LAS ANTINOMIAS DEL MODELO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Marx señaló en sus teorías la sospecha, que conformaron sus tesis de economía política, que «las ideas de los dominadores tienden a ser las ideas dominantes». Emile Durkheim, proponía la tesis que son los hechos externos al individuo, los que coaccionan, los que mueven la conducta privada, y no a la inversa.

Max Weber, propone una sociología comprensiva, es decir que considera los elementos de la psicología y la motivación individual como malos jueces para una descripción sociológica, que sobre ellas no se pueden montar las teorías que conducen el comportamiento social «comprensivo» de los grandes números. En esto, obviamente, se pone al lado de Durkheim, pues señala que las acciones individuales están motivadas las más de las veces por impulsos o hábitos, lo que define una semiconciencia y no una acción racional.

La vista panorámica –externa y por tanto objetiva, es decir libre de juicios de valor– que los sociólogos tenían de los resortes, causas y efectos de las acciones individuales, pueden verse en retrospectiva como una glosa teórica del tratamiento que daban las agencias administradoras al grueso de la sociedad, lo que les permitía postular una estrategia de regulación normativa y con fuerte sesgo administrativo.

Estos postulados, que eran verdaderas descripciones de lo observado y no lo deseado por los sociólogos modernos, fue planteado como una meta científica por los continuadores de la teoría sociológica, hasta el punto que Paul Lazarsfeld se lamenta de no llegar aún la sociología al nivel de predectibilidad y exactitud de las ciencias naturales.

Opuestos a este seguidor, tanto Weber como Durkheim se preocupaban de dos dimensiones que asomaban como riesgos de esta forma de interpretar la sociedad: la implacable erosión de la individualidad (Weber) y las amenazas a la ética de la solidaridad que esta forma de hacer las cosas conlleva (Durkheim).

Para Talcott Parsons, la administración de los sistemas sociales a fin de hacerlos plenamente predecibles y regulables, constituye el gran objetivo de la ciencia sociológica. Dos formas señala Parsons para mantener el equilibrio social: la socialización y el control social.

Con el primero la gente se mantiene «en vereda» –como él define– y con el segundo, la gente es mantenida en vereda. En el primer concepto se recurre a la tesis de dominio cultural (hegemonía) que Gramsci tipifica para los regimenes de Occidente, y en el segundo concepto, el de coacción normativa (legalidad y exclusión de la legalidad).

«Por supuesto, cuando digo ‘en vereda’, estoy haciendo alusión a aquellas acciones que el sistema social típicamente espera y aprueba», señala Parsons.

Los instrumentos «científicos» y teóricos empleados por el funcionalismo parsoniano durante el tiempo de la modernidad bautizada como del bienestar fueron: la ciencia conductista, el Estado corporativista, la fábrica fordista-taylorista y el Panóptico de Bentham (Michel Focault).

Pero, volviendo a los fundamentos del poder de decisión social global, la postulación de Marx nuevamente se hace presente ¿Quiénes aprueban lo que es deseable, legítimo y aceptable? ¿Las ideas de quienes dominan, son las dominantes?

Esto no sólo lo señala Marx, sino también pensadores que ven la amenaza y el absurdo de esta nueva ciencia. Así, Robert Lynd, comentando estudios hechos en EEUU de Norteamérica sobre la sociología entendida como ciencia del control administrativo de lo humano, derivadas directamente del modelo de Parsons o funcionalismo, señala:

«Estos volúmenes muestran el hábil empleo de la ciencia para organizar y controlar a los hombres infundiéndoles propósitos ajenos a su propia voluntad». Y lo comprende como una real amenaza a la libertad y a la democracia.

Por su parte C.Wright Mills expresa sobre este mismo punto:

«Decir que el verdadero objetivo, el objetivo final de la ingeniería humana o de la ciencia social es predecir, significa sustituir lo que debería ser una elección moral razonada por un eslogan tecnocrático».

Pero, justo cuando todas las naves de los administradores sociales se aprestaban a navegar mar adentro hasta los confines de la estructura histórica moderna, les viene encima una ola gigante que arrasa con todo el despliegue teórico e institucional acumulado: es el tsunami (maremoto) de la teoría y práctica de la era postsocial; es decir: el mundo de la cultura postmoderna y de la economía de librecompetencia que reniega de toda administración y de toda obligación para con las entidades que agrupan a los hombres en sociedad.

Emerge la sociedad desvinculada, desobligada; la guetización de los clubes privados; la sociedad en que los lazos de conexión se privatizan y los de las colectividades se adelgazan hasta su desaparición. El Estado, agente central de la programación social, disuelve todas sus instancias dedicadas a normar, planificar y prever, contentándose con el flujo rápido de los sucesos, con las tareas del corto plazo y con la periferia de la acción; con la clausura definitiva del pensamiento y la especulación para consigo misma y aquéllos a quienes acogía en su regazo protector.

