El peligro que se cierne sobre nosotros es la posibilidad de que la máquina no solo sustituya funciones humanas, sino que acabe debilitando, reduciendo o haciendo desaparecer muchas de nuestras capacidades. El potencial transformador de la IA sin «pensamiento meditativo» tiene efectos muy potentes, pero el cambio no siempre es sinónimo de progreso, especialmente si no reproduce toda la inteligencia humana, sino solo la parte instrumental, ubicada en el hemisferio cerebral izquierdo, la única que interesa a sus dueños.
Ya se han escrito millones de palabras sobre la revolución tecnológica digital y el fenómeno de la inteligencia artificial. Se escribirán muchas más, incluidas las relativas al creciente desarrollo de los denominados LLM, large language models, los grandes modelos lingüísticos utilizados por la Inteligencia Artificial Generativa (AGI), entrenados con enormes cantidades de datos textuales para comprender, generar y analizar el lenguaje de forma similar a un ser humano.
El impacto en nuestras vidas, en la economía, en la propia antropología, en la visión del ser humano, de su naturaleza y de su papel en el mundo, es inmenso y crece día a día.
Dado que esta revolución histórica afecta a todos los aspectos de la existencia, hasta el punto de modificar el significado de términos como cerebro, inteligencia, conciencia, y cambiar irreversiblemente el mapa de la economía, el poder y la propia condición humana, cada rama del conocimiento humano contempla el fenómeno de la Inteligencia Artificial desde su propio punto de vista específico. No se trata de frenar su avance —sería como querer detener con una mano la crecida de un río—, sino de comprenderla y evaluarla como herramienta, no como un fin o un tremendo mecanismo de poder.
Partamos de la definición: se denomina Inteligencia Artificial a la capacidad de una máquina de exhibir facultades humanas como el razonamiento, el aprendizaje, la planificación, el procesamiento y la resolución de problemas de forma autónoma. La IA permite a las máquinas analizar datos para tomar decisiones, formular predicciones, actuar e interactuar con el entorno, automatizando procesos «humanos».
El peligro que se cierne sobre nosotros es la posibilidad de que la máquina no solo sustituya funciones humanas, sino que acabe debilitando, reduciendo o haciendo desaparecer muchas de nuestras capacidades.
Hay quienes señalan que la IA no imita todas las facultades de nuestro cerebro, sino solo las de uno de los dos hemisferios que lo componen, el izquierdo.
Inteligencia artificial: ¿estúpida?
Los tecnólogos e informáticos han estudiado con gran atención la estructura neurológica y el funcionamiento del cerebro humano. La IA se convierte en la interfaz tecnológica omnipotente de las ideas dominantes de la contemporaneidad, cuya preferencia por el pensamiento analítico, instrumental, mecánico y taxonómico es evidente. Desde el punto de vista neurológico, se trata de la victoria del hemisferio izquierdo del cerebro.
Es la tesis —obviamente ajena a la IA— del filósofo, psiquiatra y neurocientífico escocés Iain McGilchrist, expresada en el monumental tratado El amo y su emisario (2009), cuyo subtítulo es Los dos hemisferios del cerebro y la formación de Occidente. Greg Ip, influyente periodista económico y firma destacada del Wall Street Journal, la retoma para relacionarla con la IA.
Según McGilchrist, el hombre occidental está dominado por la versión del mundo creada por el hemisferio izquierdo y ha olvidado las intuiciones producidas por el derecho. Necesitamos ambos hemisferios, pero sobre todo, sostiene McGilchrist, que el hemisferio izquierdo (el emisario) trabaje al servicio del derecho (el amo).
Cada hemisferio cerebral descifra la realidad de manera coherente, pero incompatible con el otro. El hemisferio derecho experimenta el mundo en su totalidad, complejidad y organicidad, omitiendo los detalles, mientras que el hemisferio izquierdo es más analítico y, por lo tanto, fragmentario. Las señales de esta confrontación interna son visibles en la historia de nuestra civilización.
En el mundo desencarnado dominado por las tecnologías digitales, el hemisferio izquierdo toma peligrosamente el control sobre el derecho, cambiando quizás para siempre su forma de pensar y comprender la realidad. Occidente habría vivido una oscilación entre las dos modalidades: ciertos períodos habrían estado influenciados por el hemisferio derecho, por ejemplo, el Renacimiento y el Romanticismo, otros por el izquierdo, la Contrarreforma o la Ilustración.
El salto de la biología a la cultura se sustenta en dos argumentos: la mimesis y la epigenética. La aptitud mimética se observa desde una edad temprana: los niños imitan el comportamiento de los adultos; la imitación de un modelo desarrolla la individualidad, además de producir la inculturación. La hermenéutica dominante en la contemporaneidad registra el triunfo del hemisferio izquierdo sobre el derecho, que abstrae los significados del contexto y avanza neuróticamente con un optimismo irrefrenable, típico del hemisferio izquierdo.

Este razona por pares de opuestos, verdadero, falso, blanco, negro, etcétera. El derecho es consciente de la complejidad, de los matices, de la coexistencia de los opuestos; le gusta ver el todo de forma orgánica más que diseccionarlo. En el lenguaje informático, es lo continuo frente a lo discreto. El hemisferio izquierdo es un brillante emisario, capaz de reconstruir lógicamente, paso a paso, los saltos intuitivos del derecho, pero no puede sustituirlo.
La inteligencia artificial ha adoptado el modo cognitivo del hemisferio izquierdo, mutilando el modelo de la mitad de la inteligencia natural humana. El riesgo es la simplificación, la reducción de todo a segmentos, secuencias infinitas de cero y uno, abierto y cerrado, estructuralmente incapaces de captar el todo, la complejidad, la infinita gama de colores de la paleta humana.
