Uribe Arce: Sorprendido, »pues era contrario»

1.288

Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

No ha mucho en el portal chileno Proyecto Patrimonio, el poeta y ensayista del sur del mundo Aristóteles España escribió: «Nuestro candidato al Premio Nacional de Literatura 2004 es el poeta Armando Uribe (Santiago, 28 de octubre de 1933), uno de los más grandes poetas chilenos del siglo XX.

«Su producción se inicia con las obras El transeúnte pálido (1954) y El engañoso laúd (1956). Tiene más de 30 publicaciones en los ámbitos del derecho, la religión, la política, la ficción, la literatura. Miembro de la Academia Chilena de la Lengua y Académico de la Real Academia de la lengua española.

«El año 2002 recibió dos veces el Premio Altazor; en poesía con A peor vida y en ensayo con El fantasma de la sinrazón y el secreto de la poesía. (www.letras.s5.com/au280504.htm).

Vendrán, a partir de los próximos días, panegíricos, críticas, diatribas, homenajes; muchos lo leerán por primera vez, algunos probablemente se pregunten que quién diablos es Uribe. De algo podemos estar seguros: este año el casi siempre polémico Premio Nacional de Literatura de Chile se prestigió. Armando Uribe Arce no responderá con un verso a nadie; no vive para la poesía: en ella él vive. Pero sus intereses son muchos.

Este hombre delgado -parece ser mayor estatura de la que lo empina sobre el suelo-, de aspecto ascético, tiene los ojos puestos en el pasado para que no se siga agrediendo el futuro de su país: en 2002 demandó a la cupríferas extranjeras por sobre explotación del recurso. Tal vez porque es un poeta muy pocos, si alguno en Chile, incluyendo los jueces, tiene conocimiento de qué ha pasado con tamaña y osada demanda.

En marzo de 1999 publicó en la revista Rocinante (www.rocinante.cl) el siguiente ensayo:

fotoLos Poetas se jactan

La primera disciplina intelectual chilena del siglo veinte ha sido la poesía en verso. Esto parece ridículo; y tal vez lo es.

¿País tan sin sentido que la métrica sólo, y unos metros incompletos o, más frecuentemente, desmesurados, le pongan orden?

¿Y de qué viene esto, personas tan segundonas como los poetícolas versificadores establezcan reglas sobre cómo son (o deberían ser) las cosas, la naturaleza y hasta la política del territorio nativo?

Casi inexplicable. Trataremos de desenredar una madeja inextricable, tirando de algunos hilos.

Una religión venerable, una larga tradición política y social, no garantizan que exista cultura en aglomeraciones de creaturas humanas parlantes en la misma lengua.

¿Cuán venerables sus maneras religiosas? ¿Y cuán larga en el tiempo tal historia? ¿Hay derecho a considerar los ritos que provienen de ambas fuentes (acaso ya cegadas a medias) como disciplinas intelectuales que aseguren el orden en la ciudad?

Se produjo a fines del siglo pasado en Chile la bancarrota de su historia. Los que mandaban renunciaron a que el país mandado fuera una gran nación, al menos a gusto de los mandamases. El sueño de Portales con Bello de que se organizara una clase dirigente de gran formato se fue en el humo creado por una plutocracia que se daba humos, pero eran de cigarros habanos importados de Cuba, novel colonia norteamericana, con las platas del salitre.

Crisis moral, ya disecada a principios del XX por gentes como MacIver y V. Letelier, y poco después por el desdichado profesor Venegas bajo el seudónimo de Doctor Valdés Canje. En esos años, antes de su nefasta y triste muerte, Pezoa Véliz, dando cuenta de la República, la observaba también recordando la guerra civil del 91.

Todos en prosa. Pero Pezoa era también poeta en verso. Los suyos, sobre la situación social del bajo pueblo de altas aspiraciones sojuzgadas, y de los marginados de toda figuración, revelan capacidades de autopsia mayores que las practicadas por políticos, universitarios, historiadores y juristas.

