Secreto a voces

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Wilson Tapia Villalobos.*

Los datos que llegan desde afuera pareciera que tienen más valor. Es parte de nuestra cultura apocar lo propio y darle crédito a lo extranjero. Especialmente si es europeo, norteamericano, blanco –esto último se ha relativizado, al menos en lo declarativo, después que irrumpiera Obama–. Por eso es posible que pongamos atención a algunos de los datos que trae una encuesta hecha en España[1].

Ante la consulta acerca de la imagen que tienen de esta región del mundo, 33% se ubicó en el rango que va de mala a muy mala. Las razones para tan pobre opinión: exceso de demagogia, inseguridad jurídica para algunas empresas. Hasta ahí, uno puede pensar que Chile se salva. Aquí las empresas españolas son recibidas como reinas y se las trata con guante de seda. La demagogia no envilece los tratos comerciales. En fin, vamos bien.

Pero ese mismo tercio que tiene mala o muy mala opinión de lo que aquí ocurre, también esgrime como razón que hay una marcada desigualdad en la evolución de ricos y pobres. El crecimiento económico no chorrea. Y eso si que nos cae directamente a los chilenos.

Los encuestados también enjuiciaron a sus empresas. El 44% considera que las compañías españolas que trabajan en este continente utilizan en él un estándar diferente al que aplica cuando las obras las realizan en España o en otro país de Europa. Sostienen que aplican una menor responsabilidad social empresarial y menos cuidado medioambiental.

Nosotros podríamos agregar que también la calidad de los materiales utilizados, así como el estándar de los proyectos ejecutados, es completamente diferente. Basta comparar las autopistas europeas y las chilenas. Empezando por el trazado y por las medidas de seguridad.

Es cotidiana la información acerca de accidentes fatales, porque una curva fue mal proyectada. O la sinuosidad de algunos tramos, que obliga a bajar la velocidad de manera ostensible. Lo que, por otra parte, hace las delicias de carabineros que están allí para atrapar incautos. A contraventores que lo son más que por voluntad, por una falla técnica imputable a quienes construyeron el camino y a los que fiscalizaron las obras.

Y podemos seguir con los ejemplos. El servicio de celulares y la banca no cumplen con los mismos estándares que deberían tener en Europa o en naciones desarrolladas de otros continentes. La pregunta obvia es ¿por qué? La respuesta hay que buscarla en los que permiten tal cosa. Porque pareciera que esta práctica que hoy desnudan los españoles es algo habitual en las distintas relaciones que nos ha impuesto la globalización.

¿Usted cree que los automóviles que compramos en Chile son los mismos que compran los europeos, norteamericanos o japoneses? No. Algunos modelos pueden ser los mismos, pero los adminículos de seguridad que traen incorporadas son diferentes. Aquí todavía se comercializan vehículos sin elementos tales como "airbags", cuestión que no está permitida en naciones desarrolladas. Y los precios que pagamos son más altos que en los países ricos. Todo esto se puede constatar en la mayoría de los automóviles. La excepción la constituyen algunos considerados de lujo.

La mirada de los españoles, aunque parcial, permite que nos veamos con más claridad. Las denuncias sobre los excesos a que se llega en el respeto a las leyes del mercado tienen fundamento. Y aquí quienes las hacen son tildados de majaderos, de depresivos, de pesimistas o de malintencionados. Son obcecados que no quieren ver los éxitos que vive el país, ahora integrante de la OCDE.

Guste o no, los perjudicados somos los consumidores. Y cuando uno se enfrenta a esta realidad, por lo menos a mí me asalta la duda: ¿los europeos son unos linces y nuestras autoridades lerdas? ¿O las políticas públicas locales están realmente atrasadas, lo que hace que las instituciones vayan a la zaga de lo que está ocurriendo en el mundo globalizado?

Son inquietudes que se deben responder desde las más altas esferas. Eso no involucra sólo al gobierno. Quienes hacen las leyes en esta democracia de los acuerdos representan a todas las sensibilidades. Son, usando un término algo duro, cómplices de que los consumidores sean esquilmados. Son responsables de leyes injustas que ahondan la distancia entre pobres y ricos, siempre en beneficio de estos últimos.

Todo esto lo entienden los españoles, porque es un secreto a voces que los chilenos –y en general latinoamericanos– no queremos escuchar.

[1] Responsabilidad del Barómetro de la Fundación Carolina y del Centro de Estudios Sociológicos. Aborda la percepción de los ibéricos respecto de América Latina.

* Periodista.

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