Como bien señala Peter Drucker: «Ya no hay salvación por la sociedad». Aquello que antes era objeto de administración, queda ahora liberado al propio equilibrio. Los poderes que salen gananciosos del sistema global, se las arreglan para dar con estrategias «limpias» para administrar los problemas que antes demandaban gastos y esfuerzos enormes. La revolución administrativa de James Burnham es reemplazada por la revolución desregulativa, donde el sistema disciplinario se transforma en sistema de autodisciplina.

Ya no es la empresa la que supervisa a los empleados; son ellos quienes deben demostrar que son útiles a la empresa. Se terminan las afiliaciones permanentes al empleo, a la seguridad social, a la integración educativa o profesional. Las capacidades adquiridas son de utilidad temporal, la experiencia es un punto en contra; la novedad, lo sustituto, lo que se suma y lo que se reemplaza, es lo que adquiere preeminencia.

No hay forma de control más eficiente y económico que la inseguridad que ronda en la mente de los controlados.

Se controla por el miedo, por el achicamiento de los espacios, por la marginalidad que ronda como fantasma, como en los pretéritos «ejércitos de reserva» en el primario capitalismo industrial. Entonces las nuevas relaciones de poder siguen las directrices del mercado, donde la seducción y el consumo forman parte de las herramientas nuevas de enrolamiento y regulación normativas. Claro que estas formas de «guante blanco» con que se llevan los problemas de las clases incorporadas, pero que giran en órbitas periféricas de poder, no son las mismas que se usan para el lumpen de los excluidos, que insisten en rebelarse ruidosamente contra el sistema.

Allí se aplica la coacción, la fuerza y el disciplinamiento integral; pues en esa esfera la fórmula maestra del consumo y la seducción no pueden ser eficaces.

Con todo, los arrestos de pretendida cientificidad de estas metodologías globalizadas intentan hacer creer que los seducidos por el consumo toman siempre y de manera indefectible decisiones racionales, dando pie sólo a asertivas inversiones y beneficiosas resultantes privadas y públicas, de tales opciones personales, auxiliadas por una concurrencia impecable de los agentes que pueblan el paraíso mercantilizado de estas sociedades de transparente y total libre concurrencia.

La resultante va quedando pronto a la vista: exclusión de las mayorías, malestar social, violencia y descomposición de la vida urbana; incremento de la delincuencia organizada a nivel planetario; incremeto de los terrorismos sin fronteras; deterioro del medio ambiente; pérdida de la calidad de vida y calidad del empleo; ingobernabilidad creciente, corrupción de la política; predominio de la economía especulativa; crisis económicas crecientes en el mundo periférico; incremento de la pobreza urbana; guerras étnicas y religiosas; banalización de la vida en los jóvenes, relativización de los valores que sostienen un humanismo básico, etc.

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La cotradicción esencial

Th.W.Adorno, contradiciendo a la metodología social de Popper, sostiene que la realidad social no puede ser estudiada según los criterios de verdad y falseabilidad de las ciencias naturales; tampoco las teorías de la manipulación homeostática de Parsons es viable, puesto que las sociedades son estructuralmente contradictorias, móviles, de consistencia parcial y de incoherencias subyacentes. Para Adorno, la única metodología aceptable y viable es la que incorpora integralmente la realidad social en su complejidad móvil y contradictoria; por tanto «dialéctica» y no puramente deductiva o inductiva. La metodología debe ser afín con el objeto a estudiar y no a la inversa.

Toda vez que intenta la precisión de otras ciencias, como exigía Paul Lazarsfeld, Adorno da la siguiente respuesta: «El tráfico científico-social se ve permanentemente amenazado de errar, por amor a la claridad y a la exactitud, en aquello que se propone conocer».

Es sobre todo en países cuya estructura social se caracteriza por ser desestructuradas, sesgadas, inmaduras y polares, con fuerte inclinación a la dominación interna y externa, de institucionalidad fragmentaria o rudimentaria, donde se hace absolutamente inconsistente, además de inviable, proponer una teoría que se sustenta en la «homeostasis», es decir en la mantención de los equilibrios instalados como funcionalidad consensuada.

Como señala Wallerstein y también Franz Hinkelammert, a la globalización concurren países de primera línea, los cuales están en capacidad de «aprovecharse» de las oportunidades que dan las aperturas fronterizas y la movilidad de factores financieros y de poder; pero también están las naciones que concurren de manera «resignada» a la globalización, y son aquellas de tercera línea, a las cuales se les impone una forma organizativa y jurídica que viene demostrando ser flagrantemente inconveniente para sus intereses de mediano y largo plazo, donde la resultante social se va delatando, a poco andar, con sus secuelas de desorganización, desintegración, marginalidad, precariedad, inseguridad y conflictividad… Todo lo cual encamina a una real ingobernabilidad según los parámetros de administración de poder que sostienen desde la ciencia social funcionalista.

