Prensa corporativa – AFIANZANDO EL DOMINIO SOBRE LA REALIDAD

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Esta peligrosa trampa jurídica que se cierne sobre los lectores de la internet consiste en la programación de los sistemas operativos, que pretende imponerse desde los magnates mundiales de prensa, para filtrar la información.

Un golpe de efecto espectacular para sustentarla fue dado hace unos días con la condena de Google por haber reproducido sin autorización noticias de la versión web de dos diarios; las multas millonarias –dictadas por un tribunal belga– acogieron la denuncia de los dos gigantes informativos de ese país Le Soir y La Libre Belgique.

Se trata de un castigo «ejemplar» por haber reproducido información de ambos diarios «sin permiso explícito de las compañías editoras».

Los magnates internacionales de la información anunciaron que preparan un dispositivo técnico «que permitirá a los motores de búsqueda por internet identificar las condiciones de uso de contenidos sujetos a derechos de autor».

¿Qué significa esto en la práctica? Que a partir de ese momento podrían imponerse sistemas que impidan que información publicada en diarios o revistas de internet peueda tomarse para su reproducción en otros medios. «Se trata de evitar conflictos futuros entre los motores de búsqueda y editores de periódicos, revistas y libros», aseguran los miembros de la Asociación Mundial de Periódicos (AMP), el Consejo Europeo de Editores (EPC), la Asociación Internacional de Editores (IPA) y la Asociación Europea de Periódicos (ENPA).

El nuevo dispositivo, bautizado Protocolo Automatizado de Acceso a Contenidos (ACAP), «funcionará como un marco para que los editores expresen sus políticas de derechos de autor en un lenguaje que pueda ser interpretado por los motores de búsqueda».

De hecho, este protocolo, colocará un muro delante de la información que esos magnates consideren como su «propiedad privada». Los más perjudicados, por cierto, serán los medios y periodistas alternativos, que nos nutrimos cotidianamente de la información provista por medios internet. Bajo este protocolo –y las leyes que cada Estado seguramente irá incorporando– empezaremos a correr el riesgo de que nos enjuicien, por el sólo delito de… informar.

Para poner un ejemplo: hoy un buen periodista de internet encuentra en el momento justo una información –supongamos: que un grupo de trabajadores chinos incendió un galpón de Wall Mart–. La noticia, publicada media hora después de ocurrir en un medio chino, es reproducida en primicia para el mundo occidental por nuestro periodista. Pronto esta práctica habitual en los medios alternativos podría convertirse en algo penalizable. Esto es, el diario chino podrá iniciar acciones judiciales contra este periodista por haber tomado esa noticia sin su autorización.

Esto nos coloca ante una pregunta clave: la noticia… ¿tiene dueño? La acción efectuada por ese grupo de trabajadores chinos, ¿pasa a convertirse en propiedad de una empresa periodística por el sólo hecho de haber sido ellos los primeros en fotografiarla, filmarla o consignarla en su medios informativos?

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A diferencia de la creación artística, la información periodística nunca se consideró genuinamente sujeta a «derechos de autor». Salvo en el caso de los artículos editoriales, comentarios de opinión o análisis de la noticia, donde sí interviene una particular concepción del escritor. Por ello en el ámbito periodístico se consideró absolutamente legítimo reproducir información de otros medios citando la fuente –por respeto a quien la obtuvo–.

Otra ofensiva capitalista

Hasta mediados de 2000 el mundo de internet disfrutaba de una gratificante libertad y se asemejaba en muchos aspectos a una «sociedad comunista» virtual. Pese a las amenazas insinuadas desde el momento mismo en que se popularizó la red –hacia 1996–, los poderosos no habían atenazado a los internautas en prácticamente ninguna de las telarañas jurídicas con que atormentan habitualmente a la ciudadanía común: esto es, leyes como algunas reguladoras del agua, que prohiben a los ciudadanos hacer un agujero en el patio de su casa pues deben proveerse obligatoriamente de las empresas que la comercializan en su región.

