Los objetivos de Desarrollo del Milenio (I)

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Gisela Ortega.*

Cuando los dirigentes mundiales aprobaron la Declaración del Milenio, en 2000, concluyeron un pacto internacional sin precedentes, un compromiso histórico para crear un mundo más pacifico, tolerante y equitativo, donde fuera posible satisfacer las necesidades especiales de las y los niños, las mujeres y las personas vulnerables. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio constituyen una manifestación práctica de la aspiración de la aspiración de reducir las desigualdades en materia de desarrollo humano entre los países y pueblos para el año 2015.

Durante la pasada década se registraron importantes avances hacia el logro de los propósitos relacionados con la disminución de la pobreza y el hambre, la lucha contra las enfermedades y la mortalidad, la promoción de la igualdad entre los géneros, la ampliación del acceso a la enseñanza, el acceso a agua potable y a servicios básicos de saneamiento, y la creación de una alianza mundial para el desarrollo.

Pero —teniendo en cuenta que el plazo fijado para alcanzar las metas se cumple dentro de cinco años— es evidente que llegar a las comunidades más pobres y marginadas de los países resulta fundamental para la consecución de dichos proyectos.

El Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, señala: “El mundo posee los recursos y los conocimientos necesarios para garantizar que incluso las naciones más pobres y aquellos cuyo desarrollo se ha estancado a causa de las enfermedades, aislamiento geográfico o las contiendas civiles, puedan lograr los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Destaca el compromiso de la ONU y otros organismos de poner dichos recursos y conocimientos al servicios de los países, las comunidades, los niños y las familias que más los necesitan.”

Llegar a las colectividades marginadas y excluidas siempre ha sido un aspecto primordial de la labor de UNICEF. Forma parte de su misión  y se basa en los principios de universalidad, no discriminación, indivisibilidad y participación que sustentan la convención sobre los Derechos del Niño y otros valiosos instrumentos de derechos humanos. Dentro del esfuerzo por proteger a  la infancia  y hacer efectivos sus derechos, recalca la importancia de hacer frente a las desigualdades tanto en las políticas como en la práctica.

Los niños, prioridad uno

Hay, al menos, tres poderosas razones de orden práctico por las cuales es necesario dar prioridad al logro de una mayor equidad a favor de la niñez:

En primer lugar, un sólido crecimiento económico mundial, un comercio más activo y flujos  de inversión más altos durante buena parte de las décadas de 1990 y 2000 no lograron disminuir las desigualdades entre los países en materia de desarrollo infantil. Y, lo que es peor, en algunos ámbitos, como la supervivencia infantil, las disparidades entre las regiones ha aumentado.

En segundo lugar, el progreso medido a través de registros nacionales a menudo oculta grades e incluso crecientes desigualdades entre grupos sociales y económicos subnacionales, con respecto al desarrollo de los niños y su acceso a los servicios esenciales. Así, resultados aparentemente favorables desde el punto de vista estadístico, pueden encubrir enormes necesidades.

En tercer lugar, el contexto mundial del desarrollo está cambiando. La crisis alimentaria y financiera, aunada al cambio climático, el rápido proceso de urbanización y el creciente número de conflictos humanitarios, pone en peligro los avances hacia la consecución de los ODM, que tanto trabajo han costado. Estos cambios, algunos potencialmente sísmicos, afectan profundamente a las naciones  más necesitadas y a las comunidades menos favorecidas

Muchos países en desarrollo —incluyendo algunos de los más pobres— están bien encaminados para lograr los ODM. Sin embargo, la mayoría de los indicadores de África subsahariana, Asia meridional y los  menos adelantados están sumamente rezagados con respecto a otras regiones en progreso y a las naciones industrializadas.

Casi la mitad de la población de los 49 países menos adelantados del mundo es menor de 18 años. En este sentido, esas naciones son las más ricas. Pero en términos de supervivencia y desarrollo infantil, son los más pobres. En efecto, tienen las tasas más altas de mortalidad infantil y desescolarización, y las  más bajas de acceso a atención básica de la salud, servicios de maternidad, agua potable e instalaciones de saneamiento.

La mitad de los 8.8 millones de muertes de niños menores de cinco años que se registraron en 2008 correspondieron únicamente a África subsahariana. Más de tres cuartas partes de los 100 millones de niños y niñas en edad de asistir a la escuela primaria que no están estudiando afectan a esa región y a Asia meridional. A esos dos territorios también se refieren las tasas más altas de matrimonio infantil, y las  mas bajas de inscripción de los nacimientos, y un menor acceso a servicios de maternidad y de atención médica básica para los infantes, especialmente entre los pobres.

Entre los problemas importantes que se deberán solucionar en Asia meridional están la mala condición nutricional de los niños y las mujeres, las deficientes instalaciones de saneamiento y las inadecuadas prácticas de higiene. También se deberá eliminar la discriminación por razón de género, un flagelo arraigado en esta región que socava los esfuerzos tendientes a conquistar los objetivos sobre educación universal e igualdad entre las personas.

Pese a que en varios países de África subsahariana se registraron notables progresos en la supervivencia infantil entre 1990 y 2008, la disparidad de las tasas de mortalidad infantil en esa zona y todas las demás se está acrecentando.

