1.500 palabras y ya. – NO HABLE INGLÉS, PARA ESO ESTÁ GLOBISH
No es un idioma más entre los 6.800 que se hablan en el planeta Tierra, explica el inventor del globish, Jean-Paul Nerriere (imagen de apertura), ex oficial de la marina francesa y jubilado vicepresidente mundial de la IBM. “Se trata sólo de un instrumento de comunicación; una herramienta que permite relacionarse entre sí al 88% de la población mundial nacida en países donde el inglés no es la lengua materna; y también, desde luego, para dialogar exitosamente con los anglohablantes”, dice.
El método es sencillo, y está contenido en un libro que agota sus ediciones en francés, coreano, italiano y alemán, a partir de 2004, y cuya versión española acaba de aparecer en Madrid, con el mismo título agresivo: “Hable globish – Don’t speak English”.
Para la “herramienta de comunicación” de Nerriere bastan 1.500 palabras en inglés, las más simples y conocidas (el canónico diccionario Oxford tiene 650 mil), y una sintaxis rudimentaria con procedimientos prácticos, para formular frases coherentes en globish y transmitir en forma correcta el mensaje, por escrito o al hablar.
Nerriere se jacta de haber descubierto un lenguaje de contacto efectivo para la globalización, con el que pueden entenderse fácilmente en un aeropuerto, por ejemplo, “un chileno [sic] con un japonés y un árabe saudita, con una estudiante de Economía de California… Lo mismo, y especialmente, en los negocios”, afirma.
El globish, para él, es muy superior al esperanto –que data de 1887–, que respeta todas las reglas de los idiomas tradicionales que intentó refundir, pero que nunca llegó a usarse en la calle y quedó relegado a las rarezas de las bibliotecas.
Olvidar el Larousse
La lista de las 1.500 palabras simples del globish tiene por objetivo –prosigue su creador– alcanzar “un fácil umbral de comprensión entre personas que hablan lenguas distintas”. Por lo mismo, ni “umbral” ni “comprensión” figuran en la lista. Son reemplazadas por “el blanco”, “la meta”, “el objetivo”. El método Nerriere usa tres expresiones distintas, si es necesario, para llegar al punto en que se las pueda entender “en cualquier país”.
En su lista figuran palabras básicas, como “zero” (cero, nada) y “able” o “unable” (capaz o incapaz). En cambio, “nephew” (sobrino) y “niece” (sobrina) no están incluidas, porque uno puede reemplazarlas por “los hijos de mi hermano”, sin distinción entre masculino y femenino.
Para los exportadores agropecuarios, Jean-Paul Nerriere tiene una solución parecida. En vez de referirse a una “ternera” (calf o veal, en inglés) prescribe usar “young cow”, es decir, vaca joven. Y punto.
El ingeniero reconoce que se excedió al incluir en su diccionario elemental “beauty” (belleza) y “beautiful” (bello), muy similares, en tanto no salvó la diferencia entre “much” y “many”; en vez de sustituir estas dos palabras por “a lot” (un montón).
“Mientras que ‘much’ es para cosas que no se pueden enumerar, ‘many’ es para cosas que uno sí puede contar. ‘A lot’ funciona para ambos casos, en tanto que las otras requieren mayor comprensión”, explica.
El profesor Ghio y el olvidado
esfuerzo pionero latinoamericano
La idea de emplear un inglés sencillo, que se pueda entender fácilmente en cualquier lugar del mundo, ya había sido aplicada por la Voz de América durante el auge de las emisiones de radio de onda corta destinadas a los países comunistas de Europa oriental, preevio a la caída de la “cortina de hierro”.
Mucho antes, sin embargo, en los años 30 del siglo pasado, el inglés C.K. Ogden desarrolló el que constituye un antecedente directo del globish, el Basic English, de 850 palabras, una gramática mínima y 16 verbos comodín, útiles para expresar cualquiera idea.
Presentado como una síntesis del “anglo-americano”, el Basic English de Ogden provocó tanto fervor con su simplificación, que líderes mundiales como Churchill, Roosevelt, Nehru, y hasta Stalin, luego de la Segunda Guerra Mundial, recomendaron adoptarlo: tal vez el primer impulso para establecer el inglés como una lingua franca de uso común, a nivel mundial, tal como el latín hasta bien avanzada la Edad Media.
Pero fue un chileno el que más hizo por aquel nuevo instrumento de comunicación de C.K. Ogden –al menos en los países de este continente– pese que hoy casi nadie lo recuerda en su propia tierra: el profesor de liceo Augusto Ghio Dell’Oro. Con su nombre abreviado, publicó en Santiago, en 1954, en la vieja editorial Zig-Zag, el Inglés básico de A. Ghio, un libro de bolsillo que se convertiría en el mayor best-seller latinoamericano de todos los tiempos, superior en ventas (de un solo título) a los de García Márquez o Isabel Allende.
Cinco millones de ejemplares de este manual, distribuidos internacionalmente por World Editors Inc. desde 1976, se han vendido en los países de norte, centro y Sudamérica y España, principalmente entre los latinoamericanos de escasa instrucción que viven o emigran a Estados Unidos.