Dado que el modelo artificial se está superponiendo al original hasta sustituirlo, el riesgo es una mutación epigenética que restringe lo humano debilitando las funciones del hemisferio derecho. El resultado podría ser una humanidad a la medida de la inteligencia artificial. El mundo al revés también en el ámbito de la tecnología.
La IA sustituirá a la inteligencia humana, dando paso a la tiranía de las máquinas. La economía se encamina hacia una sustitución sin precedentes del trabajo humano, lo que provocará un desempleo masivo y graves conflictos sociales. Son las objeciones acertadas las que marcan la llegada de la IA.
Una consecuencia adicional es que la prevalencia del modelo artificial nos lleve al estancamiento intelectual. Los modelos lingüísticos como ChatGPT, Google Gemini y Claude de Anthropic son muy eficaces para localizar y conectar el conocimiento. Pero no añaden nada al corpus de conocimientos. En otras palabras, no son curiosos. Carecen de sentido de la maravilla, del asombro, de la abstracción humana. Por esta razón, la arquitectura de la IA podría no estar preparada para descubrir nuevos conocimientos.
Para utilizar el léxico de McGilchrist, la IA sería la parte izquierda del cerebro humano transferida a la máquina. Calculadora, analítica y reductiva, trata el mundo como un gigantesco almacén de datos. El procesamiento puede proporcionarnos una potente mejora tecnológica con respecto a lo existente. Pero el razonamiento del hemisferio izquierdo es incapaz de analogías, imaginación y pensamiento emocional.
Quizás una «verdadera» inteligencia artificial necesitaría un botón del estado de ánimo capaz de pasar de un estado de concentración hiperactiva a uno de meditación. Es difícil que un interruptor pueda activar en la IA un estado de concentración en una cuestión aparentemente irrelevante, un estado mental que a menudo desencadena el proceso creativo.
El genetista James Watson explicó que intuyó la estructura de doble hélice del ADN mientras jugaba al tenis. Deberíamos considerar la IA como una ayuda valiosa que permite al usuario humano concentrarse en cuestiones que requieren imaginación, el salto lógico y cognitivo de la mente, o bien actuar como emisaria del amo, el hemisferio derecho del cerebro con su capacidad de intuición, creatividad y analogía.
El potencial transformador de la IA sin «pensamiento meditativo» tiene efectos muy fuertes, pero el cambio no siempre es sinónimo de progreso, especialmente si no reproduce toda la inteligencia humana, sino solo la parte instrumental, ubicada en el hemisferio cerebral izquierdo, la única que interesa a sus dueños.
Confiar en la IA atrofia el pensamiento crítico, al igual que confiar en el GPS debilita la memoria espacial. Las pruebas estadísticas demuestran que las funciones cognitivas de los seres humanos disminuyen de forma directamente proporcional a la confianza en la IA y a la capacidad de búsqueda en Internet.
Los profesores lo saben por experiencia diaria: observan la disminución de la capacidad de
atención, el debilitamiento de la memoria, la crisis del pensamiento crítico, la falta de curiosidad. La IA traerá avances en algunos ámbitos, pero a largo plazo el resultado podría ser el estancamiento científico: asistiremos a un perfeccionamiento de los conocimientos existentes y a una explotación acelerada de su potencial, pero podría haber cada vez menos conocimientos nuevos.
La inteligencia artificial también podría acelerar el declive de la verdad que ya experimentamos con consternación. Un editor de Wikipedia describió en detalle cómo introdujo deliberadamente información parcial en la enciclopedia digital, la Biblia de la contemporaneidad. Los LLM fomentan operaciones similares a una escala mucho mayor.
Un ejemplo es el informe de Google Gemini sobre Matthew Shepard. Era un estudiante universitario gay que fue brutalmente golpeado y abandonado a su suerte en un asesinato por odio en Laramie, Wyoming, en 1998». La investigación demostró que su asesinato no fue motivado por el odio hacia su condición sexual. Pero así es como la propaganda pro-gay presentó el asesinato de Shepard durante años.
Dada la enorme cantidad de textos publicados por activistas y personas engañadas por la propaganda, los modelos LLM de inteligencia artificial tenderán a reproducir esta narrativa, ampliamente difundida pero falsa. La confianza ciega en la IA convierte sus afirmaciones en verdades incontrovertibles: ¡lo dice la tecnología!
Movimientos organizados, gobiernos y otros centros de poder trabajan para introducir en la red material ideológicamente distorsionado o falso con el fin de moldear los procesamientos de los LLM, que luego presentarán la narrativa como un hecho comprobado.
Maniobras que determinan y determinarán cada vez más la contaminación de los contenidos, ya que enormes cantidades de textos generados por la inteligencia artificial, diseñados para influir en los resultados, inundarán la web.
El resultado será una degradación del conocimiento que eclipsará los daños causados por la televisión y las redes sociales. El potencial transformador de la IA tiene efectos muy poderosos, pero el cambio no siempre es sinónimo de progreso. Especialmente si reproduce —extendiéndola indefinidamente— no toda la inteligencia humana, sino solo la parte instrumental, ubicada en el hemisferio cerebral izquierdo, la única que interesa a sus amos. Inteligencia artificial estúpida, carente de pensamiento meditativo.
* Nació y vive en Génova, donde trabajó como director de la Aduana. Estudioso de la geopolítica, la economía y la historia, lleva años desarrollando una intensa actividad periodística, colaborando con revistas, sitios culturales y blogs. Ha escrito varios libros, incluido un Handbook of Antieconomics; Tecnópolis; En elogio de la pertenencia; Voluntad de impotencia y Diccionario de Corrección Política y Neolengua.
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