Rodolfo Novakovic / Carlos Haimbhausen, S.J., precursor de la farmacia en Chile en el siglo XVIII

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Para nadie es un misterio el interés que mostraron los religiosos de la Compañía de Jesús, desde su fundación en 1540, en los asuntos de salud y farmacia. En efecto, y tal como consta en sus Constituciones, Ignacio de Loyola mostró considerable interés por la salud de sus hermanos, al punto de ordenarles, a quienes padecían algún mal, total obediencia al médico y al enfermero. Por ello, en marzo de 1555 se instala la primera enfermería-farmacia en un pequeño edificio llamado Torre Rossa, que se ubicaba adyacente a la casa profesa romana y cuya dirección estuvo bajo el mando del médico Baltasar de Torres, que delegó la dirección en el hermano jesuita Luis Quaresma, venido de Lisboa.

Con el tiempo, las boticas (farmacias de la época) se difundirían en muchas casas de Europa pertenecientes a la Orden, y con el paso de los años, la finalidad originaria de servir exclusivamente a la salud de los miembros de la Compañía, traspasó los muros de sus conventos y colegios para terminar ofreciéndose ayuda médica y fármacos a personas con autoridad pública eclesiástica. lo que derivó, dada la publicidad y agradecimientos que naturalmente hacían las personas beneficiadas y curadas, en conflictos constantes con las farmacias tradicionales locales, sobre todo con las asociaciones y colegios profesionales europeos.

Sin embargo, lejos de amilanarse o de sentirse cohibidos, los sacerdotes y coadjutores de la Compañía de Jesús intercambiaron información valiosa sobre orígenes de patologías y sus formas de cura con profesionales no jesuitas, logrando así amplios elencos que describían enfermedades y las relacionaron con fármacos, algunos de los cuales comenzaron a ser elaborados internamente por la Compañía, centralizándose los conocimientos en el Colegio Romano.

Los jesuitas comenzaron a estudiar en forma seria no sólo la relación entre enfermedades y drogas, propio de los farmacéuticos tradicionales, sino que se adentraron en la descripción de éstos y aquellos, los usos convenientes según circunstancias, posología (dosis), etc., hasta el análisis de las características químicas de aquellos fármacos que sus médicos prescribían.

Durante el siglo XVII, asesorado por jesuitas competentes, el padre general de la Compañía pudo seleccionar a coadjutores y sacerdotes para servir en salud en las tierras de misión, donde los reinos de España y Portugal se prolongaban mediante la relación eclesial y política tales como virreinatos, gobiernos provinciales y municipios. Aprendiendo la medicina que en los imperios asiáticos se utilizaban los misioneros lograron establecer un diálogo e intercambio de conocimientos entre Oriente y Occidente tal como en Japón lo demostró el jesuita Luis de Almeida.

Y aunque en Europa fue importante la presión de los colegios farmacéuticos contra la “medicina jesuita”, sin embargo los religiosos justificaron con relativa facilidad la elaboración de sus propios fármacos en las tierras del Nuevo Mundo y en Filipinas dada la dificultad de adquirir y enviar drogas desde Europa hacia aquellos sitios distantes. Así, el estudio de los recursos naturales en las nuevas tierras de misión, el intercambio de conocimientos con los aborígenes o “naturales”, las múltiples experiencias adquiridas y la diversidad de medicinas con que la Compañía se nutrió, favorecieron el protagonismo de muchos jesuitas en la ciencia de la salud, medicina y farmacia.

Las bibliotecas de todos los colegios, casas y haciendas jesuitas presentes en el mundo contenían libros de medicina y farmacia, tanto de seglares como apuntes de cursos dictados en universidades por médicos jesuitas o colaboradores de la Compañía.

El problema se suscitó entre fines del siglo XVII e inicios del XVIII cuando se trató de sistematizar en compendios todos los fármacos y medicinas naturales que hasta ese entonces en todo el mundo se conocían, tanto aquellos provenientes de las farmacias tradicionales como los elaborados por los jesuitas mediante el uso de plantas nativas, o bien, utilizando técnicas aprendidas ya en los países de oriente ya en las tierras del Nuevo Mundo.

