Chile: – EL PARTIDO BACHELETISTA-ALIANCISTA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En la medida que el agua que amenaza hundir el buque gubernamental de la Concertación comienza a sobrepasar la línea de no retorno, es decir la línea de flotación, se van evidenciando, cada vez con mayor frecuencia, situaciones aparentemente irracionales que bien podrían abrir un nuevo capítulo de los Increíbles de Ripley.

Una muestra más de esta paradoja han sido las alabanzas cantadas a la mandataria socialista por lo más granado del poderoso clan de empresarios que manejan la economía del país en la comida que la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA) organiza cada año.

En ella Bruno Phillipi, presidente de ese organismo patronal, Alfredo Ovalle, mandamás de la Confederación de la Producción y el Comercio, y Pedro Corona, presidente de la Cámara Nacional del Comercio, más otros especimenes integrantes también de la plutocracia criolla, no escatimaron elogios a la conducción de la economía neoliberal de la presidenta concertacionista remarcando de manera repetida que “no existen diferencias ni aspereza con el gobierno”

El entremés de lo absurdo o la guinda de la torta.

Parecía ser que con esto ya nada faltaba en esta opereta tragicómica en la que se ha convertido el país, pero he aquí que surge la semana pasada un capitulo agregado a este sainete del fin del mundo, un “plus” como se dice ahora, que, de no mediar una oscura intención que comienza delinearse tras bambalinas, habría sido considerado como el mejor chiste de este circo cuya función no parece tener visos de terminar.

La creación del PAB, Partido Aliancista Bacheletista, o mejor aún el PABOE, Partido Aliancista Bacheletista Obrero-Empresarial, surgió hace unos días atrás como otra panacea posible de aplicar en este paraíso vigilado con sonrisa satisfecha por un selecto grupo de grandes capitalistas.

Entre los gestores del mamotreto, además de Lavín y Longueira, se incluye como cabeza visible por el lado de la Concertación al simplón y majadero ministro Lagos Weber, convertido estos últimos días en un patético defensor de Lavin, lo que se exhibe como la demostración más palpable que podemos ser todos buenos hermanos cuando estamos a punto de acceder a ese mundo feliz que el neoliberalismo globaliza para todos los habitantes del planeta.

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El asunto del nuevo contubernio en los primeros momentos sonó extrañísimo. Ya lo decíamos en el encabezamiento: se pensó que era sólo un exabrupto del bufón que había vuelto el trasero hacia el público soltando un sonoro pedo como su mejor gracia. Sin embargo, la preparación de esta salida de madre de apariencia insólita, se venía gestando desde mucho antes.

Le precedió la invitación extendida por la presidenta a Joaquín Lavín para que se incorporara al así llamado Consejo Asesor Presidencial para el Trabajo y la Equidad, un comité creado por el gobierno y que integran 48 representantes de “las distintas entidades del quehacer nacional, tanto de la esfera política, como la empresarial, sindical, religiosa y académica”, según se lee en la pagina virtual del consejo.

El objetivo de esta ensalada rusa, donde cohabitarán hasta marzo de 2008 personajes de dudosa representatividad de los sectores ahí mencionados, que no fueron elegidos para tal efecto por los estamentos que se suponen van a representar, sino por el dedo esmaltado de la presidenta, es desembocar en “un pacto social por el desarrollo” que nos va a catapultar, según las esperanzas oficiales del gobierno, a ser un país desarrollado a corto plazo, no al nivel de las grandes potencias europeas dueñas, junto a Estados Unidos, de las riquezas del mundo, sino que, modestamente, “al nivel de Portugal”, como se dijo hace poco.

Es decir, a un país que se sigue moviendo muy cerca del abismo al que no cae apuntalado por la Unión Europea y su poderío económico.

El sueño empresarial del Pacto de la Moncloa.

La explicación del insólito cuadro creado con la declaración de amor bacheletista de Joaquín Lavín que –aunque por ahora lo niegue rotundamente– será otra vez el oponente de Piñera en una primera vuelta presidencial el 2009 en las filas de la Alianza, se debe buscar en la idea confabulada entre la derecha y la Concertación de imponer en Chile un “pacto social” al estilo europeo, como el ensayado en España con el nombre de Pacto de la Moncloa y los intentos similares habidos en Irlanda y Finlandia.

