Tarde, hipócrita, inútil. – LA IGLESIA Y LA SATÁNICA LEGIÓN

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Se puede leer inmediatamente después del título del trabajo de Costoya*: «Decía a sus jóvenes alumnos y seminaristas que era peligroso ‘retener el semen’ y él, claro, los ayudaba a soltarlo. Nunca fue enjuiciado».

Nunca será procesado el «padre» Maciel. Como algunos dioses antiguos –pero en este caso no solar– morirá esperando el olvido: sencillamente no tiene perdón. El perdón es la respuesta de los justos al arrepentimiento. No habrá olvido ni perdón, por ejemplo, en la América post dictaduras, no por un afán de venganza sino porque –lejos de haber arrepentimiento– se insiste en ocultar los crímenes.

La santísima persona papal –en el caso del jefe de los Legionarios de Cristo– fue cabeza de la larga investigación sobre Marcel Maciel, el mexicano pedófilo que manejó la más importante orden católica de América Latina. Y ese mismo hombre a cargo de cautelar la fe del rebaño, hoy Benedicto XIII, renunció a los resultados de ese trabajo.

Porque el malhechor tiene 86 años.

Las primeras dudas sobre la moralidad del fundador de los Legionarios –una suerte de Compañía de Jesús adecuada al siglo XX, y en consecuencia algo más secular en tanto próxima a los circuitos espirales del poder temporal–, fundada allá por 1941– surgen poco después de la autorización papal. Entonces, cuando las dudas, el tal Maciel tenía unos 30 años.

Durante otros treinta su ministerio fue homosexual, conservador y, naturalmente, cristiano. Como el Opus Dei, otra organización, ¿por qué no?, que debería investigarse.

Lo que parecería divertido, una farsa, si no fuera repugnante es la frase para el bronce de sus acólitos al aceptar la determinación «como cruz que Dios ha permitido que sufra».

Sufre. El sufrimiento es martirologio, testimonio.

Podría mañana, así, la autoridad católica romana iniciar más adelante el proceso de su beatificación. Un santo maricón más, total, ¿a quién dañaría? Los fieles en todo caso se aprestarán en ese mañana a leer o ver otra versión del Código Da Vinci, que no ofende a la Iglesia como sí lo hace con Leonardo y, en general, con la inteligencia. Asunto, por otra parte, que la imbecilidad a cargo de la «crítica literaria» y cinematográfica jamás ha tocado. Ni tocará por obvias razones.

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* Ver artículo de Costoya.

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