Un poco de ayuda para »esa» gente

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

 
Supongamos que usted está a cargo de miles de niños, un trabajo que usted deseaba tanto que estaba dispuesto a violar las reglas para obtenerlo.

 
Estos niños son de una variedad de colores y de todos los antecedentes sociales y económicos.  En su caso, como la persona que está a cargo, sucede que usted ha nacido en la consabida cuna de oro y actualmente tiene acceso a recursos para calmar los sufrimientos de las personas en problemas.

 
Desde que usted se hizo cargo de ese trabajo que algunos dicen que usted hizo trampas para obtener, usted ha comprendido que no es tan fácil como usted pensaba. Pero después de todo, ¿cómo iba a saberlo? Usted nunca tuvo que enfrentarse a asuntos tan aburridos como las necesidades diarias con las que la mayoría tenemos que lidiar regularmente. De todas maneras, imagínese que es muy difícil para usted.

 
A través de los años que ha estado a cargo, siempre que se ha enfrentado a la adversidad, usted ha elevado su vista al cielo y ha pedido al Señor Todopoderoso –en quien en ese mundo suyo de ensoñación usted dice que cree tanto– para que le saque las castañas del fuego. Si él no puede, usted ha situado a un grupo de incondicionales en cargos que puedan defenderlo a usted –que a menudo nos recuerdan a esos hombres que siguen a los elefantes de los circos con escobas y recogedores. Ellos realizan ahora las tareas que su papi hacía por usted hace mucho…

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Ahora, suponga que usted todavía está molesto por esos dos edificios que enemigos desconocidos derrumbaron, con lo que mataron a miles de esos mismos niños que usted tiene ahora a su cargo. Usted sabe que entonces tuvo suerte. Aún no se sabe quién es el enemigo y, de todas maneras, usted se desquitó con personas que no tuvieron nada que ver con eso –con lo que aplacó a algunos de los que querían que usted estuviera a cargo y que se benefician de tales tristes situaciones.

 
Pero los hechos de las últimas semanas lo han sacado de quicio. ¡Vaya!, le han oído exclamar a usted. Incluso algunos que le han hecho el juego han estado ladrándole a usted. Le culpan de cosas que están más allá de su control. De todas maneras, ¿no comprenden ellos que usted estaba en unas vacaciones muy necesarias? Y usted tuvo la decencia de interrumpir ese período de descanso para volar en su propio juguete personal (quiero decir, avión), de manera que los medios pudieran ver su cara con expresión de agonía mientras veía la devastación que muchos de sus niños estaban sufriendo debido a la ira incontrolable de la naturaleza.

 
¿No se da cuenta la gente que desde su asiento en el avión lágrimas brotaron de sus ojos mientras aquella pareja rubia avanzaba con el agua a la cintura, las mochilas llenas con lo que parecía ser alimentos, pan y agua potable, todo muy necesario? ¿Y no comprenden que hasta el día de hoy usted continúa manteniendo la paz? ¿Quién se creen ellos que telefoneó (desde su asiento en el avión) para que la policía supiera que aquellos tres individuos negros estaban robando pan y salchichón del 7-11?

 
Bueno, probablemente usted se dijo que los niños nunca están satisfechos. ¡Jesús! Usted probablemente gritó (con esa sonrisa diabólica en el rostro –sabe, usted no debiera usar el nombre de Dios en vano) que se les advirtió a tiempo. “¡ESTA gente no aprende!”, le oyeron gritar.

 
Vaya, ¿cómo puede usted olvidar aquella vez, cuando usted era niño? Hubo una inundación en ese pueblo de Texas donde usted vivía; usted recuerda que las cosas estaban realmente fuera de control. Pero papi solucionó el problema rápidamente. Si mal no recuerda, recogieron a su familia en uno de esos aviones pequeños a reacción y los llevaron a todos a aquel maravilloso lugar turístico. Usted y sus hermanos la pasaron muy bien aquellas semanas –lejos de casa… y de la escuela–. ¡Ah!, y los éclairs que servían de postre. ¡Qué ricos!
 
Ese sí fue un hombre inteligente, mi papi, debe usted estar pensando. “Si ESA gente allá abajo se hubiera marchado a tiempo –o tuvieran amigos como tenía mi papi cuando éramos niños– se hubieran salvado de este desastre que veo ahora desde mi avión”, le dice usted a su esposa que está sentada a su lado, una lágrima en su ojo derecho.

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Pero no hay mal que por bien no venga, se dice usted. Todos esos amigos suyos que le habían estado molestando acerca de aumentar el precio de la gasolina… “Ya ves” le dice usted a su esposa, “el Señor sí está conmigo”.

 
Usted se vuelve, apoya la cabeza y cierra sus ojos –una sonrisa de satisfacción en su rostro. Es un poco tarde ya; puede esperar a mañana… Déjame ver qué nos sobra, se dice usted, para ayudar a ESA gente allá abajo. De todos modos, ellos no eran exactamente el tipo de niños que usted buscaba cuidar cuando primero tomo el trabajo.  

 
No es fácil estar al mando, piensa usted, mientras se adormece camino a casa.

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* Crónica publicada en la revista www.progresosemanal.com).

Correo electrónico del autor: alfernandez@progresoweekly.com

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