Fue entonces que, a mediados del siglo XVIII y gracias a las imprentas de última generación traídas a Chile, a Córdoba y a lo que hoy es Paraguay, por un religioso jesuita alemán, de noble linaje, que éstel decide junto a su farmacéutico implementar por escrito lo que se convertirían en los primeros vademécum farmacéuticos o compendios de drogas y medicinas naturales de que se tenga conocimiento. Se trata del sacerdote alemán Carlos von Haimbhausen, Conde de Haimbhausen, de quien hablaremos brevemente y cuyo escudo familiar se presenta aquí públicamente por vez primera (abjo, der.).

Hijo del Conde y la Condesa de Haimbhausen, Karl von Haimbhausen (o Carlos Haimbhausen, como luego se le conoció en Chile) nació en Múnich, Alemania, el 28 de mayo de 1692. Si bien su familia utilizaba el nombre de la localidad cercana a Múnich, Haimbhausen, su apellido real era Viehpeck (también Viepeckh, o Wieprecht, en polaco), pues descendían de un canciller bávaro, fallecido en 1576, de nombre Wolfgang Wieprecht (ver el Escudo Familiar de los Haimbhausen).

En 1709, es decir, a los 17 años de edad, Carlos Haimbhausen, renunciando a su título de Conde, ingresa a la Compañía de Jesús al Noviciado de Landsberg. Sus estudios se prolongaron hasta el año 1722, donde además de los estudios usuales que todo jesuita debía cursar —Filosofía, Teología, Historia, etc.—, se interesó vivamente y cursó, durante nueve años, Matemática y Física Moderna. Parte de sus estudios los realizó en el famoso Colegio de Ingolstadt (hoy Ludwig Maximilian Universität de Munich, LMU), entidad jesuita de la cual su padre, el Conde de Haimbhausen, era uno de sus benefactores.

Ordenado sacerdote en 1721, y siguiendo algunas de las antiguas peticiones del cardenal von Pommersfelden y de su sacerdote asesor, el jesuita Juan Bitterich, ambos buscaron levantar grandes talleres industriales para desarrollar Chile. El padre Haimbhausen, y otros dos barcos con religiosos, zarpó rumbo a América del Sur, en noviembre de 1722, desde el Puerto de Cádiz a bordo del Patache San Juan. Luego de un año y dos meses de viaje y largas permanencias en ciudades como Buenos Aires y Mendoza, el padre Haimbhausen y restante misión llegaron a Santiago de Chile el 21 de enero de 1724.

La Compañía de Jesús le asignó hacerse cargo de la institución con sede en la ciudad de Concepción y la creación allí de las Facultades de Filosofía y Matemática. Tras su gestión y dirección aquel mismo año de 1724 dicha entidad pasaría a tener el carácter de Universidad, siendo a partir de entonces reconocida internacionalmente como la Universidad Pencopolitana del Reino de Chile, sumándose a la ya prestigiosa institución jesuita, creada en 1594, el Colegio Máximo de San Miguel (cuya entrada estaba frente el Cerro Santa Lucía en las dependencias que hoy ocupa la Universidad Católica de Chile), y de la cual llegaría a ser su rector.

En pocos años el padre Haimbhausen fue designado, por su habilidad para crear y establecer negocios, Administrador de los Negocios de la Misión Jesuita del Reino de Chile, logrando que todas las haciendas, colegios y dependencias de la Compañía se autofinanciaran completamente gracias a su plan de aplicación de tecnologías en la siembra, la cosecha, la obtención de agua, etc. Fue tanto el desarrollo impulsado por este sacerdote en beneficio de los habitantes del país que, dos décadas después, en 1740, fue nombrado Representante de la Orden Provincial ante Europa, por lo que en 1748 trae a Chile personal jesuita de alto nivel con especialización en todas las técnicas industriales, tales como metalúrgicos, relojeros, organistas, ebanistas, cartógrafos, médicos y farmacéuticos.