¿No era Chile país de juristas e historiadores?

Era.

Los principales historiadores del siglo XX no son muy serios para probar sus asertos. Sus ideologías -no muy disimuladas- se los comen. Son, cuando mejores, más intuitivos que intelectuales serios. Tienden a ser ensayistas y, varias veces, memorialísticos, expresándolo o no. Así Encina, A. Edwards, J. Eyzaguirre; algunos de ellos excelentes escritores, con visos literarios. La salvedad, porque era lo básico serio, fue M. Góngora. Los juristas, ¿para qué decir? Burócratas del pensamiento; lejos de D. A. Bello, Así han salido las leyes…

Le escribí a un amigo.

«Querido Pedro:

El peruano Julio Ortega, la vez que estuvo en la casa, la víspera de su vuelta a EEUU, me dijo: «Chile en el XIX fue considerado país de juristas e historiadores; y la verdad es que los había y buenos. Derecho e Historia eran las disciplinas destacadas que caracterizaban a su país. ¿Cuál sería la disciplina intelectual saliente en el Chile de este siglo?»

Le contesté de inmediato (no sé qué me vino): -La poesía es la principal disciplina intelectual chilena de este siglo.

Recuerdo que recién le había mostrado unas tres o cuatro hojas en que había escrito «Chile tiene una poesía de veras» (que está en Imagenes Quebradas).

Desde entonces, hace unos meses, le estoy dando vueltas a eso: la poesía, ¿puede ser disciplina intelectual?

Hacia donde apuntan mis ocurrencias, es que en el caso de este pobre país lo único que permite identificar lo que serían los chilenos, y aun sus maneras de ser, hasta de comer (te cito la notable Epopeya de las Comidas y Bebidas en Chile de Pablo de Rokha), y de pensar o fantasear, incluso los tímidos intentos de «metafísica», las penurias, pretensiones, deseos ocultos, desgracias públicas, en fin, los avatares de ser chileno en el país, estaría en la poesía y (para peor) en verso.

Estoy tratando de poner tinta en papel acerca de esto; pero no sé bien cómo. ¿Se te ocurre algo? No me digas que no tienes elementos (lecturas, etc.). Piensa en el problema de base: ¿Puede la poesía (la alta literatura) ser una disciplina intelectual dominante? Ojalá me digas».

Te abraza tu padre.

Me respondió:

«La pregunta me parece difícil porque impone dos premisas, quizás: I. Que la poesía tiene un valor social y colectivo, más allá de la producción individual apreciada por los «happy few». 2. Que la poesía posee un carácter nacional y que incluso puede crear ese carácter.

El primer punto tiene un aspecto prosaico: la cuestión puramente cuantitativa del número de lectores y autores; a lo que se podría objetar que un pueblo se puede identificar con un autor poco leído. Una élite intelectual es probablemente ya una realidad colectiva, aunque de un número reducido; quizás no sea la cantidad sino la mera existencia y cohesión del grupo, lo que le da una representatividad a una élite intelectual.

En cuanto al segundo punto, el carácter nacional, uno podría referirse a periódos tan diferentes como el de la Grecia clásica, en que los autores trágicos son Grecia, hasta el punto que sus obras son objeto de una competencia, un concurso, precisamente como disciplinas nacionales. Que reciben premio. (En este sentido, la existencia de un premio Nobel de literatura para dos poetas chilenos, le da carácter oficial, por lo menos, a este estatuto de disciplina nacional, medible en una competencia). El estado griego toma en serio a esos poetas. Otro periódo sería Francia a fines del siglo XIX, en que la literatura, las artes y la poesía conocen un renacimiento famoso».

Sí; lo hemos dicho separadamente: la poesía chilena del vigésimo siglo tiene duración coherente desde hace más de noventa años; y su categoría se admite como alta entre las literaturas de la lengua castellana en America y fuera.

