Paula Giménez y Matías Caciabue - CLAE
En la reciente Cumbre del BRICS celebrada en Río de Janiero, Brasil volvió a ocupar un lugar central en la redefinición del mapa geopolítico mundial. El evento puso en evidencia que el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva asumió un papel activo en la construcción de un nuevo orden internacional basado en la cooperación entre países del llamado Sur Global, con una agenda que promueve la “democratización” del Consejo de Seguridad de la ONU, la promoción de impuestos a los milmillonarios, la justicia financiera y la Paz.
Con un complejo y reñido frente en la política interna, el gobierno del líder petista, finalmente, se decidió por profundizar su proyecto de transformación del país, la región y el mundo.
Desde el discurso inaugural, Lula dejó en claro que el BRICS no es solo un foro económico, sino una apuesta por una gobernanza multilateral que busca romper con la hegemonía de las potencias tradicionales.
Denunció la crisis del actual sistema internacional, exigió la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU y se pronunció contra la carrera armamentista alimentada por decisiones como el aumento del gasto militar de la OTAN. “Es más fácil invertir en la guerra que en la paz”, dijo, interpelando no solo a las grandes potencias sino también a las élites del Sur que siguen mirando hacia el Norte.
Esta misma claridad se reflejó en su postura frente al genocidio en Palestina. Lula fue claro en sus posiciones: “Absolutamente nada justifica las acciones terroristas perpetradas por Hamás. Pero no podemos permanecer indiferentes al genocidio practicado por Israel en Gaza y a la matanza indiscriminada de civiles inocentes”. Con ello, se distanció de los silencios cómplices de otros líderes mundiales, y reafirmó que la defensa de los derechos humanos no puede ser selectiva ni acomodarse a conveniencias geopolíticas.
Pero la propuesta más fuerte, en términos estructurales, fue el llamado a construir una moneda comercial alternativa al dólar, iniciativa que apunta a reducir la dependencia financiera de los países del bloque y consolidar una arquitectura económica propia. En este punto, Brasil no solo plantea un giro técnico en términos de intercambio, sino una definición política estratégica, los pueblos del Sur deben recuperar el control de sus recursos, de sus sistemas productivos y de sus herramientas de financiamiento para desmarcarse de la extorsión financiera que golpea fuertemente en modo de medidas coercitivas unilaterales, deudas y especulación de mercado.
En ese contexto, la 17ª Cumbre de los BRICS sirvió de escenario para un primer acuerdo entre China y Brasil orientado a planificar la construcción de un corredor ferroviario que conecte el Pacífico y el Atlántico, uniendo el puerto peruano de Chancay -una estratégica inversión china en Sudamérica, ubicado a 75 km de Lima-, con el megapuerto de Açu, en el estado de Río de Janeiro. Este avance se dio mientras Brasil profundiza sus vínculos con China y enfrentaba intensos cruces digitales con Donald Trump.
En un escenario regional atravesado por la parálisis o destrucción de los múltiples organismos de integración (Mercosur, UNASUR), fracturas ideológicas, y ofensivas neorreaccionarias, Brasil emerge como el único país con capacidad real para ejercer un liderazgo articulador en Sudamérica.
El desafío brasileño consiste en transformar su peso político, económico y diplomático en una plataforma que reconstruya el sentido de la unidad continental. En la última cumbre del Mercosur, mientras algunos gobiernos retrocedían hacia agendas directamente hostiles al bloque, Brasil propuso una hoja de ruta con visión de largo plazo: comercio regional fortalecido, administración de las tensiones políticas y estratégicas, transición energética, desarrollo tecnológico y derechos ciudadanos como ejes de una agenda común.
Este rol de articulador no es sencillo. Brasil debe convivir con vecinos cuyos gobiernos giran entre la despolitización del proceso integrador, la búsqueda de alianzas comerciales por fuera del bloque, y la deliberada destrucción de cualquier iniciativa de unidad. Al mismo tiempo, enfrenta resistencias internas y externas que lo presionan para actuar como simple socio comercial o mediador diplomático.
Sin embargo, la apuesta de Lula da Silva es más ambiciosa: reinsertar a Brasil como promotor de una integración estratégica, capaz de posicionar a América del Sur en el nuevo mapa del poder mundial dominado por plataformas tecnológicas, transiciones geopolíticas y disputas entre bloques.
Sin embargo, lo que necesita el Mercosur hoy no es un líder solitario, sino un país dispuesto a sostener y revitalizar la integración como herramienta de desarrollo compartido.
En un mundo en plena reorganización, Brasil está llamado a asumir un papel articulador; de lo contrario, la región corre el riesgo de disgregarse en fragmentos funcionales a intereses externos, atrapada en una enmarañada red de economías de enclave, sin capacidad real de ejercer soberanía ni de garantizar una redistribución justa de las riquezas.
* Giménez es Licenciada en Psicología y Magíster en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos, Directora de NODAL. Caciabue es Licenciado en Ciencia Política. Ambos son investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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