“Si el Che llegaba a la Argentina, o nos mataban o hacíamos una gran revolución aquí”

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–Esperábamos a un grupo de compañeros cuando Henry Lerner me dice: “Vamos a La Toma”. Enrique Bollini manejaba el rastrojero. Al salir de unos árboles, en el camino chocamos con una patrulla que iba de civil. “Me jodí”, pensé. Querían saber dónde estaban los demás. Les explicamos que andábamos solos, cazando. El río estaba crecido. “Nos van a fusilar”, le dije a Henry. Nos ordenaron que nos sentáramos. Cuando observé que nos iban a montar en los camiones, le pedí a Henry una dirección en Córdoba que no comprometiera a nadie. “Sol de Mayo 125”, susurró. Nunca lo anoté. Eso fue el 4 de marzo de 1964, sobre las seis y media de la tarde.

–¿Sólo con esa dirección justificó su presencia en Argentina?

–Cada vez que me daban una paliza, daba una nacionalidad distinta. Primero era español, después mexicano, hasta que dije que era peruano. Les di la dirección de Córdoba, donde funcionaba un albergue de estudiantes universitarios. Con el nombre que di Interpol confirmó la existencia de Raúl Moisés Dávila Sueyro.

–En el penal de Villa Las Rosas, usted protagonizó una huelga de hambre porque fue encarcelado sin haber sido acusado de ningún delito.

–El fiscal Alberto Velarde no quería acusarnos y le metimos una huelga de hambre de ocho días. (Arturo Humberto) Illia estaba de presidente. La prensa comenzaba a hablar de los guerrilleros en huelga de hambre. Hasta que Velarde nos acusó. El general (Julio Argentino) Alsogaray nos entrevistó y nos dijo: “Ustedes se salvaron porque el jefe del Regimiento los presentó ante la prensa”. Al llegar a Orán, el jefe del Regimiento llamó a los periodistas. Fotografiaron a (Oscar) del Hoyo, a Fernando (Alvarez), que acaba de incorporarse, a dos “pungas” que nos infiltraron, y a mí. Uno de los prisioneros era Federico Frontini, hijo de un abogado y periodista de Buenos Aires. Henry Lerner era hijo de un comerciante de Cosquín. Uno de los muchachos infiltrados dijo: “Les presento al primer cubano”. “Yo no soy cubano, soy latinoamericano”, me salió.

–Habrá pensado que había llegado al final.

–En los interrogatorios me enseñaron una foto de Fidel, me preguntaron si lo conocía. Dije que no. Después me enseñaron una foto del Che. “No lo conozco, sé que es el Che Guevara pero nunca lo he visto.” Así me mantuve siempre. Hubiera sido un buen boxeador. Mira que me pegaban y no me tiraban al piso. Salí fortalecido porque a golpes no hablo. Me podrían haber ofrecido dinero para que los traicionara pero no tengo precio. Son momentos en los que se prueban las bases de los principios; te das cuenta de que eres capaz de morir por una idea.

–¿Cuándo supo que Hermes Peña había muerto?

–Me dan una paliza grande. Al amanecer me llevan ante su cadáver y me obligan a meterlo en el cajón. Tenía el brazo izquierdo completamente partido. Cuando lo levanté estaba rígido. Su cuerpo estaba acribillado a balazos pero no se veían las heridas por la ropa que llevaba puesta. Cuando leí la noticia sobre el asesinato del Che en El Tribuno de Salta, no lo podía creer.

–Con motivo de su muerte se publicaron fotos de la boda del Che donde usted estaba.

–Un preso salteño me reconoció en una foto donde estaba con barba y uniforme: “Este sos vos”, dijo. Yo estaba cagado. “Si fuera ese tipo, el alcalde tendría que pedirme audiencia”, contesté. Al tipo le decían “el Indio”; se calló la boca. Lo recordé en la entrevista que me hicieron en Salta (N. d. R: durante el rodaje de Alberto Castellanos, la vanguardia del Che en Orán). Si está vivo, sabe que lo estoy mentando y reconociendo que no me delató.

–Finalmente, lo liberaron el 14 de diciembre de 1968.

–Salí en libertad condicional a las dos de la tarde. Me llevaron a la policía, a Inmigración. Querían deportarme a Perú. Como no tenía documentos, mis abogados lograron un permiso para presentarme al día siguiente. El abogado Farat Salim organizó un “motivito” allí y salimos con el doctor Gustavo Roca y el doctor Horacio Lonati. Llegamos a Córdoba al amanecer. Al día siguiente ya estaba en manos del Partido Comunista Argentino.

Con una cámara fotográfica que habíamos logrado meter en la cárcel me sacaron una foto y me hicieron la cartilla de colimba. Salí con ese documento para Buenos Aires el 17 de diciembre, escoltado por un agente del PC. Antes de llegar a la Terminal de Buenos Aires nos bajamos. Fuimos a una cafetería, el agente llamó por teléfono, vino un auto con un chofer y una muchacha y me llevaron a otro lugar. Volvieron a llamar, vino otro auto con otro chofer y otra muchacha y me metieron en una casa de familia. El 24 de diciembre del ’68 cruzamos el Río de la Plata.

–…Y su familia se enteró de la misión en Argentina diez años después.

–Una de mis hijas había empezado a estudiar ruso en los Camilitos. Un día me dice: “Papi, ¿cómo se dice ‘jugar’ en ruso?”. Le dije que no sabía ruso. “¡Papi, mira que eres bruto! ¡Cinco años en la Unión Soviética y no sabes hablar ruso!”, respondió. Aquello me hirió tanto… Entonces senté a las mellizas y a la madre. Les dije que no podían contar nada de lo que iba a decirles porque, hasta que no lo dijeran oficialmente, era secreto. Terminada la historia sobre Argentina salimos llorando los cuatro.

–Hay quienes señalan que haber llevado la guerrilla a Salta fue, al menos, una utopía del Che.

–¡Ninguna utopía! Estábamos creando las condiciones para cuando él llegara. Teníamos órdenes de tratar de no combatir, explorar el terreno y no incorporar a ningún campesino mientras no estuviéramos combatiendo. Si el Che hubiera llegado a Argentina, o nos mataban a todos o terminábamos haciendo una gran revolución aquí. El tenía una gran confianza en la juventud. Ustedes estaban muy politizados y lo hubieran seguido sin dudar.

–¿Cuáles fueron sus sensaciones durante este regreso a Argentina?

–Sentí una emoción muy grande. Conocía Argentina por dentro pero no por fuera. Fui a la Quebrada (de Humahuaca) en Jujuy y a Chaco. Conocí el Paraná. La ciudad de Salta y la de Jujuy se parecen a Las Tunas, donde nací. La Habana se parece a Buenos Aires, con su bullicio y su gente en las calles. Los caribeños y los sudamericanos tenemos características similares, no somos europeos.

Regresé a la cárcel y recordé cómo era la celda, la comida. En Orán me acordé cuando pasé por el río Bermejo, con el agua hasta la cintura y el fusil en la mano. Me emocioné en la selva cuando entramos por un terraplén hacia un sitio boscoso parecido al lugar donde había estado. ¡Figúrate, a tantos años! La otra vez había llegado como guerrillero, escondido. Ahora llego filmando, como artista.
 

*Publicado en Página 12, Argentina

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