¿Cuáles son los rasgos que caracterizan a tales obras en verso y a sus autores?

Han sido enumerados así.

(El que escribe, versificador él mismo, se da cuenta que está redactando con rimas mentales muy pobres, medio didácticas, ramplonas; se aburre a sí mismo, ¿qué será del lector que tuviere? En otras palabras, esto no contiene poesía alguna, si por ella se entiende la energía y el sentido llevados al extremo más excesivo, el que sobrepasa las medidas de lo posible y banal, lo que con garra mueve a otros a la acción, aunque esta acción sea sólo intelectual).

Han sido enumerados estos rubros de lo que no admite rúbricas, por quien ahora se repite, en los siguientes términos:

Uno es que los poetas del pais escriben sus versos tal como se habla aquí. Son de los oarales. Nturalmente depende de qué distintos mundillos de la sociedad nativa provienen o a cuáles amistades se juntan. Hay poetas más caballeros que otros; los hay más rotos, o bien populares, o más picantemente, de medio pelaje hirsuto, o siúticos, o medianamente decentes, según cuanto sector social admita nombre propio entre nosotros. Este es un don que no se da en todas las literaturas.

Otro carácter curioso (por raro), es que los poetas considerables de Chile son de inteligencia despejada, no sólo en sus escritos sino además en la vida que han hecho. Han tenido actividades ajenas a escribir sus versos, en que demostraron capacidad para entender y a veces controlar o dirigir sus conductas personales en la realidad del país y, si les tocó, fuera de él, en el extranjero.

Ah, muy singular, lo tercero. Si partimos del principio (¡qué principio!, es una fatalidad) que la vida chilena, en su historia, con su geografía, a traves de la política, en el naufragio acostumbrado en lo económico, y en medio de los odios y las rabietas, consiste en un gran y recurrente desgarro, hay que reconocer que los poetas chilenos, en sus versos son unos tremendos degarrados.

Cuarto punto. El humor, los humores; los sarcasmos, la sátira, la soma, la carcajada con irritación, los malos humores. También la picardía; en veces, la grosera chirigota. El humor. Con el desgarro adentro, el poeta se domina y lo empequeñece; sin mucha piedad lo humilla o se ríe de su inoportunidad o del tremendo dolor que produce. Si no se ríe, marca el rictus que la deja y lo perpetúa como si fuese honorable. Podría mencionar en los mismos poetas citados, los momentos en que así ocurre. Pero no repitamos sus chistes trágicos.

La extravagancia es lo quinto. No la excentricidad, porque este país no tiene centro. Sus poetas son ambulatorios, en vagabundaje material a veces, más frecuentemente mental y de emociones. Ninguna tacañería en los gestos. Nada sedentario. Tal extravagancia no es imaginativa ni creadora de mundos nuevos reflejados en visiones: se reduce a la fantasía que combina de manera inesperada los datos de la realidad concreta. Lo que crea son creaturas y entes que a menudo sufren (y gozan) de deformidad. Culto, en efecto, de lo feo: invunches e imbunches.

Apurémosnos.

Sexto. «Una tendencia a hacer trascender en metafísica lo que es material y, en bastantes ocasiones, brutal y bestial, sin lograrlo sino a duras penas, y poco, en modo incompleto.»

Estamos copiándonos. Así lo sétimo y último sería, en especificación embrollada: «Escasez de ternura, rareza de la suavidad métrica y medida, rechazo de las elocuencias, aspereza en el fraseo, aceptación de las cacofonías ineludibles del idioma castellano, predominio de la sequedad, soberbia apenas reprimida, seriedad tétrica aun cuando se hacen gracias, delectación en lo absurdo (las insensateces, como en juegos y cantos de niños, o en refranes y adivinanzas, el doble sentido, erótico y anal, las repeticiones dignas de estupidarios); el gusto por la ignorancia incluso crasa, por lo obtuso…»

Más allá de las apariencias actuales, lo que tales versos de nuestro siglo dirían, es cómo son hasta hoy los que comenzaron a llamarse chilenos en el siglo XVI. Esos criollos antiguos conforman la base social más amplia de la población.

