el Chácara do Céu son tres cerros liberados del control perverso de los narcotraficantes. Y ahora podrán, por fin, entender toda la extensión de sus carencias, del olvido al que fueron relegados. Verán que esa carencia va mucho más lejos que la de la seguridad.

*Periodista y escritor brasileño. Publicado en Página 12

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