Lula, el “único adulto en la sala”
Mientras los líderes occidentales frivolizaban con la amenaza nuclear entre caipirinhas, Brasil buscaba el consenso ante el riesgo de la tercera guerra mundial.
No puede haber una prueba más dura para los sherpas del G-20 –los diplomáticos encargados de lograr el consenso en las reuniones de los países más poderosos del mundo– que la noticia del preámbulo de una posible tercera guerra mundial.
Pero algo por el estilo ocurrió al inicio de la cumbre de Río la semana pasada, cuando el aún presidente de Estados Unidos, Joe Biden, dio luz verde a Ucrania para disparar los misiles ATACMS de largo alcance contra blancos en Rusia. Keir Starmer, el primer ministro del obediente Reino Unido, un socio menor, no tardaría en hacer lo mismo con los misiles británicos Storm Shadow.
La noticia llegó a los hoteles de Copacabana e Ipanema, donde se alojaban los jefes de estado de decenas de países –liderados por Xi Jinping, Joe Biden, Shigeru Ishiba, el primer ministro de Japón; Emmanuel Macron, Olaf Scholz y el anfitrión y mediador, Luiz Inácio Lula da Silva–. Ucrania lanzó el primer misil ATACMS contra Rusia durante la apertura de la cumbre, tras una dura ofensiva rusa el día anterior. Para crispar aún más el ambiente en Río, Rusia anunció el mismo día que había modificado sus protocolos de defensa para permitir el uso de armas nucleares contra una ofensiva convencional.
Para cualquiera de los presentes en Río que hubiera visto Doctor Strangelove o leído el nuevo libro Nuclear War: A Scenario, de Annie Jacobsen, todo parecía una provocación peligrosa de una superpotencia nuclear a otra.
Incluso sesudos columnistas como David Sanger, experto en estrategia nuclear del New York Times, recordaron que “hasta este fin de semana, el presidente Biden se había negado a permitir estos ataques (…) por el miedo de que pudieran provocar la tercera guerra mundial”. Newsweek tituló: “¿La decisión de Biden respecto a los misiles ATACMS provocará la tercera guerra mundial? Nuestros expertos dan su respuesta”.
Pese al tono rutinario empleado para hablar del fin de la humanidad, la noticia hizo mella en los bares de Río de Janeiro. “Você entendeu o que eu entendi?”, dijo un carioca mientras daban la noticia en el telediario de GloboNews. Incluso los evangélicos de convicciones apocalípticas, que asistían a la misa del domingo en la víspera del G-20, parecían algo inquietos.
Pero los líderes europeos y estadounidenses y sus asesores disfrutaban la ciudad de las maravillas y las caipirinhas. Emmanuel Macron paseó por Copacabana dejándose fotografiar. Keir Starmer jugó al fútbol con un equipo infantil local e intentó convencer a los pequeños de que su equipo, el Arsenal, es “el mejor del mundo”. La hija de Biden se fotografió delante del enorme árbol Samauma en el Jardín Botánico.
Curiosamente, no hubo un anuncio oficial sobre la decisión de autorizar los ataques. Cuando se dio la noticia, Biden se encontraba en Manaos, y era difícil no preguntarse si el presidente octogenario, perdido en medio de la selva amazónica, se había enterado de que se había tomado la decisión de dar el primer paso hacia la catástrofe. El deep state en Washington parecía estar al mando tal vez con el fin de complicarle la vida a Donald Trump, que se ha comprometido a “terminar la guerra en 24 horas” una vez en la Casa Blanca. Ni Kubrick se habría imaginado una puesta en escena como ésta.
Cuando finalmente tuvieron que hacer algún comentario, los mandatarios occidentales dieron por hecho que las advertencias de Putin sobre una posible respuesta nuclear eran uno de los faroles del maquiavélico líder ruso. Los ataques con los misiles de la OTAN a Rusia servirían para darle una última lección antes de la llegada a la Casa Blanca de Trump. El primer ministro británico, Keir Starmer, criticó a todos los que nos preocupamos por la posibilidad de una tercera guerra mundial: una “irresponsabilidad”.