Habría que admitir que los poetas han tenido mayor coraje que los intelectuales y políticos y hombres de negocios y eclesiásticos (por ejemplo) para enfrentar en sí mismos y en los medios en que se han movido, las realidades profundas de esta rara comunidad que les ha tocado en suerte y en muerte.

Tanto los poetas en prosa como aquéllos en verso.

Porque nos rectificamos. Toda la mayor literatura que ha tenido lugar en el país durante el siglo, revela a su pueblo. Es verdad que, en tal tarea, resulta más numerosa en autores y más cuantiosa quizá incluso en líneas, la poesía en verso chilena que la que elige la prosa. Como sea, la «poesía de las situaciones» que se da en novelas o ensayos, en libros de historia y de otras camas, cuando se da (como en Manuel Rojas o en Luis Oyarzún, o aun en F.A. Encina e incluso Alberto Edwards, y por cierto en Joaquín Edwards Bello, y un buen número de prosistas), es reveladora de realidades profundas, de psicología y vida social y familiar y política y financiera; no menos que en los versos donde también aparecen la política y las apreturas económicas, la forma en que en Chile se ama y se odia y se rabia.

Con todo, en nuestra opinión, más desenvoltura muestran los poetas en verso para facilitar que el lenguaje se pegue en la piel de cómo somos.

Esto se entiende porque la poesía a partir de Pezoa Véliz, y con sucesión no interrumpida hasta los deshilachados fines del siglo, nació de dos fuentes (que no estaban en el verso de antes): las crónicas que relatan realidades, desde las del siglo XVI, sea en forma de historias y relaciones, sea hasta en verso -las epopeyas, escasas pero encabezadas por la primordial Araucana-, sea también en correspondencias o memoriales. Veamos cómo en el siglo XIX bien se reconoce que los Recuerdos del Pasado son nuestro mejor libro; y correspondería discernir en el Epistolario de Portales muchos trozos de alta literatura de acción; y después ello continuó: La tiranía en Chile y En las prisiones políticas de Chile (la mejor prosa del siglo según juicio, no escrito pero oído, de Neruda), ambas de Carlos Vicuña Fuentes resaltan; como la Mistral en sus Cartas, como Hernán Díaz Arrieta en sus crónicas.

Detengamos las citas de nombres. ¿No se terminaría? Si, tantos no son; pero el tema es otro. Estas obras en prosa han sido fuentes de poesía. Junto a ellas hay una vertiente acaso más clandestina y, de seguro, mas vigorosa: la tradición oral en verso o cercana a lo versificado, que se ha transmitido desde la noche de los siglos en apariencia anónimos, por via de las madres y de las fuentes populares de las casas, antes solamente casi desde los campos, pero siempre en muchísimos de los actos de la vida social, desde nacimientos y bautizos, por casamientos y andanzas, hasta muerte y responsos.

La poesía nace o surge espontánea de los hechos críticos, extremos, que comprometen a los individuos y a lo colectivo con la realidad y en ella, a golpazos (pues sólo a veces fluye). Las palabras usadas en esos casos, que pueden manifestar lo emocional de las honduras, la bestialidad cruel e incluso el pensamiento hirviente, pueden tomar expresiones poéticas porque las situaciones mismas y las conductas ante o dentro de ellas, están cargadas de sentido y energía hasta el máximo imposible, con exceso.

Vuelta literatura, las palabras fundentes toman forma, siguen reglas conectadas con el análisis lógico de frases que pueden comprenderse porque alguna estructura de raciocinio conservan.

Si en tal caso, las palabras chilenas proyectan de modo a lo menos en parte inteligible, las realidades verdaderas del país y la identidad efectiva de quienes lo habitan, puede con seriedad afirmarse: la poesía es la principal disciplina intelectual chilena.

 

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.