Chile, letras: el Premio Nacional, un largo camino

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Lagos Nilsson.

Cuando se hace justicia también en ocasiones se cometen actos o se producen olvidos que pueden calificarse de injustos. Porque si bien puede pensarse que es de toda justicia el Nacional de Literatura a Isabel Allende, resulta injusto, del mismo modo podría pensarse, que siga en el limbo ese viejo enfant terrible llamado Enrique Lafourcade; lo que también hace pensar no es clara la razón del PN, cuál es su objetivo y por qué se otorga a quienes lo obtienen.

La escritora y periodista Virginia Vidal planteó de manera acertada y documentadamente, aquí, un hecho significativo: el PN se entrega con prescindencia absoluta de la Sociedad de Escritores de Chile. Dice Vidal:

"…es indispensable recordar que este premio es obra de los escritores chilenos organizados en la SECh. La Sociedad de Escritores de Chile, fundada en 1932, a los diez años de existencia inició las gestiones para instituir este premio proponiendo un proyecto de ley durante el gobierno de don Pedro Aguirre Cerda. Su muerte lo interrumpió, pero don Juan Antonio Ríos, su sucesor, promulgó la ley Nº 7.368 que creó el Premio Nacional de Literatura, con fecha 9 de noviembre de 1942 (publicada en el Diario Oficial Nº 19.414, el 20.11.42). Dicha ley llevaba las firmas del primer mandatario, de Guillermo del Pedregal, ministro del Interior, y de Benjamín Claro Velasco, ministro de Educación."

Agrega Virginia Vidal: "Según el texto oficial, el Premio Nacional de Literatura, de ahí en adelante, sería otorgado cada año ‘por una vida entera entregada al ejercicio de las letras’”. Esto se cumplió y siempre hubo dos representantes de la SECh como miembros del jurado."

La dictadura cambió las reglas del juego; por razones de obvio contenido represivo-político la entidad que agrupa a los escritores fue marginada de las deliberaciones en relación a la concesión del Premio. Según Vidal, pese al fin de ese período: "Se eterniza el sistema que dejó a los escritores sin su derecho, recalcando la marginalidad a la que los aherrojó la dictadura".

Una vida entera…

El asunto es complejo. Empero es claro que "una vida entera entregada al ejercicio de las letras", se refiere a escritores, desde luego, no a amanuenses, copistas o calígrafos (primera acepción del DRAE). Pero tampoco eso basta. La dinámica propia de un premio literario en cierto modo (pre)supone que esa vida entera dedicada a las letras se haya traducido en publicaciones al alcance del público; al fin y al cabo no existe un escritor que viva y trabaje al margen de la sociedad

(lo que amenaza a llevarnos por navegaciones  de distinto orden: políticas editoriales, de distribución, educativas, etc…, que dejaremos de lado, englobándolas bajo un interrogante sobre la eventual política cultural del Estado).

La existencia de escritores publicados permite suponer que esas vidas entregadas al ejercicio de las letras puestas frente a la candidatura al PN serán objeto de ponderación, crítica, ubicación en el amplio y a veces nebuloso espectro del universo literario local; se las comparará con aquellas del pasado y entre ellas en razón de la influencia que hayan logrado, por ejemplo, sobre las nuevas promociones de literatos. Todo ello después de que se obedezca a un procedimiento claro para presentar candidaturas.

Los escritores y otros artistas que cumplen con su oficio de modo independiente y en soledad carecen en Chile de cualquier seguro o beneficio social; si enferman, a hacer la cola de los indigentes; si mueren, nunca faltan amigos o parientes para pagar el cajón; si tienen hambre, ya están acostumbrados a ella; si tienen sed, no falta un alma caritativa… En la Argentina —al parecer— los escritores han logrado algunas conquistas en este terreno.

Es la carencia de reconocimiento por su trabajo una de las ideas motrices que parieron el PN de Literatura y motivaron a la SECh en tiempos pasados. Se trataba de conseguir para los viejos escritores siquiera una cantidad que les permitiera "seguir tirando" de los bueyes de su trabajo —o conseguirles una muerte digna. Si esto se cumplió o no en todos los casos es asunto aparte.

Lo cierto es que la enorme mayoría de los PN se decidió por el escritor que, cualquiera haya sido el criterio del jurado que lo discernía, que en cada oportunidad se estimó era "más merecedor" que sus colegas también candidatos. En ocasiones las razones fueron solidarias, políticas en otras, por respeto, para reparar olvido, en fin, incluso por apreciarse como señera la totalidad de su obra. Eso sí, una vez más las mujeres fueron —¿qué otra palabra usar?—: discriminadas.

El olvidado Lafourcade

Pensamos es absurda de todo ridículo —un chiste de mal chiste— esgrimir en favor o en contra de Allende que sea una súper ventas a la hora de querer juzgar la oportunidad o no del PN que se le otorgó. Puede preguntarse uno qué escritores han vendido más y durante más tiempo que don Miguel…

Isabel Allende es, por una parte, una escritora en plena producción, le sobra vida para entregarla al ejercicio de las letras. Si se quiso un homenaje a la calidad "literaria" de sus textos, no se conoce el criterio del honorable jurado. De cualquier modo el premio ya es un "fait accompli" y a ella es imposible acusarla de no trabajar intensamente… O de no conocer pellejerías.

Tampoco puede acusarse de no haber trabajado toda su vida a Enrique Lafourcade. Es larga la lista de sus libros y, por muchos años —dobló la curva de los 80—, fue uno de los grandes animadores de diatribas, polémicas, tertulias y discusiones literarias. En cierto modo es el primer escritor profesional chileno y, como era costumbre hacia mediados del siglo XX en el gremio, fue generoso con los más jóvenes. Quizá conspira en su contra haber vendido mucho  —y no solo con Palomita Blanca, que antes publicó La fiesta del rey Acab (1952), Invención a dos voces (1963) y Frecuencia modulada (1966).

Que los libros entierren a sus autores mientras la gran (tele)novela chilena es la discusión planteada en torno a que si la ex presidenta Bachelet fue o no invitada a la inauguración del Gabriela Mistral. Más serio sería haber recordado a Salvador Aollende, que entregó el edificio —con fines culturales— al pueblo (hasta que la dictadura lo saqueó y quitó contenidos). Que a la presidencia Piñera le haya tocado reinaugurarlo es algo que la honrará —dependiendo de qué hace con él en los años por venir.

Una cosa es deseable: que las discusiones alrededor del PN no se parezcan —en lo sucesivo— a la pelea de vecinas chismosas por la invitación o no invitación. Sería mucha la vergüenza.
 

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