Aunque mucha fue su obra, la cual no sería posible narrar en este único artículo, aquí se pretende describir su aporte por mejorar la salud de los indígenas y habitantes del Reino de Chile. En efecto, desde la creación de la Compañía de Jesús en 1540, sus representantes Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Mateo Ricci, Ferdinand Verbiest, entre otros, tuvieron como norma desarrollar una medicina alternativa a la que existía en Europa, y cuyo control estaba normado, como ya antes se dijo, por los colegios farmacéuticos, principalmente aquellos de origen francés.

Utilizando y combinando técnicas aprendidas por sus miembros en la India, en Chile y en el lejano oriente, unido al conocimiento que adquirieron de las plantas y hierbas halladas en distintas localidades de Suramérica, los jesuitas desarrollaron sus propias farmacias naturales, primero sólo para los miembros de su comunidad, para luego y gracias a su éxito, extenderse al resto de los habitantes.

Dados los lugares con culturas y organizaciones ancestrales muy distintas, como los grandes imperios en Asia, a los sacerdotes y misioneros jesuitas se les solicitaba aprender medicina natural local y utilizarla adecuadamente, estableciendo diálogos e intercambio de conocimientos. Por otro lado, para tratar las enfermedades de los mestizos e indígenas en el Nuevo Mundo, y dado que la salud de esta población no era del interés de la Corona, los padres de la Compañía de Jesús, intercambiando conocimientos con los mapuche y con otros indígenas de la región, y utilizando plantas medicinales descubiertas localmente, fueron elaborando sus propios fármacos.

Así, los Colegios de la Compañía de Jesús en Bogotá, Quito, Cuzco, Córdoba y Santiago de Chile mantenían sus propias farmacias naturales —tanto para abastecer la Orden con medicina como para el servicio de la población—. Estas farmacias cooperaban entre ellas y formaban una red farmacéutica por todo el mundo la cual se manejaba centralmente desde el Colegio Romano.

Fue así que, en el siglo XVII, los jesuitas curaron la malaria contraída por el Emperador Chino Kangxi de Pekín, gracias a estas redes de farmacias, y trayendo desde la Farmacia del Colegio de San Pablo en Lima la base de la cura, que consistía en la utilización de la corteza de quina (quinina).

No obstante, a la llegada del padre Haimbhausen, estas farmacias no habían sido sistematizadas, ni sus productos totalmente estudiados, como tampoco las drogas producidas estaban totalmente inventariadas. Para ello, y con el objetivo de protocolizar e inventariar el uso de las medicinas descubiertas tanto en Europa, India, China y en América del Sur, en el año 1748, junto al resto de los especialistas y metalúrgicos para la hacienda de Calera de Tango, el ahora procurador y sacerdote trajo desde Alemania al jesuita Joseph Zeitler de Waldsassen. Así también, y a instancias del Padre Haimbhausen el sacerdote jesuita Juan Ignacio Molina (conocido luego como el Abate Molina) realizó un meticuloso estudio de las plantas de todo el Reino de Chile, cuyos escritos sirvieron con posterioridad a las investigaciones del inglés Charles Darwin.

Las dos principales farmacias Jesuitas chilenas se encontraban en Concepción y en el Colegio Máximo de San Miguel en Santiago (que estuvo en el terreno donde hoy se interceptan las calles Marcoleta y Alameda). Los jesuitas aprendieron de los indígenas la medicina naturista usada por aquellos. Gracias a las gestiones del padre Haimbhausen y su farmacéutico, el padre Zeitler, en no pocas misiones los jesuitas recopilaron listas de medicinas, muchas de origen vegetal y animal, las cuales con posterioridad ingresaron a Europa como medicina de vanguardia.

En todos los Colegios de la Compañía de Jesús predominó la medicina natural, muy enriquecida con productos y experimentos realizados en distintas misiones y colegios. El intercambio de conocimientos y métodos explica la evolución de enfoques en los mismos libros o manuscritos que aún no han sido publicados sobre farmacia, que eran útiles en las ciudades y en las aldeas indígenas.

