La dolorosa muerte del sueño económico norteamericano

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Larry Elliott* 
La verdad es que no se suponía que fuera a terminar así. Cuando el Muro de Berlín se derrumbó hace veinte años, la Guerra Fría acabó con la victoria de Occidente. En lugar de dos superpotencias, quedó una. En lugar de ideologías en competencias, quedó el capitalismo, y además en una versión especialmente desacomplejada. 

George Bush el Viejo declaró que el mundo aprendería a hacer las cosas al estilo norteamericano. "Sabemos lo que funciona", afirmó. "Los mercados libres funcionan".

Los confines del mercado se fueron ensanchando durante dos décadas, abarcando a China e India, así como a la antigua Unión Soviética y sus satélites. El veloz crecimiento produjo una impresionante reducción de la pobreza en China e India; y hay pocos polacos o checos que añoren los días en que Moscú manejaba los hilos.
 
Pero resultaba inevitable en todo momento que, tarde o temprano, la globalización se diera de bruces con la crisis, y lo que hemos visto en los últimos dos años no es más que el comienzo de ello. No dejemos que nos engañe la recuperación para necios de los últimos seis meses: los americanos andan de nuevo agotando sus ahorros para consumir bienes que no pueden permitirse; las exportaciones de Chines se disparan.
 
Han vuelto los desequilibrios globales. La combinación de cambio político y revolución tecnológica siempre ha producido agitación. Lo que fue verdad al coincidir la hiladora de husos múltiples con la Ilustración no resultó menos cierto cuando una segunda oleada de inventos -el cine, la luz eléctrica, el automóvil, el aeroplano – coincidió con el desmoronamiento del equilibrio de poder decimonónico.
 
La tecnología digital y la biociencia impulsarán la tercera revolución industrial, pero estos cambios tienen lugar en un momento en el que la difusión del mercado ha incrementado inmensamente el ejército de reserva laboral. La hegemonía de Norteamérica se ve amenazada por el ascenso de China.
 
Son, pues, tiempos combustibles. Esta crisis ha tardado en llegar, y la historia sugiere que el periodo de trastorno será prolongado y doloroso, como lo fue entre 1914 y 1945.
 
No tardaron en aparecer las primeras grietas en el nuevo orden global. La edad de oro duró apenas la mitad de una década, el periodo entre el alzamiento del telón de acero y la creación de la Organización Mundial del Comercio en 1994. A lo largo incluso de ese lustro se registraron señales de inquietud, de las que no fue la menor el impacto del tratamiento de choque aplicado a la economía rusa a principios de los años 90.
 
Pero fue la sucesión de crisis financieras que se iniciaban en la periferia de la economía global y se abrían gradualmente camino hacia el centro lo que desmintió la noción de que habría una transición suave y regular al nirvana del mercado. Se ignoraron los avisos de México, Tailandia y Corea del Sur, del derrumbe de los fondos de protección ("hedge funds") de Long Term Capital Management [1] a la burbuja de los punto com.
 
A los políticos no les costó nada desechar estos detonantes como dolores de una dentición en desarrollo. El crecimiento era fuerte y la inflación baja. Desde principios de los años 90 a mediados de la primera década posterior al 2000 tuvimos lo que Mervyn King, gobernador del Banco de Inglaterra, describió como la década "bonita" o NICE, es decir, los años de "noninflationary continual expansion" (continua expansión sin inflación).
 
Por supuesto, la clave estuvo en la deuda. La pérdida de poder adquisitivo y de negociación de los trabajadores de Occidente quedó compensada con los feroces periodos de auge del precio de los activos que permitió a los consumidores pedir prestado sobre la base del valor creciente de sus hogares.
 
Long Term Capital Management, fundada por John Meriwether, afamado operador financiero procedente de Salomon Brothers, se jactaba de contar con dos premios Nobel de Economía, Myron Scholes y Robert Merton, en su junta. Mientras LCTM adivinó correctamente la orientación de los precios, ganó dinero. En un principio disfrutó de rendimientos medios de un 33% anual, al operar en posiciones muy apalancadas con grandes cantidades de valores prestados por bancos comerciales y de inversión, con el fin de aprovechar pequeñas discrepancias en los precios relativos de instrumentos como bonos, swaps y opciones, así como acciones y derivados . Cuando en agosto de 1998 Rusia devaluó el rublo y declaró una moratoria sobre los bonos del Estado, se produjo una huida masiva de los inversores en mercados de riesgo a instrumentos más seguros como los bonos del tesoro norteamericanos. Con el nerviosismo del mercado, los inversores reclamaron su dinero a LCTM. El fondo no pudo devolverlo, pues sus responsabilidades excedían con mucho a sus activos (un descubierto equivalente a 28 veces sus activos). Temerosas de las repercusiones, las autoridades financieras norteamericanas intervinieron para garantizar una devolución ordenada del dinero de los inversores.

* Director de la sección de economía del diario The Guardian. Gran Bretaña. 

 

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