Una economía a flote gracias a la mafia no es sólo un argumento de Le Carré

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Jonathan Freedland.*
 
Él tiene el cuello del tamaño de un toro y el pecho como un tonel, es malhablado y calvo. Es propietario de un Rolex de colección y de los cientos de millones —quizás miles de millones— que van con él. Su inglés tiene un acento ruso y su léxico está lleno de improperios. Él está de vacaciones en Antigua, en una península que le pertenece en su totalidad. Es el líder de una hermandad de importantes criminales rusos, un genio financiero que hasta ahora ha actuado como una lavandería humana, lavando las sucias fortunas de sus colegas rufianes

Pero ahora él ha establecido contactos secretos con las autoridades británicas: quiere ser un informante, el gran soplón que revelará los secretos del oscuro submundo en el que se movió durante tanto tiempo.

Si esto suena como el argumento de una novela, es porque se trata de la nueva y apasionante obra de John Le Carré, Our Kind of Traitor. El mafioso ruso es Dima, cuyo destino seguimos como una unidad de elite en la búsqueda de la inteligencia británica para reclutar a quien sería el desertor para salvaguardar las costas inglesas.

Hasta que reunamos la voluntad política suficiente, la clase rectora ignorará alegremente los sucios crímenes que se esconden detrás de las más famosas fortunas de hoy.

He aquí otro argumento. Los principales bancos del mundo, desesperados por dinero en efectivo durante la crisis financiera, se volcaron hacia los fondos del crimen organizado como “el único capital líquido de inversión” disponible, absorbiendo la mayor parte de los 352.000 millones de dólares de las ganancias del mercado de las drogas en el sistema económico mundial, lavando una enorme suma en el proceso.

Suena implausible, pero esto no es ficción. Este relato fue publicado en el periódico The Observer en diciembre de 2009, cuando el jefe de la Oficina sobre drogas y crimen de las Naciones Unidas (Office on Drugs and Crime) admitió que enormes cantidades de dinero provenientes del narcotráfico habían mantenido a flote al sistema financiero cuando éste parecía derrumbarse en cualquier momento.

La historia apareció mucho después de que Le Carré hubiera terminado Our Kind of Traitor, pero confirmó todo lo que la novela develaba: que una considerable porción de la economía mundial —una quinta parte según algunas estimaciones— está conformada por los frutos del crimen organizado; que los criminales que se encuentran detrás del dinero han hallado cientos de maneras ingeniosas de ocultar sus orígenes —y que aquellos que podríamos esperar se resistiesen esta trayectoria, incluyendo a bancos reputados y políticos electos, por el contrario ayudan a allanar su camino desde la economía sumergida hacia la economía en blanco.

El problema es de tal magnitud, que a veces la gente no lo ve. ¡Nadie lo captó! dijo un todavía incrédulo Le Carré sobre este comunicado de la ONU cuando nos reunimos en su casa de Hampstead. “No hago teorías conspirativas, pero realmente tuve la sensación de que había sido ocultado”. Él ve demasiadas preguntas sin respuesta, comenzando por cómo fue que 352.000 millones de dólares han pasado a la economía legítima.

“¿Qué botones aprietas, a quién llamas? ¿Con quién buscas acordar?”. ¿Alguien del gobierno hizo un guiño a los grandes sinvergüenzas, diciéndoles que ya no tendrían que mantener su dinero en efectivo, digamos, en las Islas Caimán, sino que ahora podrían comprar bonos del estado? ¿Si alguien lo hizo, quién fue y con qué autoridad?

Sí, esto parece un misterio, un asunto para peritos contables, pero no lo es. Balzac tenía razón: “Detrás de cada gran fortuna, descansa un gran crimen”. Y detrás de las célebres fortunas de hoy, de hecho se encuentran algunos crímenes muy sucios: si no es la venta de armas o enganchar a las drogas a los más vulnerables, es el tráfico de jóvenes como esclavas sexuales y la conversión de inmigrantes en siervos. Cuando los beneficios del mal como estos son blanqueados, el mundo está diciendo que el crimen —aun el más grave— reditúa…

La magnitud es enorme. La Agencia del Crimen Organizado (SOCA, Serious Organised Crime Agency) afirma que los ingresos del crimen organizado en el Reino Unido ascienden a 15.000 millones de libras, y admite que ese dato posiblemente esté subestimado. Si a eso agregamos los ingresos provenientes de Rusia, India y otros, los números alcanzan la estratosfera.

