La construcción de un otro, de aquel que se percibe diferente, es un ejercicio de demonización muy depurado en la cultura occidental. Un producto de todas las épocas. La sinofobia, el sentimiento de aversión a China, su civilización, su gente y su dimensión de gigante mundial, tiene hoy su epicentro en Estados Unidos. Donald Trump hizo reverdecer ese rechazo.
Vomita su retórica confrontativa. Aplica aranceles del 145 por ciento. Da un paso y retrocede otro porque empezó a comprender que su escalada en la guerra comercial conduce al fracaso. Pero no existe solo un conflicto de intereses económicos. De mercados por ganar o zonas susceptibles de influencia geopolítica. Hay una historia que cruza al menos tres siglos de desprecio.
Tampoco es Trump el único que emprendió en su país una cruzada del siglo XXI contra la gran nación detrás de la muralla de 21 mil kilómetros de largo, que tiene varios tramos. Néstor Restivo, historiador y director de la revista DangDai nos recuerda que “el año pasado el Capitolio aprobó (con apoyo bipartidario) el ‘Fondo para Contrarrestar la Influencia Maligna de la República Popular China’ (sic). Autoriza la asignación de 325 millones de dólares anuales para 2023-2027 (o sea 1.600 millones en total) para ese cometido. Eso incluye lobby y campañas de prensa, que son evidentes en muchos medios, y por lo cual seguiremos viendo en algunos portales o películas o documentales todo lo malo que nos espera si seguimos vinculándonos con China”.
La maquinaria de Hollywood ha sido generosa en la producción de estereotipos negativos, de seres y culturas con otros valores en su pretendida hegemonía planetaria. Tuvo eficacia en ese cometido. Podría tomarse el título de la consagrada Feos, sucios y malos (1976) de Ettore Scola, para sintetizar cómo vio sucesivamente la industria del cine en EU a sus pueblos originarios, a mexicanos, alemanes, rusos, latinos en general, árabes y ahora chinos.
Antes de que el primer corto documental de cine mudo se rodara en Hollywood en 1910 (se llamaba La vieja California), la xenofobia expresada en el “peligro amarillo” había chocado de frente con el espíritu del American Dream. Era un sueño, sí, pero restringido a descendientes de anglosajones y europeos en general.
Trece mil chinos para fines de la guerra de secesión trabajaron en la construcción del ferrocarril Transcontinental. Fueron la principal mano de obra. En el estudio Dong, Hu y Chinese American Society de 2010, se menciona: “Desde el primer día de su viaje a Estados Unidos, miles de chinos se vieron hacinados en espacios reducidos, sin agua potable, alimentos, aire ni luz solar. Este viaje mortal desde Hong Kong tardó entre 75 y 100 días en llegar a California, y 1.620 de los 2.523 trabajadores perdieron la vida durante el trayecto, lo que representa una tasa de mortalidad del 64 por ciento”.
Los medios periodísticos de William Randolph Hearst, dueño de un emporio de 28 diarios en su apogeo empresarial, inocularon la semilla del “peligro amarillo” en la sociedad estadounidense de la época. La mano de obra ferroviaria, una vez explotada y descartada, de manera sucesiva quedó sujeta a leyes específicas para disuadirla de que no sería bienvenida más. Bastó con la Page Art de 1875, la Ley de Exclusión de 1882 y la de Geary de 1892 que amplió la prohibición de la entrada, negó la ciudadanía y extendió en el tiempo la discriminación de los ciudadanos chinos en EU. Con el tiempo, la argamasa jurídica alcanzó también a los japoneses a partir de los años 20.
La sinofobia Made in USA no nació con Trump. Proviene del siglo XIX, cuando Estados Unidos construía su sistema troncal de transporte con trabajadores que contribuyeron al florecimiento de su economía. Hollywood reforzó la visión etnocéntrica con creaciones cinematográficas como El misterio del doctor Fu Manchú, estrenada en 1932. Se basa en el best seller homónimo publicado en la década del ’10. El supervillano chino creado por el británico Sax Rohmer encarnó a un genio del mal, un científico transformado en amenaza para Occidente. El autor escribió trece libros sobre este personaje de ficción que murió tantas veces como las que regresó a las páginas de sus novelas.
La literatura crítica sobre China fue prolífica entre fines del siglo XIX y principios del XX. En 1898 el británico Matthew Shiel publicó El peligro amarillo. Greenberry George Rupert, un pastor estadounidense muy fecundo en la producción sinofóbica, aportó otra versión con el mismo título en 1911, pero que se completaba con la bajada: Oriente versus Occidente.
En 1910, Jack London escribió el relato La invasión sin paralelo, una ficción ambientada en el futuro que transcurre en 1976. Su trama describe a una China superpoblada dispuesta a invadir el mundo. Pero las potencias occidentales finalmente la derrotan con armas bacteriológicas. Una distopía que resurgió en la pandemia de 2020.
Restivo cuenta en clave actual que “Estados Unidos ve a China como amenaza tal como antes vio a otros actores internacionales en igual sentido. Lo de ahora es más intenso quizás porque EU y Occidente en general viven un declive constatable, en tanto Oriente asciende. Pareciera que una parte importante de la condición de existencia y el alimento diario del sistema de poder estadounidense y de su cultura es el supuesto peligro de lo otro”.
Desde Lord Palmerston, el primer ministro británico del siglo XIX que veía a la cultura china como “incivilizada” y desató la guerra del opio, a los trece libros sobre Fu Manchú, las películas de Hollywood y la deriva racista de la filmografía actual, las prédicas demonizantes de Trump encuentran hoy terreno fértil a sus teorías arancelarias. En Estados Unidos ni siquiera disimulan. Los estudios Marvel con sede en California estrenaron en 2013 Iron Man 3, donde un Mandarín lidera una organización terrorista que debe ser derrotada.
En rigor, el héroe de la película, Tony Stark, descubre que el enemigo es un actor inglés — interpretado por el consagrado Ben Kingsley– y no el Mandarín chino que sí aparece en los cómics de Marvel. Sutilezas al margen, el film fue el más taquillero de China en 2013 y una parte de su producción se realizó ahí. En 2017 desde Beijing contraatacaron con Lobo guerrero 2, una de aventuras donde los malos son mercenarios occidentales y el un soldado de las fuerzas especiales chinas. Trump apenas había iniciado su primer gobierno en Estados Unidos y tampoco había desatado su guerra comercial.
Una explicación posible de su sinofobia y el país que representa, la dio el profesor de la Universidad de Yale y expresidente de Morgan Stanley Asia, Stephen Roach: “¿Qué tiene China que ha generado esta virulenta reacción estadounidense? EU ha sido durante mucho tiempo intolerante con ideologías en competencia y sistemas alternativos de gobierno. La afirmación del ‘excepcionalismo estadounidense’ aparentemente nos obliga a imponer nuestros puntos de vista y valores a los demás. Eso fue cierto en la guerra fría y lo es nuevamente hoy”.
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