Por medio de los denominados Colaboradores Sanitarios, cargo que era asignado a un indígena, los jesuitas se aseguraban de que los enfermos de dichas aldeas recibieran un adecuado tratamiento. Dicho indígena, instruido por los jesuitas para ello, visitaba cada día a los enfermos en caserones que los religiosos construían fuera del pueblo, los más distantes para los contagiados, y los más cercanos al pueblo, para los convalecientes. Toda esta preocupación demostrada por los religiosos para con los indígenas hizo que éstos denominaran, con especial cariño, a los jesuitas como “paterucha”, que en idioma Chilidugu quiere decir, “papito”; al resto de los miembros de otras órdenes religiosas los indígenas les llamaban “pateru” (es decir, “padre”). 

El Procurador Jesuita Carlos Haimbhausen, luego de décadas de esfuerzo por modernizar el Reino de Chile, otorgando a sus habitantes escuelas, universidades, tecnología para sus talleres, y salud por medio de una organización sistemática e inteligente de sus farmacias, falleció en Santiago de Chile en abril de 1767, a los 75 años de edad, siendo sus restos sepultados bajo la cripta de la Iglesia de Calera de Tango, que él también proyectó y construyó en 1753 junto a sus arquitectos.

Cuatro meses después de la muerte del padre. Haimbhausen sucede la fatídica expulsión de la Compañía de todas las tierras de las Indias de América, el 26 de agosto de 1767. En aquel momento, el inventario de la Farmacia del Colegio Máximo de San Miguel registraba cerca de 900 drogas tanto europeas como indígenas. La labor curativa del sacerdote Joseph Zeitler fue tan grande y beneficiosa para todo el Cono Sur, que aún pesando sobre él la mencionada Orden de Expulsión dictada por el Rey de España Carlos III y ejecutoriada por el Conde de Aranda, tanto el Virrey del Perú como el Gobernador de Chile, don Antonio Guill y Gonzaga, cuyo confesor de ambos fue el padre Haimbhausen, desobedecieron una y otra vez aquella orden por un período de cuatro años, hasta que se pudiese encontrar un reemplazante. Sólo cuando el padre Zeitler hubo instruido a un colega mundano como sucesor, con mucha pena él abandonó Chile, como el último jesuita en hacerlo                                 

Precisiones y agradecimientos

Los primeros Haimbhausen al parecer desaparecieron y se extinguieron antes de mediados del siglo XV, dejando abandonadas minas, tierras y otras diversas propiedades tanto en territorio de la hoy Polonia como en Alemania. Por ello, a fines del siglo XVI los Wieprecht tomaron el control de dichos terrenos, siendo su linaje autorizado a usar el nombre Haimbhausen como título nobiliario y apellido, del cual nacería el sacerdote jesuita Carlos Haimbhausen y cuyo Escudo de Armas aquí se proporciona.

Nótese que la Editorial Wallisfurth, creada por el padre del sacerdote alemán Wolfgang Wallisfurth es también de apellido Wieprecht; se trató del conocido escritor Christian Wieprecht, quien trabajó en la industria metalúrgica Friedrich Krupp AG.

El autor de este artículo no puede menos que agradecer el Escudo Familiar y el aporte de los investigadores alemanes señora Gabriele Donder-Langer y señor Erlebach.
 
Referencias Bibliográficas

[1] “Totus mundus nostra fit habitatio: Jesuitas del Territorio de Lengua Alemana en la América Portuguesa y Española”, de Johannes Meier. Traducción al español por Adelheid Philipp. Universität Mainz, Alemania. 1998.

[2] Rodolfo J. Novakovic,“El Conde Karl von Haimbhausen: un Líder Multidisciplinario”. Original de agosto de 2007, y edición revisada de junio de 2009.

[3] “Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús: Biográfico-Temático”, de los autores Charles E. O’Neill, S.J. y Joaquín Ma. Domínguez, S. J. 2001.

[4] “El P. Carlos Haimbhausen, S.J., Precursor de la Industria de Chile”, del padre Walter Hanisch Espíndola. Jahrbuch für Geschichte von Staat Wirttschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, Vol. 10, año 1973, página 133-206.
 

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