Leyes típicas del capitalismo salvaje, que considera al mundo como un coto de caza en el que los más fuertes tienen derecho a reivindicar su propiedad sobre todo lo comercialmente utilizable.

Pero entonces surgió un grupo de magnates de la música grabada, en Estados Unidos, iniciando juicio por daños, perjuicios y derechos de autor a Napster. Napster era un programita inventado por un estudiante universitario, que permitía sencillamente a cualquier persona con una computadora poner a disposición de cualquier otra su colección particular de temas musicales. Es decir, como si yo dijera: «Bueno, en casa tengo centenares de discos que me parecen maravillosos, dejo mi puerta sin cerrar, y si alguien quiere venir a escuchar música, no lo impediré».

El programa se convirtió en el más popular de Estados Unidos a poco de haber aparecido en la web. Pronto miles de personas pudieron acceder a una inusitada ampliación de sus discotecas, incluso hallando temas musicales que habían buscado por años sin haber podido obtenerlos.

Esto motivó el primer escándalo de internet, impulsado por los adalides de la propiedad privada. Según ellos, Napster les estaba quitando una enormidad de clientes. Cada vez más personas preferían acudir a internet antes que a las disquerías, para conseguir su música.

Después de algunos forcejeos, incluyendo una gran repercusión mediática, las empresas ganaron: Napster fue condenado a pagar una multa millonaria e impedido de colocar su descubrimiento gratis a disposición de los usuarios de internet. En el ínterin habían surgido emuladores de Napster –el mejor un programita alemán, Audiogalaxy, que llegó a concitar la adhesión de millones de internautas en el mundo entero–. Audiogalaxy duró aproximadamente hasta 2002. También –pese a no ser estadounidense– terminó apagado por la maquinaria demoledora del capitalismo internacional.

Los dueños de la realidad

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El avance de los medios de información alternativos –en un proceso dialéctico al renacimiento de los procesos revolucionarios– es hoy el principal motivo de preocupación para los pulpos tradicionales de la difusión. No tanto por una cuestión ideológica –aunque eso subyace, ciertamente– sino pura y estrictamente comercial.

Estos tradicionales «propietarios» de la información –formadora de opinión pública– comenzaron a verse gravemente amenazados en la preferencia popular por otros medios recientes. La principal razón de este cambio radica pura y casi únicamente en la cualidad de informar verazmente que ostentan los nuevos medios alternativos.

A la parafernalia exhibida por los gigantes –camarógrafos en nube sobre «el lugar de los hechos», alta tecnología, diseño espectacular– los medios alternativos, despojados de recursos, se presentaron ante la opinión pública con sus manos abiertas, desnudas de aparatosidad, pero en ellas un fulgor claro: «les estamos diciendo la verdad».

Así, cuando las grandes empresas mediáticas gritaban «Hay que invadir Iraq, pues tienen armas que pueden poner en peligro a la comunidad internacional», los medios alternativos afirmaban: «no hay armas de destrucción masiva en Iraq». Y no lo hacían no sólo por bienintencionados, sino sobre bases sólidas de información. ¿De dónde las obtenían? Pues de la internet.

Cuando los principales diarios de España dijeron que el horrible atentado del 11 de Marzo había sido de la ETA –secundando una odiosa jugada de Aznar para eludir su derrota en las urnas–, los medios alternativos avisaron casi al instante que esto era una falacia. Fue la primera vez que se verificó –de paso– el inmenso poder que había adquirido internet: casi únicamente en base a la información circulada por emails y medios alternativos, una multitudinaria movilización desbarató la mentira organizada desde el poder, obligando a los facinerosos a una desordenada marcha atrás.

Es esto lo que hoy se intenta evitar, desde los poderosos centros económicos que ambicionan controlar todo lo que se mueve o repta por los vericuetos innumerables de la red.