En 1990, un niño nacido en  estas localidades tenia 1.5 veces más probabilidades de morir antes de su quinto cumpleaños que uno nacido en Asia meridional, 3.5 veces más riesgos que   un bebe nacido en América Latina y el Caribe, y 18.4 veces más posibilidades que uno nacido en un país industrializado.

En 2008, estas disparidades se habían incrementado significativamente, debido al rápido proceso en otros lugares del mundo.

En la actualidad, la tasa de mortalidad entre los menores de 5 años nacidos en África subsahariana es 1.9 veces más alta que en Asia meridional, 6.3  que en América Latina y el Caribe, y 24  que en los países industrializados. El  contraste en la mortalidad infantil entre Asia meridional y las regiones en desarrollo más prosperas también se han acentuado aunque en menor grado.

Los rostros de la inequidad

La pobreza, género y ubicación geográfica de la vivienda, influyen enormemente en las posibilidades que tienen los niños de ser registrados al nacer, sobrevivir en los primeros años, acceder a atención primaria de  la salud y asistir a la escuela.

La pobreza y la exclusión por motivo de género conllevan riesgos para la protección y minan aún más los derechos de la infancia. Las y los niños más marginados suele sufrir la privación de sus derechos. Esto ocurre de muchas formas.

En todas las regiones en desarrollo, la mortalidad infantil es significativamente mas alta ente las familias con los ingresos mas bajos que entre las más acaudaladas. En comparación con los niños que pertenecen a los quintiles más prósperos de sus sociedades, los menores de los quintiles  más pobres tienen  casi tres veces  más probabilidades de pesar menos de lo normal y el doble de posibilidades de tener un retraso en su crecimiento.

Aparte de esto, sus perspectivas de acceder a servicios esenciales de salud, a fuentes mejoradas de agua potable, a instalaciones de saneamiento y a la enseñanza primaria y secundaria son mucho menores. En cuanto a las niñas, la pobreza empeora la discriminación, la exclusión y el abandono que muchas ya padecen como resultado de su género. Esto es particularmente cierto cuando se trata de asistir a la escuela, algo tan vital para romper el hielo de la penuria.

Si bien en la década pasada se hicieron ingentes esfuerzos por alcanzar la paridad entre los géneros en la enseñanza primaria, los datos confirman que, en las regiones en desarrollo, el acceso de las chiquillas y las  jóvenes a la educación, especialmente a la secundaria, sigue siendo demasiado limitado.

Las niñas de los quintiles más  necesitados de África subsahariana y Asia meridional tienen tres veces más posibilidades de casarse antes de cumplir los 18 años, que las del quintil más pudiente.

En África subsahariana las mujeres jóvenes de los quintiles inferiores y de las zonas rurales tienen menos posibilidades de contar con un conocimiento correcto sobre el VIH y el sida y de utilizar preservativo durante las relaciones sexuales.

Las adolescentes que quedan embarazadas están más expuestas a sufrir complicaciones como parto obstruido o prolongado, y de engrosar las cifras de mortalidad y morbilidad maternas. A su vez, sus hijos tienen más peligros de morir, de contraer enfermedades y de sufrir de desnutrición, y menos probabilidades de beneficiarse de los servicios de salud y asistir a la escuela, lo que perpetúa este ciclo negativo, generación tras generación.

Incluso en los lugares donde la prevalencia del matrimonio infantil es baja, las mujeres que no estudian, o que lo hacen durante muy poco tiempo, tienen más oportunidades de casarse antes de los 18 años que las que tienen educación secundaria o postsecundaria. Además las niñas y las adolescentes que se casan temprano o no han recibido una educación carecen también de los conocimientos necesarios para protegerse contra el VIH y el sida.

El aislamiento geográfico perpetúa e impide acceder a los servicios esenciales, sobre todo a agua potable y a infraestructura de saneamiento.

Todos los indicadores sobre supervivencia, atención sanitaria y educación infantil que muestran grandes desigualdades entre los diferentes quintiles también revelan que la situación es mucho mejor en los centros urbanos que en las zonas rurales.

En materia de desarrollo humano, quizás la brecha entre los medios urbano y rural mas pronunciada tiene que ver con el acceso a fuentes mejoradas de agua potable y a instalaciones  de saneamiento. Entre 1990 y 2008, la cobertura mundial de agua salubre aumento de manera apreciable, aunque todavía existen preocupantes desigualdades entre los medios urbano y rural.

De los 884 millones de personas que todavía carecen de acceso a fuentes purificadas de agua potable, un 84% vive en  las zonas rurales. Pero también hay marcada diferencias intraurbanas: de hecho, los habitantes pobres de las zonas urbanas tienen mucho menos acceso a fuentes perfeccionadas de agua que los  más ricos de esas mismas zonas.

Desde 1990, el mundo  ha avanzado poco en el acceso a servicios  modernizados de saneamiento. Persiste una desigualdad considerable entre los centros urbanos –donde el 76% de la población utiliza dichas instalaciones- y las zonas rurales donde solamente el 45% de los ciudadanos tiene acceso a ellas.

Los rostros de la inequidad van mucho más allá. Los niños más vulnerables, los huérfanos, con discapacidades, lo que pertenecen a una minoría étnica y grupos indígenas, y los que son víctimas de trabajo forzosos, trata y otra forma de explotación, también podrían ser los mas excluidos de los servicios esenciales y los que más expuestos están a perder sus derechos a la protección, a la libertad y a disponer de una identidad.

* Periodista.
Fuente: UNICEF
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