Lo mejor de la vida, la felicidad, sólo puede ser un subproducto de algo que es auténticamente bueno (a saber, una buena acción, una noche de sueño reparador, el amor) y está ausente de cualquier mercado. Las cosas que vienen en segundo lugar como mejores, hacia las que nos volvemos por impotencia o desesperación, son caras porque ningún precio puede aproximarse al valor de las mejores cosas.
Una sociedad civilizada le proporciona a todo el mundo condiciones que otorguen libertad vigorosa y creativamente para buscar sus propias metas. Pero para que esto suceda, cada uno ha de tener libertad frente al miedo, el hambre y la explotación, así como disponer, de acuerdo con Virginia Woolf, de “una habitación propia”.
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