Las ediciones piratas del Inglés básico de A. Ghio, que también son internacionales, deben sumar otro millón de copias –la edición original es muy barata–, y son las únicas que se pueden encontrar hoy en Chile, en librerías de viejo o en la calle. No hay foto del autor en ninguno de los archivos periodísticos de los diarios de Santiago, ni aparece en el Google. Tampoco se menciona su nombre, ni el de Ogden, entre los precursores del nuevo “inglés global”.
Al margen de las academias
La idea de sistematizar y patentar el globish, que ahora la lleva, se le ocurrió a Jean-Paul Nerriere a mediados de los años 80, cuando trabajaba para IBM en París junto a colegas de unas 30 nacionalidades. En un seminario en el que se esperaba a dos norteamericanos, cuyo vuelo estaba demorado, los asistentes comenzaron a charlar entre ellos, en “cierta forma de inglés desnaturalizado… pero con toda naturalidad”.
Cuando los estadounidenses llegaron, nadie entendió una palabra más allá de sus frases iniciales: “Hola, soy Jim” y “Hola, soy Bill”. Tampoco Jim o Bill captaron mucho del inglés desnaturalizado que hablaban los otros.
“Entonces decidí buscar un método de comprensión global, eficaz, de fácil aprendizaje y para uso masivo… Aunque los académicos de la lengua agiten sus bastones por los aires… que es lo que hacen hasta el día de hoy frente al globish”, relata Nerriere.
“Todos en aquella reunión, salvo Jim y Hill”, recuerda el ex vicepresidente mundial de IBM, “ya estábamos hablando globish, aunque no lo supiéramos. Manejábamos en realidad un inglés pobre, y todavía no el sistema que desarrollé después. Uno podía tener entonces un vocabulario de dos mil palabras, otro de 1.200, y sin que coincidieran muchas de ellas”, explica Nerriere. “Lo interesante del globish es que, con 1.500 palabras compartidas, uno puede hacerse entender perfectamente”.
Para Nerriere, en todo el mundo la gente está hoy hablando en su propio idioma, con un vocabulario muy limitado, y se pregunta: ¿por qué no podría hacerlo en globish?
No es oro…
Si bien la nueva lengua podría ser una solución rápida para los países del Tercer Mundo que quieren integrarse a la globalización, incorporando masivamente el inglés, y transformándose incluso en bilingües, como lo propuso pioneramente el ex ministro de Educación chileno Sergio Bitar, las críticas al simplificado globish de Jean-Paul Nerriere no se han hecho esperar.
El columnista Esteban Peicovich escribió en La Nación de Buenos Aires: “Esto es Babel en solfa. Lo global busca lengua. Ni inglés ni mandarín ni hindi. Asoma el globish. Idioma de plástico que anuncian servirá para decir todo con casi nada. Un esperpento más que nos regala Papá Globo. 1.500 pedazos de sonido para poder gritarnos siglas de polo a polo. Oratoria Tarzán 2006. Te amo se dirá cric-crac”.
Y luego: “Entregar el idioma es mucho más que entregar la mujer, el petróleo o el computador personal. Es convertirse en Chirolita sin currículum. En un loro. Pero de otros. Para hablar globish se requiere desvestirse por dentro, anular el paladar, cruzar con retroexcavadora la memoria y desentenderse de todo significado que provenga del prójimo o de uno mismo”.
Jean-Paul Nerriere admite sin problemas que la herramienta por él desarrollada es un inglés “light”, una versión auténtica pero simplificada del inglés que nadie termina de aprender, y limitada a unos centenares de palabras, algunas de las cuales ya son conocidas por cualquier estudiante. “Pero de que sí es un instrumento útil, qué duda cabe”, concluye.
Nerriere estima que con 182 horas de estudio –una al día, todos los días, durante 26 semanas, o sea en medio año– el alumno debería estar en condiciones de comunicarse en globish. No es un lindo “idioma” –está lleno de redundancias y construcciones deformes, reconoce–, pero como buen padre insiste en que su criatura es una herramienta “preciosa” cuando el inglés propiamente dicho es apenas balbuceado por una minoría… “en tantos y tantos países, que lo necesitan para integrarse a la globalización”.
Global Country
Parece que a Nerriere lo hubieran grabado a la distancia, cuando se lee al actual ministro de Hacienda, Andrés Velasco, en una declaración al diario El Mercurio del reciente 22 de abril: “Chile no puede competir en la economía global si no avanzamos hacia la meta de convertirnos en un país bilingüe”, dijo. Se desconoce si ya había oído hablar del globish o no.
Prometió Velasco en la misma ocasión, además, que“todo futuro docente chileno de inglés pasará un semestre estudiando, a cargo del Estado, en un país de habla inglesa”. No dijo desde cuándo, pero insistió en que “la meta de convertirnos en una nación bilingüe e integrada al mundo competitivo se acerca”.
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* Periodista.
Artículo publicado originalmente en La Nación de Santiago de Chile el domingo 14 de mayo de 2006.
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GRACIAS AL LIBRO DE AUGUSTO GHIO 42a EDICION YO APRENDÍ A HABLAR INGLÉS EN MIS VIAJES A U.S.A.
ATENTAMENTE,
IDALID HENAO CH.