Precisando: ¿kitsch o naïve?

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Adriano Corrales Arias*

Un retirado amigo, a través de un mensaje electrónico, me reconvino con acidez por usar indeterminadamente los conceptos kitsch y naïve a propósito de las fotos de un “entierro de traqueteo” (narco) en Colombia. La regañada me sonrojó de risa y de estupor, acaso por el tono preceptivo y el interés didáctico implícitos en el discurso “políticamente correcto” de mi estimado crítico, o, tal vez, por la ligereza de mi comparación.

Lo cierto es que la tremenda sermoneada provocó tanta risa que me sentí ciertamente kitsch, es decir “coloreado”, pero, a la vez, enriquecido por mi libertaria forma de escribir y de ser inconscientemente naif, digo, corrijo, (excúsenme por favor): naïve.

Ciertamente la risa no lo fue todo. Recordé mis inigualables lecciones de historia del arte y de estética en mis ya lejanos años universitarios de pregrado. Y repasé las lecciones: correcto: kitsch y naïve no son sinónimos, pero, ojo, podrían serlo si profundizamos en su significación y en la pátina que arrastran en su núcleo semiótico, es decir, en la sobrecarga sígnica que el uso y el abuso consiguen en determinados conceptos a partir de diversos contextos históricos y socioculturales.

Kitsch es una palabra de origen alemán que, en un sentido extensivo, califica a una estética anacrónica, o de “mal gusto”, y que en términos estrictos se refiere a la imitación pobre y grotesca de una forma de arte más “elevada”. No son pocas las veces que, desde una posición soberbia, intelectualoide o esnobista, se ha utilizado este tipo de terminología para ridiculizar algunas propuestas estéticas que, evidentemente, no están al servicio de los intereses de quienes les restan valor.

Según los estudiosos, el término empezó a utilizarse entre las décadas del 10 y el 30 del siglo anterior para juzgar el arte de la burguesía: los "nuevos ricos" (en ese sentido los tiempos no cambian a inicios del XXI) se rodeaban de un arte precario que “no representaba nada”, pero servía para recrear el estilo de vida de la nobleza tradicional. Así, la arquitectura podía combinar caóticamente estilos que iban desde lo gótico hasta lo barroco, siendo característico de lo kitsch, justamente, la exageración como mecanismo para ostentar un estatus social y económico.

Un ejemplo en el presente son las baratijas decorativas que se comercializan masivamente, con espinosos y exagerados adornos en dorado, o plateado, (“color del oro o de la plata”), los muebles de plástico “estilo Luis XIV”, o las reproducciones de pinturas que se encuentran en los amplios museos de las metrópolis. El "querer aparentar" sería el parámetro para juzgar algo como kitsch.

No se debe, por lo tanto, dar este calificativo al arte popular genuino que no pretende aparentar ni imitar elementos foráneos: es el arte creado por comunidades locales dirigido a esas mismas comunidades, si entendemos el término desde un punto de vista antropológico y étnico. Así, al contrario de lo que ocurre en el arte de élite, o académico, en el arte popular (producido por las culturas populares) no suelen distinguirse autores de manera individual, pero sí se identifican corrientes, escuelas, grupos, y hasta movimientos artísticos.

Con el arte popular se relaciona también, y muy de cerca, el arte naïf (del francés naïve, que significa ingenuo), llamado así por la espontaneidad, la frescura y la sencillez con que se forjan las obras artísticas, siendo más importante, en su forma, la motivación, o la intencionalidad que quiere mostrarse, que los materiales, las técnicas, las habilidades y recursos estilísticos propios del arte académico.

El “Aduanero Rousseau” (Henri Julien Félix Rousseau, 1844–1910), pintor autodidacta de exquisita factura “ingenua”, sería el representante más auténtico de esa corriente artística pues lo naif, o lo naïve, se ha asociado muchas veces, seguramente con exageración, con el arte primitivo (antes de la perspectiva) o con el arte infantil.

En cualquier caso el concepto de lo naïf y de la naïveté no solo se circunscribe a lo ingenuo sino también a una grata sencillez que, en el arte, se sintetiza para evitar rebuscamientos o sofisticaciones. En ese sentido lo naíf puede estar dado por dos motivos distintos aunque no excluyentes: una ignorancia ("ingenuidad") respecto de las técnicas y teorías para realizar obras de arte, caso del “Aduanero”, o una búsqueda (consciente o no) de formas de expresión que evocan la infancia. En tal caso la sencillez aparente es un elaborado esfuerzo de evocaciones y para que el naïf sea auténtico la intención prístina debe expresar formalmente lo que evoque una infancia supuestamente ingenua; esto es clave: un arte “pseudonaíf” revela un objetivo comercial dirigido a un "público target" como potencial comprador.

