El 8 de noviembre, cuando Rodrigo Paz asuma la presidencia, se cerrará un ciclo histórico de casi veinte años, interrumpido únicamente durante doce meses por el golpe contra Evo Morales en 2019.
Un ciclo tan largo de una fuerza política en el poder no es poca cosa para ningún país, mucho menos para Bolivia, que tiene el récord mundial de golpes de Estado. Desde su independencia, en 1825, hubo casi doscientos intentos de golpe, destituciones o cambios de gobierno forzados que no representaban la voz popular.
Hay que destacar que solo dos presidentes fueron reelegidos consecutivamente por voto universal, y que ambos fueron derrocados. A Víctor Paz Estenssoro lo derrocaron en 1964, apenas tres meses después de conseguir la reelección, y a Evo Morales en 2019 tras una gran maniobra internacional para destituirlo y forzarlo al exilio.
Es importante señalar que Evo Morales con 13 años, 9 meses y 19 días tuvo el mandato presidencial más largo de la historia de Bolivia: desde el 22 de enero de 2006 hasta el 10 de noviembre de 2019.
Ahora le toca el turno a Rodrigo Paz, quien se impuso en el balotaje con el 54,57% de los votos frente al 45,43% obtenido por Tuto Quiroga, la cara visible de lo más rancio del poder oligárquico en Bolivia. Su vicepresidente Edmand Lara Montaño es un ex policía que ganó notoriedad por denunciar corrupción dentro de la fuerza y por su perfil mediático. También es conocido por sus exabruptos, entre ellos, la amenaza pública a su propio compañero de fórmula, cuando afirmó que “si Rodrigo Paz no cumple, yo lo enfrento”.
En todo proceso electoral que supone un cambio de rumbo político y económico hay cinco fases. La primera consiste en ver quién triunfa. Ya tenemos el resultado. La segunda son las primeras señales. Paz se comunicó con María Corina Machado, flamante Premio Nobel de la “paz” y referente de la oposición venezolana más extremista, y anunció que no invitará a su investidura a representantes de los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
La tercera fase es la conformación de su gabinete. Saber quiénes acompañarán la política de Paz no es un detalle menor. No es lo mismo un gabinete integrado por personas intachables y respetadas por el gran público o surgidas de las clases populares, que uno conformado por representantes tradicionales de la política boliviana. Paz ya anunció que su gabinete será “meritocrático”; léase: integrado por representantes de las élites de siempre.
El cuarto punto clave es el conjunto de medidas que anunciará al asumir y las que implementará de inmediato para marcar la agenda y el sello de su gestión. Por ahora, Paz representa una coalición heterogénea, sin un plan claro y un discurso ambiguo. Por último, la quinta fase es la de mayor incertidumbre: tiene que ver con la respuesta de la población ante las medidas que tomará el nuevo gobierno y que la afectarán directamente.
Está claro que Paz intentará reconducir al país hacia el sendero tradicional de poder de las clases dominantes, interrumpido por el ciclo liderado por Evo Morales, que comenzó con una gran dosis de esperanza para las grandes mayorías y languideció durante la presidencia de Arce. La elección de Rodrigo Paz deja muchos interrogantes sobre el futuro cercano del movimiento popular creado por Evo Morales.
Las disputas internas, personales y políticas sumado a las derrotas son un desgaste para cualquier partido político; más aún si se le suman desencanto y desilusión. Pero hay que tener en cuenta que Evo logró construir un movimiento único en la historia del país, probablemente el más poderoso después de la revolución de 1952 encabezada por Víctor Paz Estenssoro. Tampoco puede ignorarse que no le permitieron participar de este proceso electoral, lo que impide tener una referencia concreta de su poder real.
El exvicepresidente Álvaro García Linera señala que una revolución es el desmoronamiento de las estructuras de poder moral de las antiguas clases dirigentes, de sus ideas dominantes y de las influencias que consagran la pasividad de las clases subalternas.
Además, es la lucha encarnizada por un nuevo monopolio duradero de las influencias ideológicas y políticas a largo plazo. Por eso, lo más probable es que reaparezca la lucha entre el pasado de racismo y discriminación de las clases sociales que históricamente manejaron el país y el ciclo de empoderamiento de los sectores históricamente marginados. Veinte años no se borran de un plumazo.
Como tantas veces en el pasado, las fuerzas populares casi que no estarán representadas en el Congreso y les quedará la calle para que se oigan sus voces. A diferencia de luchas anteriores contra las políticas neoliberales de ajuste, existe un ciclo de derechos conquistados y un referente que -aunque desgastado- sigue en pie.
* Sociólogo y periodista argentino
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