EEUU: ¿qué tiene de extraño que la policía actúe estúpidamente?

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Álvaro F. Fernández*

Todas las policías se parecen –podría ser la moraleja de esta anécdota–, sólo que algunas son peores. La historia: En el otoño de 2004 recibí una llamada telefónica de mi esposa. Yo estaba en casa y eran como las nueve de la noche. Ella estaba aterrada. Me dijo que estaba rodeada por tres autos patrulleros de la policía.

“¿Qué sucedió?”, le pregunté. “No me detuve en una luz roja en la esquina de la Calle 26”, me dijo. “Voy para allá”, le dije.

Corrí por el pasillo y apreté el botón del elevador. Por suerte llegó uno enseguida. Salí por la puerta principal y me dirigí a la esquina. Allí estaban ellos, cuatro policías junto a sus autos patrulleros, las luces guiñando. Desde lejos parecía como si hubieran atrapado al maleante y se estuvieran preparando para arrestarlo. Las luces guiñaban en azul, rojo y blanco. El crujido de la estática de la radio de la policía sonaba en la noche oscura y silenciosa.

“¿Cuál es el problema, agente?”, pregunté con humildad, esperando no empeorar lo que parecía una mala situación. “¿Quién es usted?”, preguntaron. Expliqué que era el esposo de la persona dentro del auto, quien me había llamado aterrada. “Vivimos allí mismo”, señalé al edificio a mi derecha. Me acerqué al auto, abrí la puerta, entré y le pregunté a Patricia qué había sucedido. Ella estaba llorando y temblando. También tenía cuatro meses de embarazo.

Para no alargar la historia, en la esquina de donde vivimos en Miami Beach, en una época la luz roja duraba no menos de 10 minutos. No era inusual que casi todo el mundo se llevara esa roja. En el caso de Patricia regresaba a casa del trabajo, no se sentía bien y estaba apurada por ir al baño. Temiendo que fuera a orinarse dentro del auto, no paró en la luz roja. Al doblar para entrar al estacionamiento, un patrullero de la policía guiñó sus luces justo detrás de ella y le dijo que saliera del estacionamiento. Ella lo hizo. Unos segundos más tarde llegaron más autos patrulleros. Parecía una escena de un programa policiaco en TV.

Patricia inmediatamente aceptó que no se había detenido en la luz roja. Pidió al policía que por favor le diera la multa lo antes posible, ya que estaba embarazada y estaba apurada por ir al baño. Su embarazo era evidente. El policía le pidió la licencia de conducción y la matrícula y se dirigió a conversar con sus colegas. Cuando yo llegué, parecían muy divertidos, riendo a expensas de alguien.

“Está embarazada”, le dije al policía después de escuchar la versión de Patricia. Todos ellos se quedaron mirándome. “Por favor, agentes, ¿pueden ponerle la multa para que pueda ir al baño?” Uno de los policías me respondió: “Váyase a la casa o vuelva al auto con ella”. Regresé al auto, pero echando humo. Pasaban los minutos y las risas seguían. Los policías parecían muy entretenidos –a expensas de una mujer embarazada. No vi que nadie se apurara por escribir la multa. Parecían estar discutiendo algo que había ocurrido la noche anterior. Abrí la ventanilla y esta vez, con un tono menos agradable, pregunté por qué se tardaban. Me echaron una mirada amenazadora y uno se aproximó al auto y me dijo que me callara la boca. Pasó otro gran rato. “¿Qué demonios pasa?” pregunté otra vez de manera menos cortés. (Mi lenguaje se hizo un poco más picante en ese momento.) Amenazaron con arrestarme.

Pasaron no menos de 20 minutos antes de que uno de los agentes entregara a Patricia dos multas. Llevé a mi esposa a nuestro apartamento. Me aseguré de que estaba bien y bajé de nuevo. El policía le había puesto otra multa por conducir sin el cinturón de seguridad. Patricia siempre usa el cinturón. Se lo había quitado para abrir la puerta y alcanzar el botón de entrada al garaje.

Me acerqué a los tres policías que quedaban. Me enfrenté al que le había puesto la multa a mi esposa y le expliqué que había cometido un error con lo del cinturón de seguridad. No respondió muy cortésmente. Me dijo que lo llevara a los tribunales. Intercambiamos palabras. Los otros dos lo apoyaron y uno me amenazó con caerme a patadas (lo cual hubiera podido hacer, porque era grande). El tercero me echó una mirada de desprecio que no puedo olvidar y me dijo que “una palabra más” y me arrestaría.

Nada de esto tuvo consecuencias. Pero cuento la historia porque me sorprendió el alboroto causado cuando el Presidente Obama dijo que la policía de Cambridge había actuado estúpidamente en el caso del afro-norteamericano profesor de Harvard que fue arrestado dentro de su propia casa. En serio, ¿qué tiene de extraño que la policía actúe estúpidamente?

Nunca olvidaré un libro que leí de Edna Buchanan, una ex reportera policíaca en The Miami Herald, quien ganó un premio Pulitzer por su trabajo acerca de la policía de Miami. Buchanan decía que no había nadie mejor que un buen policía ni nadie peor que un mal policía. Durante años he visto a algunos buenos. Pero demasiado a menudo he visto a los malos.

Por cierto, aunque se hayan reído cruelmente a sus expensas, Patricia nunca les dio el gusto. Casi estalló en lágrimas, pero no se orinó en los pantalones.

* Periodista.
En http://progreso-semanal.com

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