Dinero y medios periodísticos

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Desde que me obligaron a leer El Extranjero de Albert Camus en la universidad, me aficioné a la obra de este autor franco-argelino cuyo trabajo cubre todo el espectro, desde el periodismo a la novela, pasando por numerosos ensayos e incluso obras de teatro. ⎮MAX J. CASTRO.*

Camus, quien ganó el Nobel de Literatura en 1957, que a menudo es considerado erróneamente un existencialista, descripción que negó repetidas veces y despreció de manera ferviente, era un escritor muy político, no solo cuando hacía periodismo, sino en casi todo el resto de su obra.

La justicia social, el poder y la relación entre el dinero y lo que hoy llamamos los medios, y a lo que Camus en su época se refería sencillamente como la prensa, eran temas centrales de muchas de sus obras. Camus quería que el nuevo estado francés que solo comenzaba a surgir de las cenizas de la guerra y la ocupación garantizara una prensa libre no solo de los dictados del gobierno, sino también de los intereses de los caciques económicos. Él alertó acerca del peligro que representaba para la democracia la fusión del dinero con los medios.

El asunto tiene tanta vigencia en 2011 como en 1945. Al examinar hoy día el universo global de los medios, es evidente que la realidad es más lóbrega que la de los peores temores de Camus. El problema no está confinado a los medios abiertamente de derecha, que en los Estados Unidos incluyen a Noticias Fox y a los parecidos a Rush Limbaugh.

Mucho más peligroso es el caso de los llamados medios de la corriente dominante, a los cuales Sarah Palin y otros derechistas llaman medios de la mala corriente, acusándolos de prejuicios liberales. Como un solo ejemplo, recuerden el papel de hasta los medios de élite, a los cuales el Tea Party acusa de tener los mayores prejuicios liberales, en la promoción de la guerra de Irak.

Hasta la vieja dama, The New York Times, el peor enemigo de los reaccionarios y quizás la organización mediática más prestigiosa del mundo, ayudó a vender la guerra, específicamente por medio de los reportajes de falsedades en serie de Judith Miller acerca de la presencia de armas de destrucción masiva en Irak. Cuando llegó la guerra, CNN, calumniada por los extremistas de derecha como la Cadena Comunista de Noticias, estaba encantada de que sus reporteros se insertaran con las tropas y de desempeñar en el frente interno el papel de porristas de la guerra.

Es más, reto a cualquiera encontrar un análisis serio en los medios supuestamente liberales advirtiendo al norteamericano promedio que Estados Unidos, al no poder convencer a tres de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU –Rusia, China y Francia– todos los cuales poseen poder de veto, que una invasión era necesaria, la guerra de Irak era ilegal según el derecho internacional. Y nadie de los medios corporativos se molestó en recordar al público norteamericano que en los juicios de Núremberg después de la 2da. Guerra Mundial, la realización de una guerra ilegal fue considerado el peor crimen, y que varios líderes nazis fueron condenados a muerte por esa misma razón.

En la actualidad, los medios corporativos se regodean con el espectáculo de la vergonzosa corrupción en el mismo centro del imperio mediático de Rupert Murdoch, del cual Noticias Fox es el elemento más importante políticamente. No hay honor entre ladrones, a pesar del mito, pero sí hay un tosco sistema de valores entre criminales. Pregunten a cualquiera que esté en prisión acerca del abuso sexual a los niños. Mientras sea políticamente banal, pero potencialmente peligroso para los individuos, las transgresiones cometidas por el tabloide británico News of the World fueron tan desvergonzadas que escandalizaron a los dedicados a la noticia pura o, como lo describe Noam Chomsky, a la construcción del consentimiento.

Es interesante observar la manera en que nuestra prensa libre se vigila así misma y el poder corruptor del dinero en el proceso. Cuando un joven reportero negro de The New York Times fue atrapado inventando entrevistas para noticias absolutamente inocuas, el periódico lo despidió sumariamente y tuvo paroxismos de introspección llena de culpa. Sin embargo, no se vieron sanciones duras ni rápidas o a alguien retorcerse las manos cuando se descubrió que Judith Miller, una antigua reportera blanca, había publicado, a partir de falsas informaciones entregadas a ellas por partes interesadas, varios artículos que ayudaron a convencer de la necesidad de la guerra de Irak. Las falsas noticias de Miller sencillamente secundaron una guerra que ha costado la vida de cientos de miles de personas; las mentiras del reportero novato puede que hayan molestado a familiares de soldados de la guerra de Irak.

