ESCAPANDO: TODOS LOS CAMINOS SON LA MISMA FUGA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

No se trata solamente de que todos estamos escapando, sino de que todos estamos escapando todo el tiempo. El mundo post-humano es un escape contínuo. Una aceleración y des-aceleración de la experiencia, una distorsión del espacio, del tiempo, de la percepción y del ánimo, gracias a la cortesía de la palanca de control químico: una programación y re-programación de la bío computadora humana.

Si miramos a nuestro alrededor, rápidamente veremos que el mundo post humano –éste en que vivimos– esta saturado con SSRI’s, reforzadores cerebrales, estimulantes anímicos, hormonas, esteroides, neurotrasmisores, beta-blockers y MAOI’s, para nombrar sólo unos pocos.

Despertamos en la mañana con un café y vitaminas. Le damos a nuestros hijos Ritalín antes de enviarlos a la escuela. Tragamos un Prozac o Xanax antes de irnos al trabajo. Nos tomamos un vaso de vino o una cerveza durante el almuerzo con nuestros clientes. Un cigarrillo cada dos horas. Entremedio, matamos el hambre con una barra de chocolate y una coca-cola.

Tragamos una aspirina después de cada turno de trabajo. Un Viagra antes de encontrar a nuestra amante. Un poquito de jugo justo antes de entrar al gimnasio. Un Tylenol para la artritis, un Pepto despues de comer.

Con mente ausente escaneamos la televisión y los juegos de vídeo en la noche. Un Advil antes de irnos a dormir… Y recién es Lunes. A cada momento modificamos nuestro ánimo y nuestros pensamientos, pellizcando nuestras subjetividades con pastillitas rojas, paquetitos de polvo blanco y cápsulas con efecto retardado. La subjetividad post-humana esta completamente saturada con lo artificial y entrelazada con la cuestión tecnológica.

El «problema» de las drogas debe ser situado dentro del desplazamiento tecnológico moderno porque, en cierto sentido, es su exceso, capturado y transformado por la mega-máquina corporativa y política. Un representante de las»pharmacorp» no necesita traficar clandestinamente en las esquinas o rincones callejeros, sino que preferiblemente se desliza en traje de negocios y distribuye libretas de prescripciones y márgenes de utilidades.

Los neo-prohibicionistas de la decada de los ochentas le dieron una pésima reputación al huevo frito. Recordemos que una de las campañas propagandísticas clásicas de la guerra en contra de la drogas fue propiciada por la siempre vigilante Administración de Reagan y Bush. Una voz autoritaria e incorpórea de una propaganda televisiva nos dice, con la logica de un burócrata, que un huevo es nuestro cerebro y un huevo frito, nuestro cerebro drogado.

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Con la fuerza de una onda evangélica la frase «sólo di no», se convirtió en el mantra del ciudadano «americano» leal, voluntariamente orinando en un pequeño vaso plástico para confirmar su pureza después de la instauracion del Acta de 1988 que declara todo lugar de trabajo libre de drogas.

El fin de la guerra fría trajo la histeria del enemigo interno, el retorno de lo reprimido bajo la rúbrica de un macarthysmo corporal. El deber patriótico se expresa ahora a traves de la pureza del cuerpo, confirmado por la muestra de orina pública. Incluso los juegos olímpicos se transformaron en un laboratorio puritano de control, excomulgando atletas por niveles hormonales elevados, «blood dopping» o musculos esteroicos. El asunto del atleta canadiense Ben Jonhson es el ejemplo paradigmático.

La purga de toxinas, en todas sus manifestaciones, cuidadosamente segmenta la bío-política contemporánea, extendiéndose desde atletas libres de esteroides a espacios públicos libres de fumadores y calles sin jeringas. El cuerpo, o más bien lo que ponemos dentro de el, se convierte en un campo de inversión de baja frecuencia para una sedición corporal.

Uno ya no es atrapado en la escena del crimen sino, más bien, es nuestro cuerpo…o su nivel de neuronas químicas el que se transforma en la escena del crimen mismo, reduciéndolo por último a una multitud de segmentos, exponiéndolo a mas inspecciones y control policial.

Finalmente arribamos a la absurda situacion de encarcelar a alguien por tener demasiado 2,5-dimethoxy-4-(n)-propylthio-phenethylamine en su organismo –como si cualquiera supiera lo que eso significa–.

¿No es todo esto el espectro de una caza orwelliana? Por un lado se nos seduce con los «cosméticos farmacológicos» prometiéndonos alivio para nuestras enfermedades sociales y, por el otro, se nos persigue por nuestros affairs «extra-molecular».

La semblanza de una autoridad moral nos obliga a distinguir entre una «medicina» y una «droga»o, mejor aún, «narcótico», como los episodios de televisión insisten en llamarla. Se nos induce ciegamente a creer que las medicinas son correctivos terapéuticos que restauran el balance del sistema químico –que en ocasiones no es tan sistemático ni tan balanceado– a diferencia de las drogas ilegales que no son nada más que epidemias insidiosas que destruyen el orden de la nación al convertir a la juventud en criminales monstruosos y vagabundos parasíticos que pululan por las calles en espera del próximo golpe.

Tal vez podriamos agregar que esta tenue distinción surge a partir de una pretendida semblanza de «control». Tomar un Válium le da a uno control temporal sobre las escapadas emocionales, los sentimientos de ansiedad e inadecuación y las enfermedades obsesivas, sin mencionar la disminución del tedio alienante que atraviesa e impregna nuestro medio cotidiano. De tal manera de que si a los chicos les da una rabieta en el medio del mall uno siempre puede responder con una sonrisita pintada por un sedativo. Pero el problema con la droga es lo opuesto: se supone que ella causa la perdida del control, la entrega a la pereza y la disolución.

Uno de los grandes pecados dentro de una sociedad utilitaria es caer presa del placer barato y el gasto improductivo. «Escapar» –alterar la conciencia– no es sólo una perdida de tiempo, sino una fuga. ¿No es ésta la razón por la que describimos el estar intoxicado con adjetivos tales como perdido, petrificado, ido?

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* Candidato a PHD en Teoria y Criticismo en la Universidad de Western en el London de Ontario, Canadá.

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