Ahora bien, existen manifestaciones mal llamadas "artísticas" y consideradas como arte popular o naif, cuya “ingenuidad” radica más bien en que el autor, o autores, o el mismo público, creen encontrarse frente a obras de arte, no necesariamente por no tener conocimientos (la sensibilidad estética es consustancial al hombre), sino más bien por el continuo bombardeo de conceptos espurios (comerciales) cuyo objetivo es distraer y adormecer, destruyendo progresivamente la capacidad del individuo para reconocer la belleza y las diversas categorías estéticas del canon, del status quo, o de las “Bellas artes”.

Incontables ejemplos pueden encontrarse en esa dirección, especialmente en alguna música comercial considerada “popular”, o peor aún, “folclórica”. No se le debe restar mérito a lo recreativo, incluso parrandero, que puedan resultar algunos de esos temas, o lo bailables que terminen siendo sus melodías, pero hay que insistir en que no es arte popular sino arte masivo, o de consumo para las masas. Popular sería lo que surge directamente de los sectores o culturas populares con una perspectiva comunal y de índole propia frente a la cultura de élite o masiva-comercial, o frente a la globalización del american way of life.

Tampoco debemos confundir lo popular con el “arte pop” (pop art) estadounidense o inglés, que recupera lo contestatario desafiando la tradición al afirmar que el empleo de imágenes tomadas de los medios de comunicación (consideradas como de la “cultura popular”) es alternativo a la perspectiva de las “Bellas artes”, dado que el pop remueve el material de su contexto y aísla al objeto artístico, o lo combina con otros elementos, para su contemplación.

A la par de lo anterior, y dentro del cotidiano y vasto universo de la denominada música pop, seguramente existen piezas a las que bien podríamos referirnos como kitsch, dado que no existe otro término que exprese mejor la irregularidad rítmica y textual que despliegan.

De cualquier manera, no todas las implicaciones de lo kitsch son negativas: también, y ya dentro de la controvertida “posmodernidad”, puede concebirse como una forma de rebeldía ante los parámetros estéticos oficiales, o canónicos, ya que cuestiona lo que se considera de “buen gusto” dentro de un sistema específico. (“Yo solo disgusto tengo, un excelente disgusto creo”, escribía el extraordinario poeta nicaragüense Carlos Martínez Rivas). Por ejemplo: lo grotesco, lo satírico, lo “edulcorado” y adobado con el propósito de incomodar; o la formulación de un concepto y un mensaje “políticamente comprometido” valiéndose de elementos de mal gusto, lo cual sólo puede conseguirse con un juego preciso y medido de los recursos que se utilizan. (¿Será ese el caso de mi retirado amigo?)

Igual sucede con lo naif. El consumo, y la obsolescencia del mismo para aumentar la plusvalía, privilegia en el mercado cierto gusto naïve para que el comprador se sienta más a gusto, más natural, orgánicamente ecológico, con ciertos productos decorativos o de la moda. De tal manera que lo ingenuo termina siendo no tan ingenuo por el oscuro propósito del mercado total, y lo kitsch bien podría representar una corriente contestataria ante la promiscuidad comercial del arte de élite, o hegemónico, y su parafernalia de galerías, publicaciones y marchantes. Lo considerado como bello por antonomasia puede tener su rival en un kitsch posmoderno rearmado de categorías sociocríticas.

El nuevo rico o narco que solicita que le entierren como si de un faraón egipcio se tratase, con todo el menaje y la parafernalia doméstica, puede estar trasladando ese sentido “naif” al más allá, cargado de un candor, o ignorancia, que se le antoja como auténtico y representativo del poder terrenal (capitalista), ingenuidad que muchos de nosotros, desde la visión pequeñoburguesa del conocimiento académico, señalamos inmediatamente como kitsch. La sinonimia se impone en términos del mercado, aunque mi estimado y alejado amigo se obstine en presentárnosla como antónima, y por ello me amoneste.

En un mundo globalizado por el mal gusto y la ignorancia como etiqueta en el mercado de la farándula y de la ostentación, muchos conceptos (y personajes) opuestos se dan la mano sin importar su procedencia, ni la clasificación lingüística.

 
*Escritor.

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