Un hombre empeñado en el álbum familiar de Chile

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El exilio de Patricio Guzmán se ha prolongado –más que por vivir en el exterior– por su forzada ausencia de los lugares donde su trabajo debería circular. Uno de los documentalistas importantes del mundo es en su país un linyera solitario que habla de filosofía –o de cine– con unos cuantos vecinos de la calle por donde –cuando viene– camina. La memoria no paga. La televisión no anda con tonterías. Los exhibidores no arriesgan utilidades.

fotoHacia 1975, en Europa, comenzó a conocerse uno de los rostros de la experiencia política que hizo a Salvador Allende Presidente de la República gracias a su La batalla de Chile, que comenzara a filmar en 1973; para entonces el camarógrafo del filme Jorge Müller (izq. abajo, con el realizador) era, junto a su compañera, un par de reglones en la lista de torturados-desaparecidos por la dictadura. El año anterior había realizado El primer año.

Me he preguntado muchas veces en estas últimas tres décadas qué será de Patricio Guzmán. No sobre sus películas. Sino en qué se habrá convertido ese muchacho que fue mi más próximo amigo a fines de la década de 1951/60.

Recuerdo que vivía en el segundo piso –¿era el segundo piso?– de un vetusto edificio en calle Ahumada esquina Nueva York. Recuerdo mucho a su madre, de pequeña estatura, que nos regalaba algún almuerzo, una taza de te, una sonrisa más bien triste y nos veía encerrarnos en su cuarto a conversar de ciencia-ficción. Patricio tenía –lo que envidié después que me hubo enviciado en el género– una colección casi completa de la revista Más allá.

Leíamos y discutíamos los futuros de Heinlein, Asimov, Stappledon, C.S Lewis, Kornbluth, Simak y otros: ninguno nos preparó para lo que viviríamos después, cuando los 17 años de entonces se convirtieron en más de 30. A veces dibujaba historietas.

Por esos años –y en parte por la generosidad con que nos alentó Armando Cassígoli, nuestro profesor de Filosofía– publicamos un libro, que debe haber olvidado del mismo modo como yo lo olvidé. No es que haya sido un mal libro –en su defensa podría decir que no hay “malos” libros– sencillamente fue un libro nacido antes de tiempo –y rara vez la naturaleza perdona un parto prematuro–. Un par de años después publicó, ahora él solo, un volumen pequeño de indudable mayor dignidad. Entiendo que es su útima experiencia propiamente literaria. El que tenía se extravió en alguna etapa de mi propio exilio.

¿Pero cómo era Patricio Guzmán? Era más bien silencioso, con el nudo de la corbata nunca bien atado y los zapatos con la capa de polvo del que mucho camina. Era pensativo, elegía el café sobre la cerveza, tenía un lenguaje preciso y limpio. Las burradas y los excesos del fin de la adolescencia parecían aburrirlo. Buscaba su camino, era serio. El azar lo salvó cuando fue llevado detenido “para interrogatoio” al Estadio Nacional de Santiago.

Otro amigo, de otro tiempo, solía decir que ser buenos no asegura ni la felicidad ni que correspondan a la bondad de uno. Quizá es la misma suerte de la seriedad, el talento, la inteligencia. Alguna razón ha de existir para que en su país muy pocos –los vecinos de la cuadra del linyera, quizá– conozcan su obra. Patricio Guzmán tiene en su haber los siguientes documentales, después de El primer año:
La batalla de Chile (tres películas), En nombre de Dios, La cruz del sur, Pueblo en vilo, La memoria obstinada, La isla de Róbinson Crusoe, El caso pinochet, Madrid, Salvador Allende y debe haber terminando Mi Julio Verne. También un largo argumental filmado en Venezuela.

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Los premios que ha obtenido son tantos como sus películas. Ninguna, que sepamos, ha merecido los cortes comerciales con los que la televisión –al menos en Chile– premia a la realización cinematográfica. Nunca han sido programados.

Ariel Dorfam escribió: “Lo que Guzmán observa apasionadamente y nítidamente vale para el mundo entero”.

El mismo Guzmán señala haber descubierto muy joven el cine documental. “Eran películas que llegaban de vez en cuando. No eran películas con estrellas famosas. Ni siquiera tenían actores. Tampoco tenían decorados (…) Estos filmes me marcaron para siempre. Provocaron en mi la pasión por el cine documental. Descubrí en ellas que se podía contar historias entretenidas con elementos de la realidad. Historias “no-ficcionales” que los espectadores no olvidaban nunca (o que olvidaban menos). Era filmar la “puesta en escena” que está adentro de la vida, sabiendo de antemano que la realidad es también una ilusión. No todos los documentalistas somos “cazadores” de eventos, sino que también somos poetas, que tratamos de encontrar en el tiempo y espacio reales las huellas de la gente, aún las más ínfimas”.

El amigo de la adolescencia ya no existe; sobrevive el artista que se respeta.

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Nota

En Nombre de Dios puede verse en Arcoiris TV. Basta con un clic aquí: http://es.arcoiris.tv/modules.php?name=Unique&id=311

Una entrevista con el realizador en el programa Off the Record puede verse en: http://es.arcoiris.tv/modules.php?name=Unique&id=238

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