Nada de toda esta riqueza tendría demasiada utilidad para los mafiosos si se mantuviera en el delator estado de efectivo, traicionando sus sucios orígenes. Entonces, este Dimas de la vida real inventa las más ingeniosas maneras de hacerla pasar por legal. La propiedad es una de sus favoritas: compra una casa, la vende y lo recaudado se convierte en dinero limpio. Un comercio funciona de la misma manera, y también un club de futbol. O crea una serie de "empresas cáscara" registradas por detrás de una chapa de bronce en el lejano Vanuatu o las Islas Solomon, una en posesión de otra que a su vez posee otra, muñecas rusas financieras que “engañan y agotan a los investigadores”, como sostiene Misha Glenny, cuyo libro McMafia es la guía adecuada para entender este nuevo dominio del crimen multimillonario internacional.

Triste, pero él incluye a Londres en esa lista de paraísos seguros, atractivos lugares para quienes quieran lavar fortunas ilícitas. Desde que Gordon Brown estableció su centro en Londres, dejando atrás Nueva York como capital financiera mundial, sostiene Glenny, el resultado inevitable fue el debilitamiento de las regulaciones, un régimen permisivo para la entrada de las grandes fortunas, acuerdos legales para personas que no residen permanentemente en el país [non-dom] y una entera arquitectura legal amigable a los ultra ricos.

Esto no significa que las autoridades no hagan nada. La Agencia del Crimen Organizado se vanagloria de haber rechazado activos criminales por 317 millones de libras en el pasado año: pero las palabras “gota” y “océano” acuden a la mente. Ciertamente Brown reforzó algunas medidas tendientes a combatir las finanzas terroristas después del 11/9 pero, según coinciden los expertos, el régimen sigue tendiendo a cazar los peces pequeños mientras deja libres a los tiburones.

Como afirma Hector Meredith, el principal espía en Our Kind of Traitor: “¿Que un tipejo está lavando un par de millones? Es un maldito sinvergüenza. Llame a los reguladores, pónganlo entre rejas. ¿Pero unos pocos miles de millones? Ahora nos estamos entendiendo. Miles de millones son una estadística.

¿Qué es lo que explicaría la ceguera institucional hacia estas enormes y sucias fortunas? La influencia política. Los oligarcas rusos, por ejemplo, no se han tomado respiro en su cultivo de amigos políticos, sin reparar en gastos. Le Carré especula que hay un cuerpo sustancial de pares sentados en la Cámara de los Lores “cantando para el coro ruso”. Su novela muestra a un ambicioso político británico que se reúne con miembros de la fraternidad criminal rusa en un yate, a pesar de que indudablemente el parecido con cualquier personaje público es pura coincidencia.

Y a veces, en algunos sitios, no es sólo ceguera. Glenny informa que tras la crisis financiera en Italia a la mafia se le permitió asumir el rol de los bancos, ofreciendo tasas de interés razonables para las pequeñas empresas. Los mafiosi pueden hacerlo porque poseen mucho dinero en efectivo —y a cambio su dinero se lava—. Para el crimen organizado, una recesión es buena para los negocios.

¿Qué puede hacerse? Algo de derrotismo acecha en la novela de Le Carré, como si ese dragón fuera demasiado poderoso como para ser abatido. El autor admite que él no puede ver cómo ningún país pueda “enfrentarse a esto”. Otros sugieren que la acción sólo será posible cuando Rusia —donde las economías legal e ilegal están envueltas en un permanente gris jurídico— elija acompañar la batalla internacional contra el crimen organizado.

Pero hay algo más que puede hacerse. Los Estados Unidos han sido un buen ejemplo, respecto de cualquier transacción hecha en dólares dentro de su jurisdicción (razón por la cual las autoridades estadounidenses están persiguiendo el episodio Saudita/BAE mucho después de que los investigadores de la Agencia Anti Fraude (Serious Fraud Office) lo abandonaran en Gran Bretaña).
[El mencionado episodio involucra a la fábrica de armas británica BAE Systems, que según una investigación de la BBC de 2006, entregó más de dos mil millones de dólares en sobornos al jefe de seguridad nacional de Arabia Saudita, también ex embajador en Washington, durante 22 años. N. de la T].

Los gobiernos tendrían que encontrar la voluntad política para atrapar a los grandes villanos, no sólo a los pequeños. Terminar con el régimen non-dom ayudaría también.

Una reforma es sorprendente y fácil a la vez. Los oligarcas y sus amigos no vienen a Londres por el clima: un buen motivo es nuestra draconiana legislación sobre calumnias, que los mantiene a salvo del escrutinio público. Hay que cambiarla, ya que sólo así podremos comenzar a debatir por lo alto sobre este fraude criminal —en los periódicos más que en las páginas de una novela, por más apasionante que sea.

* Crítico literario británico, escribe regularmente en The Guardian.
En www.sinpermiso.info —traducción del inglés de Camila Vollenweider.

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