Debemos recordar que las tesis funcionalistas sostienen que la sociedad ha alcanzado un equilibrio dinámico, cuyo estatus debe ser mantenido por las acciones sectoriales, puntuales y localizadas de la intervención social programada. Los desencuentros o conflictos serán siempre de fragmentos de la sociedad que «disfuncionan», a los que se debe aplicar el tratamiento adecuado de seducción o disciplinamiento, también de las «correcciones» necesarias para ajustar al sistema en sus aristas o locus «chirriantes»; de esta forma se hace «entrar en vereda» y lograr la «homeostasis» de todo el sistema…,que es, para estos teóricos, un sistema consensuado y, por tanto, esencialmente armónico.

En esta fe se sostuvieron las teorías del desarrollismo en América Latina, desde Hirshman hasta Myrdal y la etapa inicial del optimismo cepalino. Prontamente, ya por los años 60 el desarrollismo, enfrentado a sus frustraciones, es enriquecido por las teorías del «cambio estructural» bajo el influjo de Raúl Prebich y las izquierdas, que asoman su rotro confrontacional en la región (caso Cuba).

Las teorías de cambio estructural, sostenidas desde la Cepal y las llamadas «Teorías de la Dependencia», desde el mundo intelectual latinoamericano, son apoyados desde la parte religiosa por los teólogos de la liberación.

Toda esta visión sociológica, ética, filosófica y económica será barrida del escenario regional por varios y determinantes factores:

1.- La crisis del capitalismo mundial (energía y tecnología) de los años 70.

2.- La crisis del capitalismo regional (endeudamiento) de los años 80.

3.- El derrumbe del mundo socialista (sujeto a la lógica del capitalismo mundial en crisis), durante la segunda mitad de los 80 y comienzo de los 90.

4.- El resurgimiento de las teorías ultraliberales, que reemplazan al capitalismo keynesiano y de bienestar, desde mediado de los años 70.

5.- Las aplicaciones económicas de las recetas de ajuste estructural y reconversión productiva, para el capitalismo caído en crisis severa de acumulación, tanto en el Centro como en la periferia.

6.- Emergencias, producto de estas reconversiones estructurales, de nuevas, agravadas y vigiladas formas de subordinación del capitalismo periférico con respecto a los poderes mundiales.

7.- Nuevo patrón ideológico de la Iglesia Católica a nivel regional y planetario, con la llegada de Juan Pablo II, derivando a una visión verticalista y fundamentalmente disciplinatoria, en torno a la dogmática tradicional y escolástica, conducida por los actores más elitescos y retardatarios, reintroducidos con plenos poderes al interior del Vaticano y en la de su jerarquía mundial.

Surge triunfante, entonces la teoría económico-social de los «equilibrios universales», soportada en el liberalismo económico más prescindente y en la teoría de las homeostasis social funcionalista, junto a una ética individualista y formalista que encuentra su eco en una fe privatista y vertical, de esencias, pero no de existencias.

Lo que ha demostrado, hasta hoy, la puesta en práctica de estas teorías que prometen los «equilibrios automáticos» de la «funcionalidad sistémica» en lo económico y social, es que la sociedad toda es aquejada por un desequilibrio creciente en todas sus dimensiones, partiendo por las económicas hasta llegar a las psicológicas; las diferencias entre naciones y al interior de cada una de ellas; la polarización regionales y sectoriales; las discriminaciones y el abismo de la convivencia cultural, no hacen más que contradecir la enseña «globalizada» que abonan los teóricos del «fin de la historia».

Como vemos, estas antinomias teóricas para con la realidad social del capitalismo central, pero más fuertemente con el capitalismo periférico, anuncian la necesidad de cambios de enfoque, de visión, de perspectiva y de estrategias, en las diversas instancias: académicas, intelectuales, religiosas, ideológicas y económicas, puesto que las contradicciones son acumulativas en el tiempo, no se borran ni se diluyen.

Cuando se diagnostican y abordan a tiempo, se pueden adelantar reformas profundas y enérgicas, pero evitando con ello, los cambios cataclismáticos; pero si se dejan avanzar hasta el punto crítico, las reformas incruentas son inviables y sólo se pueden esperar los grandes procesos revolucionarios, entendiendo por ello a los cambios que arrasan con lo existente y afectan todas y cada unas de las instancias que cayeron en descomposición. Lo malo no son las revoluciones en sí, sino los traumas humanos y sociales que pueden acarrear y los costos económicos que necesariamente conllevan los trastornos de magnitudes globales.

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* Doctorado en Economía en el CENDES de la Universidad Central de Venezuela. Autor de varios libros sobre la Economía Latinoamericana.
Vivió un extrañamiento de 15 años en Caracas; hoy ejerce su profesión de odontólogo (Universidad de Chile) en su país.

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