La situación de los dos últimos países mencionados, Irlanda sacudida por un conflicto ancestral con fuerte ingerencia inglesa, y Finlandia que venía saliendo de una realidad muy sui generis, ser la vecina no comunista de la otrora poderosa Unión Soviética, los invalida como modelos a imitar en esta republiquita del fin del mundo. Queda sólo España como ejemplo comparativo de estos pactos sociales en los que se pretende sentar a una mesa a fuerzas sociales irreconciliablemente antagónicas.

En España el intento de anestesiar a la clase obrera llevado a cabo por Adolfo Suárez, hombre del post franquismo, tuvo a su favor dos factores que están comprendidos también en los planes del flamante contubernio chileno. A la mesa gestora del pacto se sentaba, por una parte, el sector patronal fortalecido por el franquismo y respaldado por el gobierno de Suárez, que les garantizaba a estos poderosos capitalistas que sus intereses no serían tocados cualquiera fuera el tenor del pacto.

En Chile los regímenes de la Concertación, que han gobernado durante 20 años a favor de la derecha económica acentuando a niveles increíbles la brecha entre ricos y pobres, parten ofreciendo la misma protección a la clase capitalista nacional que se ha enriquecido en estos dos decenios mucho más que en toda la historia de los gobiernos reaccionarios, incluyendo los 17 años de la dictadura de Pinochet.

En el otro extremo de la mesa española donde se gestara el Pacto de la Moncloa se ubicaba una clase obrera que se encontraba debilitada por el viraje a la derecha del entonces poderoso Partido Comunista de España, que levantó en aquel tiempo las banderas del eurocomunismo para oponerlas a la orientación ortodoxa que emanaba de Moscú para todos los comunistas del mundo.

Por razones diferentes, pero con igual resultado, en el teórico pacto social “a la chilena” propiciado por Bachelet y la derecha, aparece un movimiento sindical diezmado y desmovilizado por la traición socialista a los principios que inspiraron a sus fundadores, principios firmemente sostenidos hasta el gobierno de Allende que convirtieron al socialismo chileno en uno de los dos partidos, junto con los comunistas, de mayor influencia en la clase trabajadora de Chile.

Los resultados concretos del Pacto de la Moncloa fueron muy inferiores a las expectativas de sus firmantes entre los que estaban Felipe González por el Partido Socialista (PSOE) y Santiago Carrillo por el Partido Comunista. El repunte económico de España, que fue principalmente obra del poderoso apoyo de la Comunidad Europea a quien no le convenía un socio de segunda clase que actuaría como una rémora al avance económico continental, no evitó que resurgieran con mayor fuerza las luchas sociales de la clase trabajadora sobrepasando a los partidos que firmaron la claudicación de la Moncloa en octubre de 1977.

En Chile la propuesta de un pacto social, aunque la derecha cuenta a su favor, como en la España de Suárez, con un gobierno cautelador de sus intereses y un sindicalismo débil, tiene pocas posibilidades de éxito. Las organizaciones laborales saben que estos pactos no favorecen ni favorecerán jamás a la clase trabajadora de un ningún país, menos en la realidad de extrema pobreza que se vive en Latinoamérica.

A esto se agrega que, aunque aún insuficiente, la izquierda chilena ha logrado recuperar algo de influencia gremial, como lo demuestra el triunfo comunista en la reciente elección del Colegio de Profesores y su avance en otras áreas del sindicalismo nacional, así como la actitud consecuente de Arturo Martínez, presidente de la CUT, al negarse a participar en el grupo de los 28 creado por el gobierno para preparar el pacto social.

Pero, insistimos, esta izquierda todavía es incapaz de concatenar la lucha social con la lucha política al no ofrecer una alternativa de programa sólido, audaz, enfocado a reconquistar el papel del Estado como rector de una sociedad socialista en la que el papel hegemónico lo jueguen las grandes mayorías, como está ocurriendo en otros lugares del continente.

La hora de la impudicia.

Volvamos al intercambio de frases cada vez más elogiosas entre la derecha política y económica y el gobierno de los socialistas que hasta hace poco “avanzaban sin transar” con las banderas del proletariado al tope.

Está claro lo que hay detrás de esta maniobra: preparar el terreno para un pacto social ya dibujado en el papel, y cuyos signos concretos comienzan a plasmarse en la constitución de esta comisión de 28 “hombres buenos” integrantes del Consejo Asesor para el Trabajo y la Equidad, y en este romance primaveral de la Alianza derechista y la Concertación.