Volviendo al tema, quizás ningún caso ilustre mejor la razón que tenía Camus acerca del poder corruptor del dinero en los medios que el caso de The Miami Herald/El Nuevo Herald y Alberto Ibargüen, quien fue director de El Herald y más tarde de The Herald,

 

Por regla general evito los ataques personales, pero no hay manera de demostrar lo que digo sin presentar al hombre bajo un aspecto negativo. Además, se lo merece. Y si voy a hacer una excepción de eso, entonces me tiro de cabeza.

Creo que decir que Ibargüen es una puta es insultar a las muchachas que trabajan tan duro en el Bulevar Biscayne de Miami y a las flores de Quinta Avenida de La Habana que Silvio Rodríguez menciona es una de sus canciones más tristes.

Ibargüen, que no es periodista de profesión, fue nombrado por Knigh-Ridder, la corporación que entonces erá dueña de The Herald y un grupo de otros periódicos, para convertir al tambaleante El Nuevo Herald en un negocio rentable. Tuvo éxito en su misión al contratar al difunto Carlos Castañeda, quien tenía un antecedente de obtener ganancias de un periódico en Puerto Rico utilizando el periodismo amarillo y halagando al más bajo común denominador. Trabajando bajo Ibargüen, Castañeda replicó esa hazaña en Miami.

Él y su jefe recibieron grandes elogios, a pesar de la mala calidad de las noticias y un colosal faux pas informativo con una larga cadena de violaciones de la ética periodística. En su caso más sensacional, que sucedió hace una década cuando Fidel Castro aún tenía buena salud, el periódico fue engañado por una mujer que se presentó como una neurocirujana que había tratado a un Castro muy enfermo. Cada aseveración de la historia, que apareció en primera plana encima del doblez, resultó ser mentira, incluyendo el nombre de la mujer. Sin embargo, el periódico mantuvo esa ficción durante días, nunca se retractó de la noticia, no pidió perdón a los lectores y nunca explicó de qué manera y por qué había sido engañado de manera tan flagrante.

Por la misma época renunció David Lawrence, el director de The Miami Herald, porque se cansó de que los jefes corporativos le ordenaran despedir cada vez más empleados a fin de cumplir con el margen de ganancia de 20 por ciento anual exigido por Wall Street. Ibargüen, que había presidido uno de los peores fiascos de la historia del periodismo norteamericano, así como de muchos desastres menores, naturalmente se convirtió en candidato principal para reemplazar a Lawrence, el cual sí tenía un historial de periodista y al que le importaba la integridad de la profesión.

Según propia confesión de Ibargüen, los titanes corporativos que lo entrevistaron para el cargo solo le hicieron una pregunta: ¿podría él obtener una ganancia de 20 por ciento anual? Dijo que sí y lo nombraron para el cargo. Ibargüen pronto comenzó a remodelar el periódico según la imagen de El Nuevo Herald, complaciendo a los exiliados derechistas cubanos que habían chocado con Lawrence, y realizando con presteza recortes de personal.

Oportunista brillante, Ibargüen en algún momento se dio cuenta de que no importa cuán brutal o falta de principios uno estaba dispuesto a ser, el negocio periodístico era una proposición perdedora en la era de Internet. Fue en busca de nuevos horizontes. El hombre que debió haber sido la vergüenza de los medios obtuvo un empleo fantástico a la cabeza de la Fundación Knight, una institución dedicada a promover la excelencia en el periodismo (¡!)

Camus no vivió para presenciar hasta dónde el periodismo había descendido; murió prematuramente en un accidente automovilístico a la edad de 49 años. Como ateo, a Albert Camus no le hubiera gustado ni un ápice que yo hubiera dicho lo siguiente, que yo tampoco creo, pero que no hay mejor expresión para describir lo que siento. En algún lugar, Albert Camus está revolviéndose en su tumba.

* Periodista.
http://progreso-semanal.com
Versión abreviada de la columna original publicada en Progreso Weekly.

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