La presentación del susodicho protocolo se anunció el pasado seis de octubre en la Feria del Libro de Francfort. Se lo lanzará oficialmente a finales de año, con un periodo de prueba previsto de hasta doce meses. Como ha dicho ejemplarmente mi amigo Héctor Schmucler, los dueños del capital saben con precisión pasmosa lo que sucederá: no porque sean visionarios, sino «porque lo tienen programado».

El presidente de la AMP, Gavin O´Reilly, adelantó: «Este sistema pretende evitar completamente cualquier conflicto por derechos entre los editores y los motores de búsqueda» y aseguró que con el ACAP «se pretenden mejorar las relaciones entre unos y otros de una forma equilibrada».

Se mostró convencido de que responde a la «creciente frustración de los editores que siguen invirtiendo mucho en generar contenidos para su uso y divulgación».

El presidente de EPC, Francisco Pinto Balsemao, se mostró convencido de que ACAP «facilitará un mayor acceso a nuestros contenidos publicados, al hacerlos más accesibles a los que quieran utilizarlos y al prohibir la infracción de los derechos de autor y al proteger a los motores de búsqueda de futuros litigios».

En lenguaje común, esto significa que de ahí en adelante es posible que las únicas «autorizadas» a difundir noticias sean las empresas que cuenten con medios tecnológicos y respaldo institucional como para abalanzarse sobre los hechos en el acto con el propósito de apropiárselos y difundirlos –o no– a «gusto y piacere» cuando les convenga.

Nosotros, como Diógenes ante la pregunta de Alejandro –»qué necesitas de mí»–, respondemos una vez más: «sólo que te apartes del sol»*.

Los medios alternativos no necesitamos de grandes estructuras tecnológicas para informar, ni de capitales exuberantes. Quienes practicamos esto, lo hacemos esencialmente por la convicción de que decir la verdad puede contribuir soberanamente a que los humanos vivamos en un mundo mejor. Sólo anhelamos que nos dejen seguir abrevando, sin presiones, en lo que para los periodistas de internet es «el sol»: las fuentes mundiales de libre información.

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* En el portal de noticias estadounidense Now Public, cuyo lema es «conmparta la información» (www.nowpublic.com).
Difundido por el grupo de intercambio e información ArgosIs-International (http://espanol.groups.yahoo.com/group/ArgosIs-Internacional, con sede el Miami, La Florida, EEUU, presidido por Marcos Jesus Concepcion Albala.

argosisserviciosinformativos@yahoo.com.

** La anécdota.

Entre la verdad y la leyenda hay varias versiones del encuentro entre el joven Alejandro y el filósofo. Todas concuerdan, empero, en que era una mañana de invierno –por eso el «no me tapes el sol».

En algunas Diógenes está sentado a la entrada de la caverna en la que vivía, en otras toma el sol desnudo en la playa. Algunas no registran más que la oferta del macedonio, otras relatan un diálogo más extenso entre ambos:

Haciendo caso omiso de la seca respuesta de Diógenes, Alejandro le habría dicho:

–Si tengo una nueva oportunidad de regresar a esta tierra luego de mi muerte, le pediré a los diosess que no me conviertan en Alejandro de nuevo, sino en Diógenes.

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Diógenes, entonces, le contestó:

–¿Quién te impide serlo ahora? ¿Adónde vas? Durante meses he visto pasar ejércitos… ¿Adónde van, para qué?

–Voy a conquistar el mundo.

–¿Y después qué vas a hacer?

–Después voy a descansar.

Diógenes se rió de nuevo.

–Estás loco. Yo estoy descansando ahora. No he conquistado el mundo y no veo que necesidad haya de hacerlo. Si al final quieres descansar y relajarte ¿Por qué no lo haces ahora? Y te digo: Si no descansas ahora, nunca lo harás. Morirás. Todo el mundo se muere en medio del camino, en medio del viaje.

No mucho después Alejandro moría. Sin haber descansado.

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