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Hay, sin embargo, varios bemoles que suenan destemplados en esta serenata de amor promiscuo en la que se confabulan los payasos sombríos del nuevo contubernio.

Como en toda sociedad de truhanes, cada cual lleva el puñal escondido esperando que uno de los socios vuelva la espalda. Lo demuestran las intenciones solapadas del primer bacheletista-aliancista que conoce el país. Detrás de la sonrisa bobalicona con que adorna su máscara conciliadora, Joaquín Lavín no pierde vista que su principal objetivo es catapultarse hacia la presidencia de la República, terreno en el que se mueve con extrema habilidad.

Este émulo de Fouché sabe que el principal escollo en su camino hacia La Moneda es Sebastián Piñera quien ya lo superó en la primera vuelta de la anterior elección frustrando de este modo sus anhelos. Nada ha cambiado mucho en el terreno de la derecha como para esperar un trasvasije suficiente de preferencias para que él se alce ahora con la victoria en esa primera ronda en la que, es seguro, nadie alcanzará el 50% de los sufragios. Entonces, ¿de dónde sacar esos preciosos votos que inclinen la balanza en su favor?

Existe una importante masa de desencantados en la Concertación que permanecen a la deriva hastiados, por una parte, de la degradación concertacionista, pero sin decidirse por una derecha sobre la que aún gravita la sombra del dictador. Entonces aparece un Lavin que acierta medio a medio apoyado en su pragmático análisis: el gobierno está desprestigiado –cuenta con una adhesión de menos del 40% y sigue bajando– en cambio, la figura cálida y bonachona de la presidenta continúa concitando un apoyo de más del 60%. Es una paradoja extraña, pero real.

La conclusión de este Llanero Solitario es simple. Acompañado por Tonto, el indio Longueira, opta por ofrecer la ayuda de la derecha, o al menos de la UDI en un comienzo, para “salvar” las chambonadas del gobierno, pero cuidándose de apartar del desprestigio a Michelle. Ella es Rapuncel presa en la torre de la ineficacia de su coalición, y que además le lanza la larga trenza representada por el grupo de los 28 inoperantes que, ni tonto ni perezoso, el astuto ex alcalde de Las Condes y Santiago, aprovecha de inmediato.

Son él y su partido, y no Piñera con sus obcecados seguidores, los que corren a cobijarse bajo las faldas de la popular Michelle esperando mojarse en esa lluvia, erigiéndose además como los salvavidas y correctores de un gobierno que hace agua por todos sus costados, menos por el de la figura personal de la presidenta.

La hora de los cínicos.

Dentro del conglomerado aliancista, el triunfo de Lavin ha sido completo. No sólo es el puente de plata para el Partido Aliancista Bacheletista Obrero Empresarial, sino que ha acrecentado de manera poderosa su imagen ante los votantes de la derecha que lo ven como un auténtico líder de innegable audacia, además de elevar su prestigio frente esos bacheletista admiradores de Michelle, pero desencantados del gobierno y la Concertación y que serán fundamentales a la hora de elegir al nuevo presidente.

¿Y la izquierda qué? La democracia cristiana ha notificado a sus socios “revolucionarios” que el candidato del 2009 irrenunciablemente tiene que ser de sus filas. En ello el PDC se juega la división de la colectividad y, por lo tanto, la vida como un partido poderoso.

¿Qué harán entonces los socialistas con su Concertación? Todo apunta a que esta vez habrá dos candidatos también por esos lados, lo que impulsará a los socialistas a desempolvar sus viejos principios y volver la vista hacia la izquierda auténtica si quieren pasar a segunda vuelta. Sólo que el terreno se les hará cuesta arriba pues el pacto Juntos Podemos, que incluye a los comunistas, jamás aceptará bajar su propio candidato en el primer tramo de las elecciones.

¿Tendrán acaso los socialistas que sacrificar el proyecto estrella de la Michelle desahuciando el pacto social como ofrenda, entre otras, ante el altar de los comunistas y sus aliados de la izquierda consecuente?

¡Chi lo sa! Talvez usted, amigo lector, porque lo que es yo ando más perdido que piojo de peluca!

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* Escritor.

cristianjoelsanchez@gmail.com

La caricatura de Michelle Bachelet se ha tomado del portal de dibujos y caricaturas http://gloriamundi.blogsome.com.

Las caricaturas de Hernán Lavín y Pablo Longueira, de la revista www.puntofinal.cl.

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