Ante la actitud de los líderes occidentales en Río, solo pude recordar lo que me había comentado Jeffrey Sachs, el veterano economista de la Universidad de Columbia. Sachs negoció un plan de rescate económico a la URSS (Rusia) en 1990 con Gorbachov y Yeltsin, que fue saboteado por la entonces administración de George Bush padre, empeñado en debilitar Rusia y ampliar la OTAN hasta donde fuera.
Autorizar misiles de largo alcance contra Rusia, me explicó, “podría llevar a una escalada, y eventualmente a una guerra nuclear. Es parte de la continua imprudencia y arrogancia del estado profundo de EU, el Consejo de Seguridad Nacional, la CIA, el Pentágono, la Agencia de Seguridad Nacional y los contratistas de armas. También es parte del continuo papel destructivo del Reino Unido en el sistema mundial, que, por supuesto, se remonta al imperio británico”. (La entrevista entera, con partes aún inéditas, podrá leerse dentro de poco en mi nueva cuenta de Substack).
Por citar a Yanis Varoufakis, los diplomáticos brasileños y Lula parecían “los únicos adultos en la sala” del vanguardista Museo de Arte Moderno, donde se celebró la cumbre. Cuando las delegaciones europeas y estadounidenses presionaron para que Rusia fuese condenada explícitamente en el comunicado final, Lula se negó. Consciente de que cualquier endurecimiento del lenguaje neutral levantaría ampollas en las delegaciones de China y gran parte del sur global, optó por “un tono más moderado”, según me explicó Celso Amorim, el veterano asesor de Lula en política exterior que se reunió con Putin en abril del año pasado. Al final, el comunicado se limita a decir: “El G-20 condena la guerra en Ucrania y sus impactos en la economía global y en las cadenas de suministro”.
Lula ha intentado desde el inicio de la guerra en Ucrania buscar una salida multilateral negociada –reuniéndose con Zelensky en Nueva York, pero también dialogando con Putin– y siempre ha criticado la expansión de la OTAN. La decisión de Biden “es una escalada peligrosa”, dijo Guilherme Casarões, de la Fundación Getúlio Vargas en São Paulo. “Brasil no se ha pronunciado específicamente sobre la cuestión, pero su posición es defender el respeto del derecho internacional, (…) y el principio del desarme nuclear”.
Los líderes europeos arremetieron contra el comunicado final. “Decepcionante”, dijo Starmer. “Insuficiente”, coincidió Olaf Scholz. En cambio, el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, lo elogió por “pedir una conversación honesta y razonable sobre una paz basada en criterios realistas”.
Pero Lula sabía que “cualquier formulación diferente podría perjudicar el consenso”, dijo Casarões. La diplomacia brasileña “siempre trata de tender puentes”, resumió Olicer Stuenkel, otro experto de la Fundación Getúlio Vargas.
Eso sí, puede haber una paradoja en la dramática historia del G-20 de Río de Janeiro. Porque no solo la OTAN juega con frivolidad temeraria en la partida de ruleta que puede acabar con el fin del mundo. Putin, por supuesto, es un jugador tan temerario como los neocons del estado profundo en Washington: “Lula y Amorim querían poner sobre la mesa la idea de una negociación más amplia, más multilateral como para salir del impasse en Ucrania”, dijo Rodrigues.
“Y esa ofensiva rusa fue, yo creo, una táctica para minar esa posibilidad de buscar la paz. A Putin ya no le interesa negociar nada; está a la ofensiva y tiene un Estados Unidos con Donald Trump al mando que le va a ofrecer cosas interesantes”.
* Licenciado por la London School of Economics, es corresponsal volante de ‘La Vanguardia’ y colaborador y miembro del Consejo Editorial de Ctxt. Su último libro es ‘Oro, petróleo y aguacates: Las nuevas venas abiertas de América Latina’ (Arpa 2020)
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